Novela

Loa amantes tristes

Eugenio Rico

3 mayo, 2000 02:00

Planeta. Barcelona. 2000. 117 páginas, 1.400 pesetas

No necesita una novela deslumbrarnos con grandes proezas argumentales ni estilísticas para atraparnos desde la primera página. Basta con una historia cualquiera -ni siquiera muy original- contada con naturalidad y sencillez. Eso es lo que demuestra Eugenia Rico (Asturias, 1972) en Los amantes tristes, una primera novela que deslumbra, precisamente, por la ausencia de impostura de su autora, por la serenidad con que nos transmite una historia sin grandes pretensiones y por el uso de un estilo directo y austero. Y con estos sencillos ingredientes -o precisamente por ello- la novela de Rico logra cautivarnos. Para entendernos: el encanto de estas páginas es el que desprende, frente a las más sofisticadas e innovadoras recetas, una hogaza de pan con queso.

La historia que cuenta Rico no es, dicho queda, ni original ni especialmente deslumbrante: la del triángulo amoroso que forman Ofélie y sus dos amantes, Jean Charles y el propio narrador. Se ha elegido la primera persona para contar unos hechos cerrados desde el principio. Así, la analepsis que constituye la novela entera se vuelve circular al final, cuando el narrador-protagonista vuelve sobre sus palabras para dotarlas de sentido a la luz de los hechos desvelados. Es hábil la autora, por cierto, jugando la carta de la sorpresa, algo que técnicamente resuelve mediante repetidas prolepsis o anticipos de información a lo largo del texto.Recurso este, por cierto, nada fácil de jugar, y que en ocasiones parece que se le escapa de las manos. Como se le escapan algunos otros detalles: el tono melodramático de toda la historia, por ejemplo, hincha demasiado sus tintas cuando se hace referencia al personaje de Jean Charles. También en algunos de los fragmentos relativos a este personaje se incurre en ciertas repeticiones innecesarias, como en la larga carta que Jean Charles escribe desde el sanatorio psiquiátrico donde está recluido y que fuerza un cambio de ritmo que, a mi entender, perjudica al conjunto.

Por último, cabe reprocharle a la autora el uso de algunas expresiones poco afortunadas, cuando no incorrectas: un "reseco" ejemplar de El banquete de Platón (pág. 10), "neura" (por locura, pág. 50), "flipar" (pág. 54) o "amiocentesis" (por amniocentesis, página 112). Con todo, la novela juega bien su baza intimista, Rico maneja a la perfección los hilos de los conflictos interiores de sus protagonistas y bucea en ellos con soltura, hasta el punto de resaltarlos como figuras nítidamente contrastadas sobre el fondo apenas dibujado de un París a ratos amable y a ratos gélido.

En fin. Que sin ganas de impresionar a los lectores por encima de todo se puede escribir una buena historia. Tal vez no memorable, pero qué es la memorabilidad en los tiempos que corren.