Image: Los amigos que perdí

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Novela

Los amigos que perdí

Jaime Bayly

13 septiembre, 2000 02:00

Anagrama. Barcelona, 2000. 353 páginas, 2.500 pesetas

No descubrimos en la obra una trama suficiente, sino un personaje que se confiesa a trompicones, a base de historias que ni siquiera el autor ha pretendido enlazar

La última novela del escritor peruano Jaime Bayly tiende al narcisimo. Jaime Bayly imita a Jaime Bayly, se refleja en sus obras anteriores. El resultado de la operación debe calificarse como fracaso. Y lo es en múltiples sentidos. En primer lugar, el novelista ha optado por el género epistolar: un personaje de edad madura escribe cinco cartas a sus ex amigos o ex amantes. Bayly califica esta operación como epistolar, pero poco tienen que ver con una carta las cincuenta y hasta setenta páginas de texto en las que el autor de las mismas se confiesa. De hecho, nos halllamos ante una novela confesional más, artificiosamente articulada. Pero, ¿quién es este personaje que admite siempre la culpabilidad, los múltiples errores de trato, de indelicadeza, de traición que comete frente a sus ex amigos? Apenas si podemos adivinarlo. Porque el personaje se evapora entre las anécdotas y muy poco más adivinamos de los pretendidos destinatarios. Bayly narra alguna historia con un cierto sentido del humor que a veces funciona y en ocasiones, no. Recuerda, en sus confesiones la técnica de Bryce Echenique -literatura rabiosamente individualista y, en consecuencia, camino cerrado-; en otros aspectos adivinamos la huella del peor Manuel Puig. No descubrimos en Los amigos que perdí un hilo, una trama suficiente, sino un personaje que se confiesa a trompicones, a retazos, a base de historias que ni siquiera su autor ha pretendido enlazar.

El fracaso de la novela de Bayly reside, a mi juicio, en no prestar la debida atención al tratamiento que exige el difícil subgénero de la novela epistolar. El autor ha seguido por el camino de la confesión personal -y tal vez, de admitirlo, con menores pretensiones y menos páginas- el resultado hubiera sido, como consecuencia, menos penoso. Pero pretendió ofrecernos el mundo de la alta sociedad limeña, ligada a los más bajos estratos sociales por los caminos de la droga y el sexo, a través de cinco amistades frustradas. Abundan en la narración el reproche, el tono de un bolero que ya habíamos escuchado, el costumbrismo miraflorino, la exaltación del bisexualismo y el reconocimiento de quien fuera su amante, un amor frustrado, el maestro en el periodismo (porque el protagonista es, una vez más, hombre de televisión y, más adelante, escritor de éxito), el compañerismo y una abundante galería de personajes que apenas se esbozan. Melanie, Sebastián, Daniel, Manuel o el doctor Guerra son los destinatarios (de hecho, los capítulos de esta novela). Dado el sentido del humor de Bayly, que no se ha perdido, la extensión de la novela no se convierte en una losa. Se lee bien. Pero al novelista (nacido en 1965) le convendrá una seria reflexión sobre la dirección renovadora en sus futuras producciones. Quienes aplaudieron su franqueza, su libertad moral o amoral -según se entienda- de sus primeros textos esperan algo más. Incluso en el estilo, el amaneramiento, la frase extensa e inútil ofrecen la imagen de un escritor cansado, incapaz de corregir, descuidado. De los cinco personajes, tal vez el más interesante, sea el doctor Guerra. Los escenarios de Lima y Madrid se combinan aquí con los del episodio de Santo Domingo. Pero, aunque la acción transcurra en Washington o en Miami, la novela mantiene el carácter y el tono limeño, incluso en la crítica habitual de que son objeto las poderosas familias de la capital.

El escaso riesgo también se paga en literatura (y en un cierto marasmo formal vive la novela en general). Pero el narcisismo, en plena juventud, no sólo no es admisible, sino que da malos resultados.