Image: Brigada Lincoln

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Novela

Brigada Lincoln

Javier Guzmán

13 septiembre, 2000 02:00

Premio de narrativa Gonzalo Torrente Ballester. Linteo. Orense, 2000. 361 páginas, 2.500 pesetas

Un norteamericano llamado Arthur Pinkerton luchó en España durante la guerra civil, como miembro de las Brigadas internacionales. Al parecer tuvo relaciones con una dama española y murió al participar en alguna acción bélica en tierras de Teruel. Su acaudalado hijo contrata a un periodista para que viaje a España y trate de reconstruir la peripecia y el destino de su padre en aquellos años confusos. Este es el núcleo de la historia narrada en Brigada Lincoln, y no es difícil percibir, sobre todo si se repara en el nombre del personaje, que nos hallamos ante una peculiar recreación de Madame Butterfly. Lo curioso es que la historia del brigadista encuentra su paralelo en la indagación que, cuarenta años más tarde, emprende el periodista Cassius Marshall en un pueblo turolense con la confianza de encontrar testimonios acerca de Pinkerton y su oscuro final. El desarrollo de la relación entre Cassius y Rachel, la bibliotecaria municipal que le le brinda su ayuda, acaba por asemejarse -mucho más aún que la del brigadista objeto de investigación- a la de Pinkerton y Cio-Cio-San en Madame Butterfly, aunque un giro inesperado en el desenlace distancie radicalmente la historia de su remoto modelo.

El escritor coruñés Javier Guzmán (1948) ha compuesto una novela interesante, en la que cabe apreciar, antes de nada, la absoluta libertad con que ha sabido conjugar discursos, registros idiomáticos y dechados literarios muy diversos. Hay descripciones excelentes del pueblo aragonés, una aceptable caracterización de personajes -con algún desajuste: el retrato del alcalde no se compagina del todo con quien, como luego sabremos, tiene una gran biblioteca-, fragmentos paródicos, e incluso abiertamente cómicos- léase la conversación telefónica del capítulo 12-, y también algunas dosis de acíbar que acaban por componer un conjunto atractivo. Los discursos de los personajes y del narrador -cualquiera que sea en cada momento- se mezclan a menudo en el mismo párrafo sin más diferenciación que la que pueden determinar en cada momento el silencio de las frases y la percepción del lector. Ni siquiera se priva el narrador de increpar directamente a los personajes irrumpiendo con desenfado en el relato (pág. 215). La riqueza polifónica del texto acoge tanto el habla desgarrada de Pilin como los escritos de titubeante sintaxis de Cassius o las cuidadas páginas en que doña Romeral ha ido anotando sus recuerdos. El mismo nivel de libertad creativa alcanza el léxico, con derivaciones inesperadas ("fiestongo", pág. 27; "turistear", pág. 47), jocosas analogías ("[Cassius Clay] se convirtió al morismo", pág. 102; "relaciones públicas", pág. 128), símiles sorprendentes ("Doña Sieta, gorda como tapia de convento de clausura", pág. 105), aragonesismos oportunamente entreverados ("laminera", pág. 259) o creaciones de distinta naturaleza: el Archivo municipal es un "legajal de décadas" (pág. 36), y Borja Binéfar, alcalde de Almedina, denomina "obriedad" ese impreciso estadio entre la "sobriedad" y la "ebriedad" (pág. 63). A su vez, el discurso da entrada libre a numerosas citas encubiertas o intertextos de diversa naturaleza, desde un verso de Lope (pág. 158) al estribillo de un tango (pág. 160).
Javier Guzmán ha desplegado, pues, un notable esfuerzo de escritura en Brigada Lincoln. En este sentido, bien puede decirse que el resultado ha valido la pena. Nada hay aquí de esa prosa gris, plana como una llanura sin árboles, vagamente administrativa, que envuelve las historias de muchos autores nuevos saludados con bombo y platillo. Las páginas de Brigada Lincoln son fruto de una buena percepción idiomática, y este aspecto brilla con más potencia que los mecanismos constructivos del relato. Aquí, en la selección y la disposición de los elementos narrativos, se advierten algunos desfallecimientos, ciertas caídas en el ritmo y acaso, en bastantes páginas, una prolijidad que convendría haber reducido mediante oportunas podas. Ocurre, por ejemplo, en buena parte del prólogo, en algunos fragmentos referidos a los festejos de Almedina, o en el bosquejo de personajes luego abandonados o desaprovechados, como el grupo de mujeres del capítulo 9.

El conjunto de Brigada Lincoln adolece de cierto desequilibrio, razón por la cual la novela deja en la memoria del lector, más que el recuerdo de una historia unitaria, las impresiones proporcionadas por algunas escenas concretas que el autor ha resuelto con brío: la llegada de Cassius al pueblo, la visita a la Condesa, el brusco y trágico final, preparado -en este caso sí- con una admirable sobriedad.

Hacer compatible una visión desgarrada y hasta ahora grotesca, cercana en algunos casos al esperpento, con escenas traspasadas por un hálito lírico de buena ley, no es algo que esté al alcance de cualquiera. Javier Guzmán demuestra aquí poseer excelentes condiciones de narrador, aunque Brigada Lincoln no sea todavía una obra redonda. Por eso no estará de más atender a lo que el autor pueda seguir haciendo -si, como es deseable, persevera- en el terreno de la ficción.