Image: El león de oro

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Novela

El león de oro

Amaya Zulueta

26 abril, 2000 02:00

Premio Fernando Quiñones. Alianza. Madrid, 2000. 237 páginas, 1.900 pesetas

Nace con la publicación de esta obra un nuevo premio literario: el Fernando Quiñones de novela, auspiciado por una entidad bancaria que al bautizar el certamen antepone su nombre al del desaparecido escritor andaluz -cosas del signo de los tiempos- y cuyo primer jurado creyó oportuno otorgar a esta novela del gaditano Amaya Zulueta (1947). Una novela, por cierto, que pese a ser la segunda en el haber del autor -Zulueta quedó finalista del Luis Berenguer hace dos años con la aún inédita Las puertas de la noche- resulta también su primer trabajo édito.

Más signo de los tiempos. El león de oro es una novela de aprendizaje ambientada en la posguerra. En ella, su protagonista recorre los ambientes de su niñez -¿los de su autor?- en un pueblo andaluz del primer franquismo. No es difícil adivinar, en este contexto, los asuntos sobre los que versarán las conversaciones ni cuáles serán las preocupaciones de este observador como tantos otros ha habido en la literatura española de los últimos cincuenta años: la religión, la dictadura, la pobreza, el atroz conservadurismo -que contagia los gustos estéticos del momento-, las anécdotas pueblerinas que protagonizan el ramillete de personajes familiares, capitaneados por el abuelo Benito. Como cabía esperar de este escenario, la peripecia más importante del protagonista a lo largo de la novela es su despertar al mundo. Su paulatino descubrimiento de los secretos que éste le depara y también de los que esconden sus conocidos: el sexo, la política, la religión o la literatura serán los más importantes. A favor de esta última, por cierto, entona el autor una entusiasta loa que es lo mejor del libro.

El león de oro -el nombre alude a uno de los mentideros pueblerinos- es, sobre todo, una novela de atmósfera. Las profusas y sensuales caracterizaciones de ambientes y personajes denotan la enorme preocupación de su autor por, más que nada, hacernos partícipes de un determinado universo. Y para ello se vale también de la herramienta más poderosa -¿la única?- con que cuenta un escritor: su estilo. Y es aquí donde a Zulueta se le va la mano. Porque su estilo, aunque hace gala de una enorme soltura en el manejo del idioma, peca de grandilocuente y artificioso. La hiperadjetivación, el uso de expresiones a menudo enrevesadas o pretenciosas -innecesarias- y la tendencia a la sobreexplicación estorban a una trama que no precisa de artificios. Todo lo contrario: la mayor grandeza de un escritor está, a mi entender, en saber decir de un modo sencillo, aunque distinto, lo mismo que ya se ha dicho tantas veces. No cabe duda de que El león de oro es la novela de alguien que quiso demostrar de qué era capaz. Y lo logró. Sólo que el ambicioso empeño le impidió notar el desequilibrio final: en el estilo, se pasó; no llegó en la trama. Aunque quién sabe. También la crítica dijo una vez de Shakespeare que escribía obras imperfectas, estúpidas y ridículas.