Image: Las leyes del pasado

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Novela

Las leyes del pasado

Horacio Vázquez Ríal

19 abril, 2000 02:00

Ediciones B. Barcelona, 2000. 331 páginas, 1.900 pesetas

Vázquez Rial reconstruye con sentido plástico y mirada dramatizadora la mezcla de destinos inciertos o de caminos que se entrecruzan en un laberinto.

Quien pase de un libro a otro de Horacio Vázquez Ríal puede sentir desconcierto. Unos andan en las lindes de lo poemático y otros tienen aire épico. Sus historias a veces son muy individuales mientras que otras tienen alcance coral. Las anécdotas discurren tanto por escenarios europeos como americanos. Todo ello se debe a una calculada estrategia un tanto balzaciana para recorrer un largo trecho de tiempo con el propósito de alcanzar el sentido global de una época. Pero, al contrario que sucede en el maestro francés, esa especie de "comedia humana" se hace a base de independizar mucho los episodios, rehuir una línea principal y adoptar una perspectiva caleidoscópica. De este modo, y aunque se establezcan relaciones a cuenta de los personajes o sucesos entre diferentes novelas de este escritor hispano argentino, cada libro suyo es una unidad casi suelta dentro de un trazado general que consiste en plasmar los sucesivos horrores de un siglo, el nuestro.

Las leyes del pasado
tiene como marco Argentina e Italia y abarca, en su núcleo central, los años del florecimiento fascista. La novela arranca con un episodio lateral, pero significativo: la compra a sus padres por un desalmado en Europa de una niña judía; sometida a una cruel explotación, acaba sus días cuando un cliente abandona una pistola en el prostíbulo americano donde trabaja y ella la utiliza para suicidarse. Con ello logra por primera vez en su vida la libertad. Esas páginas emocionantes, duras, tal vez las más plenas de todo el relato, son la obertura estremecedora de un mundo implacable, que reconstruye un narrador principal convertido en investigador, casi en un reportero.

En ágil diálogo, ese narrador va aflorando la trama de intereses que diversos grupos mafiosos urdieron para controlar el país del Plata. Las raíces sicilianas de la mafia, el intento de manipulación de los capos por el Duce, la malla de conveniencias y deslealtades de esos grupos criminales afloran en una anécdota encadenada como un ramillete de cerezas. Por eso la acción, configurada a modo de escenas, se fracciona, va y viene en el tiempo, da entrada repentina a nuevos personajes o pasa de unos a otros.

Ello tiene el coste de una cierta dificultad de lectura, pues los hombres y los hechos se acumulan sin que uno pueda seguir sin algo de esfuerzo las líneas de complicidades que se entremezclan. Pero posee también la virtud de dar una imagen algo descoyuntada de la realidad que evoca bien el modo un tanto confuso o azaroso como suceden las cosas en la vida. Parece que a la novela, en general, le pedimos que ponga un orden en la existencia del que ésta carece. Y esa mezcla de destinos inciertos o de caminos que se entrecruzan en un laberinto es lo que Vázquez Ríal reconstruye con sentido plástico y mirada dramatizadora, casi teatral.

La vasta confabulación de apellidos de sonoridad latina deja en claro un único propósito: la voluntad de establecer un poder autónomo dentro del poder legítimo del Estado. El autor consigue que ese oscuro peligro, narrado como si fuera una peripecia de suspense, o más bien de terror, tenga cuerpo y vida. La novela, en esencia una sugestiva historia de acción y muertes, tiene un alcance más amplio porque se convierte en un capítulo monográfico acerca de los intentos de controlar la sociedad por medio de la violencia. Y ese capítulo tiene su pleno alcance dentro del alegato general contra los traumas y perversiones históricas de la última centuria que, según apuntaba antes, preside la obra en marcha de Vázquez Ríal.

Siempre se mueve en los dominios de la denuncia de las variadas formas de opresión. Pero sus libros tienen un aliento esperanzado y no caen ni en el lamento impotente ni ,n el fatalismo histórico. Esa mirada no derrotista también impregna ,sta novela cuyo propio título anuncia dicha postura. Pero con una matización importante, que sale de la )oca del padre del narrador: "La historia no se termina nunca". A veces, añade, la corriente se tapona pero radie puede asegurar que siga fluyendo bajo tierra y se sume al caudal principal en algún punto secreto. Las leyes del pasado, fundada en una comprensión de la literatura como forma de conocimiento de la realidad, hace una advertencia seria acerca de las amenazas que penden sobre el mundo libre.