¡Esa luz!
Carlos Saura
10 mayo, 2000 00:00El cineasta Carlos Saura hace un relato de muy explícito compromiso, en una línea de literatura de denuncia como hace tiempo que no se veía en nuestras letras.
La guerra civil del 36 ha producido una cifra asombrosa de fabulaciones que supera con largueza los mil títulos. En ellos hay de todo: crónicas documentales, relatos líricos, posturas partidistas y distanciadas, belicismo y antimilitarismo, explicaciones políticas y antropológicas... Ni siquiera falta una vigorosa recreación surrealista, la de E. F. Granel!. Podría pensarse que el asunto está agotado y no es así, pues no cesan de aparecer nuevas obras que vienen a decir cómo todavía afecta a nuestro pueblo.Una actitud próxima a esta última incita al conocido cineasta Carlos Saura a pasarse a la novela. lEsa luz! presenta la suma de intereses que propiciaron una alteración de la legalidad republicana. Iglesia, burguesía alta y media y ejército son los culpables. En el otro lado, hubo abusos criminales, pero también un idealismo desbaratado por la intransigencia de los poderosos. Saura, de este modo, hace un relato de muy explícito compromiso, en una línea de literatura de denuncia como hace tiempo que no se veía en nuestras letras. Ello comporta una conciencia política y moral muy claras, y muy de celebrar en una época de notable relativismo y de autocomplacencia de los artistas, pero también un enfoque simplificador poco creativo.
La masa de novelaciones en torno a la guerra mencionada plantea, a cualquiera que se proponga incidir de nuevo en ella, el difícil reto de superar lo ya dicho en algún sentido, sea en la novedad anecdótica, en la intensidad de las vivencias, en la dimensión ideológica o, en fin, en la innovación artística. En ninguno de estos terrenos descuella Saura y, al contrario, comete algunas graves torpezas.
El argumento reconstruye la escisión en la vida de un matrimonio joven, Diego y Teresa, él periodista de izquierdas, ella mujer sensible. Diego se entrega con fervor en Madrid a la causa republicana y Teresa, obligada a refugiarse en la Zamora rebelde, paga cara su independencia. El relato alterna sucesos de la guerra a cargo de un narrador externo, pero implicado en los hechos ("vemos", dice con frecuencia), y comentarios personales de ambos personajes, más abundantes y retrospectivos los del hombre, expulsado al exilio después de la lucha. En ambos medios, abundan las notaciones testimoniales de los horrores del momento.
Pero tanto los apuntes costumbristas como las actitudes personales suenan a lo esperable. Y tampoco la forma ni la prosa les aportan riqueza expresiva. La alternancia de voces es convencional y, a la postre, resulta mecánica. La prosa, funcional, aunque correcta, se limita a redactar sin fuerza unos sucesos. Pero hay una limitación mucho mayor que las precedentes, el reduccionismo del conjunto de la historia.
Saura quiere hacer un alegato contra las fuerzas que llevaron a cabo la sublevación militar, la instigaron o apoyaron. Por aquello de un mínimo de ecuanimidad, denuncia las violaciones de la dignidad humana entre los republicanos o las querellaas entre sus distintos partidos políticos. Pero donde centra su denuncia es en el conjunto de la derecha, en el fanatismo religioso o ideológico que desemboca en la venganza cainita. Es una lástima que todo este sector esté concebido con un maniqueísmo completo. Hay buenos buenos y malos malísimos. La familia de Teresa compendia ambas actitudes. Los dichos y hechos de la hermana falangista, y la estupidez de los jerarcas locales son simplificaciones extremas. Se trata de personajes de cartón piedra. Y hasta la propia Teresa no deja de ser víctima del autor quien, al quererla retratar tan íntegra y noble, hace de ella un modelo de imprudencia, de terquedad y de gratuita obcecación.
La novela vale por su nítido compromiso con la libertad y por su denuncia de algunos males españoles, en especial la complicidad de la religión con el poder y la intolerancia ideológica. También posee ¡Esa luz! pasajes de dolorida intensidad, casi dados por la materia humana puesta en unas circunstancias extremas. Se lee bien y logra un grado estimable de noble entretenimiento. Pone el dedo en la llaga de heridas no del todo cicatrizadas, aún vigentes, me temo, y más de lo que parece, en nuestra sociedad. Estos méritos morales no se acompañan, sin embargo, de relevantes cualidades literarias.