Image: El amor y la nada

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Novela

El amor y la nada

José Luis Ferri

4 octubre, 2000 02:00

Planeta. Barcelona, 2000. 220 páginas, 2.300 pesetas

A pesar de algunos desfallecimientos la obra está bien escrita. Ya que la vertiente imaginativa de la historia es escasa, su principal virtud es la intensidad narrativa de la atracción entre los protagonistas

Una investigadora trata de reconstruir algunos episodios oscuros de la vida de un singular poeta, fallecido de tuberculosis poco después de la guerra civil, que había sido pastor en tierras levantinas y llegó a Madrid, dispuesto a abrirse camino, en los años de la II República. Todos los datos acumulados sobre el poeta, desde sus rasgos físicos hasta sus acciones y multitud de hechos biográficos, responden inequívocamente al perfil de Miguel Hernández, aunque el autor haya preferido llamarlo "Manuel Gilabert", utilizando incluso el segundo apellido del poeta oriolano. José Luis Ferris (Alicante, 1960) no ha querido escribir, sin embargo, una biografía, sino una novela. La presencia de un personaje de ficción que "se parece" a Miguel Hernández -pero que no lo es- y del que se ofrecen en algunos momentos cartas y poemas cuyo estilo se asemeja notoriamente al de Miguel Hernández -pero que son, claro está, textos apócrifos- ficcionaliza los demás componentes de la narración. El hecho de que este Manuel Gilabert colabore en la enciclopedia taurina de Cossío (pág. 93) -como hizo su modelo real- o escriba una espléndida elegía a la muerte de su amigo José Marín (pág. 145) -nombre auténtico, como es sabido, de Ramón Sijé- no cambia las cosas, porque, junto a multitud de personajes y hechos impregnados de realidad histórica, tanto el poeta llamado Manuel Gilabert como su relación con Marcela Duarte -todo aquello que constituye, en suma, el meollo de la obra- pertenecen al campo de la ficción, al terreno de la invención imaginativa, al otro lado de esa línea a veces imprecisa que separa la historia de la novela.

El punto de partida de la historia es muy simple: la investigadora encuentra "insuficientes los acontecimientos que envolvieron la vida amorosa de Manuel Gilabert para alimentar una obra poética de tamañas dimensiones" (pág. 14), y sospecha de la existencia de alguien cuyo nombre se ha omitido en las biografías. De un modo demasiado simple -todo hay que decirlo- encuentra a la persona, y ésta se brinda a desvelar con todo detalle la historia oculta de su relación con el poeta. La narración de Marcela Duarte constituye la parte esencial de la novela, que es fundamentalmente la historia de un apasionado amor clandestino marcado por oscuras premoniciones, que se desarrolla en los inquietos ámbitos artísticos y políticos de la agonizante República y que concluye con una dolorosa renuncia. No le ha interesado tanto al autor bosquejar el panorama de esos años como atender al caso particular de la peripecia amorosa. Los toques ambientales son los imprescindibles y aparecen dosificados con soltura. Vemos y oímos a personajes como Maruja Mallo, Aleixandre, Neruda, Ridruejo, Cernuda y otros muchos, la mayoría de ellos simples y episódicos integrantes de esa especie de fondo ambiental en el que se inscriben las relaciones entre Marcela Duarte y Manuel Gilabert, que es lo que realmente importa y lo que da sentido a la obra.
La historia amorosa se presenta desde dos perspectivas. Por una parte poseemos el relato de la propia Marcela; por otra, las cartas y los poemas de Manuel. Ambas clases de textos ofrecen sutiles diferencias, como cabía esperar de personajes psicológicamente diversos, que llegan hasta la forma expresiva, aspecto esencial cuidado por el autor con esmero y con buen instinto. Porque, en efecto, los escritos de Manuel Gilabert son verosímiles y la narración de Marcela Duarte corresponde, incluso por el lenguaje empleado, a una mujer de su formación y de su sensibilidad. A pesar de algunos leves desfallecimientos, El amor y la nada es una obra bien escrita. Dado que la vertiente imaginativa de la historia es más bien escasa, porque Ferris ha introducido deliberadamente en ella multitud de hechos reconocibles y consabidos, hay que buscar su principal virtud en la intensidad con que el autor ha trazado el nacimiento y el desarrollo de la atracción amorosa entre el poeta y la mujer casada que siente por primera vez en su vida un deslumbramiento al que le resulta imposible sustraerse. Aquí radican los aciertos indiscutibles de la novela. El discurso de Marcela Duarte, sobre todo, con el relato de sus sensaciones ante Manuel, contiene muchos pasajes de gran hondura psicológica que acreditan una fina percepción de los estados de ánimo por parte del autor. El contorno del personaje acaba siéndonos tan comprensible y familiar que acaso su última y desoladora acción, en el lecho de muerte de Manuel Gilabert, sea un hecho truculento que resulta, no ya imprevisible -lo que sería perfectamente legítimo y hasta loable-, sino inverosímil. Pero en el incierto dominio de las relaciones psicológicas no hay normas seguras de comportamiento.