Novela

Amphytrion

Ignacio Padilla

3 mayo, 2000 02:00

Premio Primavera. Espasa Calpe. Madrid, 2000. 219 páginas, 2.500 pesetas

Amphitryon es una excelente novela y un dignísimo premio. Padilla ha conseguido mucho más que un encadenamiento de misterios con una prosa llena de matices expresivos

El mito de Anfitrión, rey de Tirinto, cuyo aspecto físico adoptó engañosamente Zeus para poseer a Alomena, ha tenido múltiples derivaciones literarias, desde Plauto hasta Giraudoux. En esta novela de Ignacio Padilla -Ciudad de México, 1968- el fondo de las acciones no responde a la vertiente jocosa de muchas de esas derivaciones, que hacen hincapié en el motivo del marido engañado, sino a un aspecto más profundo y decisivo, relacionado con el problema de la identidad. Casi ninguno de los personajes de Amphitryon es lo que parece ser. Las dudas acerca de la verdadera personalidad del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, secuestrado en Buenos Aires por agentes israelíes en 1960 y ejecutado en Tel Aviv, tras un rapidísimo juicio, en 1962, son únicamente el resultado de una larga serie de trueques de identidad, de escamoteos y falsificaciones, que comienza en 1916, cuando Thadeus Dreyer, un recluta recién movilizado, intercambia en una partida de ajedrez su identidad -y su destino- con Viktor Kretzs-chmar, guardagujas en la línea de ferrocarril Munich-Salzburgo. A partir de ahí, la historia, salpicada de hábiles elipsis narrativas y con oportunas analepsis que tratan de recoger los cabos sueltos, va complicándose con nuevas transformaciones personales: Kretzschmar -que, como sabremos, resulta ser una usurpación de Jacobo Efrussi-, convertido en Dreyer, morirá, pero su identidad será adoptada por el seminarista Richard Schley, que, tras una brillante carrera militar, se convertirá en el barón Blok-Cissewsky, de nacionalidad polaca. La endiablada secuencia de falseamientos culmina en el proyecto Amphitryon concebido por las autoridades nazis para crear una auténtica legión de sosias o dobles que puedan representar en ciertos actos públicos arriesgados a los dirigentes políticos y militares del régimen. Todo parece prefigurar el destino de Adolf Eichmann, al parecer huido tras la caída del III Reich con el nombre de Martin Borman, tal vez afincado en Argentina como Ricardo Klement, quizá un mero doble surgido del proyecto Amphitryon.Ignacio Padilla ha construido el relato con los caracteres de un mecanismo de precisión, sometido al motivo conductor del ajedrez como imagen de la vida humana, casi como en los versos de Gerardo Diego: "Alguna vez ha de ser/ La muerte y la vida/ me están/ jugando al ajedrez". El ajedrez equivale al esfuerzo por reducir el azar, por controlar el futuro y hacerlo previsible. En el ajedrez se basan los planes del barón Blok-Cissewsky, que se apoya en su conocimiento del juego para calcular las reacciones y las conductas ajenas, y al ajedrez se confían algunas claves esenciales de los enigmas planteados en Amphitryon. La concatenación de los hechos seleccionados, la dosificación de las acciones y el ritmo narrativo se hacen más firmes a medida que la novela avanza, aunque algunas cuestiones secundarias queden en penumbra o insuficientemente aclaradas, como, por otra parte, sucede casi siempre en toda investigación, cualquiera que sea su naturaleza.Hay poco que objetar, pues, a la concepción global del relato, a la intensidad de la narración y a la distribución de sus diversos episodios -de los que tal vez el primero quede un tanto desequilibrado respecto a los demás-, y lo mismo cabe decir del lenguaje, cuidado, eficaz tanto en las descripciones como en los fragmentos reflexivos, con módulos expresivos cercanos al estilo de Antonio Muñoz Molina. Menos lograda me parece, en cambio, la diferenciación de las voces narrativas. Cada capítulo está puesto en boca de un personaje distinto, pero lo cierto es que todos ofrecen un discurso de contextura estilística similar. Cambia el punto de vista, claro está, y también las ideas de cada uno, pero la formulación lingöística obedece a modelos análogos, sin que se alcance del todo la deseable singularidad. Conviene advertir también que la construcción de la historia supera a la creación de personajes, cuyas motivaciones psicológicas son a veces de problemática justificación. Es el caso, por ejemplo, de los sentimientos del brigada Goliadkin hacia Dreyer, surgidos sin duda más del designio estructural del relato que de la configuración psicológica del personaje, que deja, como sucede con otros, numerosos flecos sueltos. En la última parte, con las actuaciones de los "herederos" del barón y la aparición del misterioso individuo al que el narrador bautiza como Bogart, las lagunas son mayores, pero en este caso lo que prevalece -atenuando así el esquematismo psicológico- es la narración de acciones un tanto brumosas y oscuras, sólo entrevistas y nunca comprendidas del todo por parte del narrador, a la manera de los relatos de John Le Carré.Por lo demás, Amphitryon es una excelente novela y un dignísimo premio. Valiéndose de la envoltura de las historias de intriga, Padilla ha conseguido algo más, mucho más que un encadenamiento de misterios, y no ofrece, como tantas veces ocurre en las obras acogidas a este modelo, una prosa puramente funcional, sino llena de matices expresivos. La obra de este joven autor -la ya conocida y la que pueda llegar a partir de ahora- merece muy detenida atención por parte de los lectores.