Novela

Cielos de barro

Dulce Chacón

3 mayo, 2000 02:00

Premio Azorín. Planeta. Barcelona, 2000. 304 páginas, 2.500 pesetas

Dulce Chacón ha completado una obra llena de aciertos tanto en su esmerada organización constructiva como en la pluralidad de significados que su contenido encierra

Dulce Chacón (Zafra, Badajoz, 1954) es autora de varios libros de poemas (el último publicado en 1999), una obra de teatro (estrenada en 1998) y tres novelas publicadas entre 1996 y 1998, más esta última, Cielos de barro, con la que ganó el premio Azorín del año 2000. En ella la autora ha completado una obra llena de aciertos tanto en su esmerada organización constructiva y en su pertinencia estilística como en la pluralidad de significados que su contenido encierra. Porque Cielos de barro empieza como novela de intriga, pronto se convierte en crónica de sucesos provocados por la guerra civil de 1936-1939 entre los miembros de una larga familia aristocrática y su servidumbre en un cortijo extremeño, al mismo tiempo ofrece un doloroso testimonio de abusos e injusticias que la guerra y las desigualdades sociales han producido entre aquellas gentes y, finalmente, el relato se precipita en la revelación de los últimos acontecimientos de aquella tragedia familiar. De tal manera que, más allá de la intriga planteada y esclarecida (aunque queden flecos judiciales sin resolver), la investigación del múltiple crimen perpetrado se enriquece con la indagación de un pasado trágico de alcance más general y cuyas heridas permanecen en la memoria colectiva. La novela arranca con la investigación de lo ocurrido en el cortijo de Los Negrales. Se apuntan dos sospechosos en dos jóvenes nacidos en dos familias de criados. Las averiguaciones se centran en lo que parecen saber el comisario encargado de la investigación y un viejo alfarero (abuelo del joven detenido) que comenta y refuta las suposiciones del policía. Por eso, en perfecta coherencia con esta dualidad de sospechosos y de fuentes complementarias de información, la novela está construida por medio de la alternancia sistemática de dos relatos con sendos narradores. Uno es el rústico alfarero que, en monodiálogo (pues habla sólo él) con el comisario va aportando lo que sabe, con enorme destreza en la graduación de sus informaciones, a la vez que pone a prueba toda su sabiduría popular para rebatir las conjeturas de su tácito interlocutor. El otro es un narrador externo que usa sus amplios poderes para extender el relato de la historia familiar de señores y criados a los tiempos de la República, de la guerra civil y la posguerra. De modo que el solitario alfarero retirado concentra su relato en el presente de la investigación y en el pasado familiar que está a su alcance, mientras que el narrador omnisciente aporta los datos del marco general, histórico, social y familiar así en el pasado como en el presente.La complementariedad de ambos relatos se manifiesta en la habilísima imbricación de sus respectivos testimonios tanto en la eficaz graduación de los materiales que componen la intriga y que mantienen el suspense hasta el final de la novela como en la estratégica distribución y recurrencia de temas y motivos que jalonan los discursos de ambos narradores, tanto en el relato de cada uno de ellos por separado como en la definitiva unidad textual que los engloba con ajustada coherencia y armonía. Esto se refleja en las cuatro partes de que consta la novela. Pero dichos motivos estructurantes alcanzan su mayor relieve en las conexiones temáticas y textuales establecidas entre la primera y la última por ser aquélla la que abre la intriga en dos relatos paralelos y ésta la que anuda su convergencia final. En el relato del narrador omnisciente se completa un duro testimonio de una trágica historia familiar y colectiva contada con fría impasibilidad. El viejo alfarero sustenta la propiedad y eficacia de su narración en las técnicas del relato oral empleadas con mano maestra en sus demostraciones de sabiduría popular, su astucia, sus modismos, su expresivo manejo de comparaciones y metáforas extraídas de su medio natural y el uso de las funciones apelativa y fática del lenguaje para atraer la atención del interlocutor. El resultado es una novela de amores y odios, escrita con crueldad, ternura y poesía, empeñada en la revisión crítica de nuestra historia reciente.