Image: Vida feliz de un joven llamado Esteban

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Novela

Vida feliz de un joven llamado Esteban

Santiago Gamboa

4 octubre, 2000 02:00

Ediciones B. Barcelona, 2000. 348 páginas, 1.900 pesetas

Nunca decrece el interés por la trama de esta novela, que busca la complicidad del lector y descarta cualquier deslumbramiento estilístico

Antes de publicar esta novela -de no muy acertado título- el colombiano Santiago Gamboa (nacido en 1965) había editado Páginas de Vuelta (1995 y 1998 en España), Perder es cuestión de método (1997) y era coautor de Jaque mate (1999). Como intenta reflejar el título, Vida feliz de un joven llamado Esteban, se trata de un amplio y ambicioso relato que, escrito desde la primera persona (contiene, sin duda, elementos autobiográficos, así como una multitud de historias que se entrecruzan con los cambios de residencia y de ambientes del protagonista, con la historia dramática de la Colombia actual), busca continuar la que fue "nueva novela" hispanoamericana. Desde el comienzo, su protagonista Esteban Hinestroza, hace suya la aseveración de Mario Vargas Llosa: "la inspiración no existía, que escribir es un asunto de terquedad, de paciencia, para esperar lo que casi nunca aparece, de generosidad ante ese ser egoísta que es el texto [...] Yo daba la vida porque Vargas Llosa tuviera razón -y la sigo dando-, pues nunca he sentido la más mínima manifestación de genio, nada que me haga suponer que lo que escribo pueda ser importante, original o innovador". La introducción atribuida al protagonista bien podría ser una confesión estética que se adecua a los objetivos de la novela y la "vida feliz" del héroe debe tomarse, como se advertirá en las páginas finales, en un sentido irónico.

Nunca decrece el interés por la trama, por la multiplicidad de historias que alcanzan tan sólo la juventud de quien relata; la novela está escrita con corrección, buscando la complicidad del lector y, por consiguiente, descarta cualquier deslumbramiento estilístico; las historias narradas no carecen de interés y su autor hace lo imposible para que situemos cada personaje en el adecuado contexto histórico y social. Los hay más cotidianos o en situaciones extravagantes y ambientes y ciudades diversas: Medellín, Bogotá, Roma, Madrid. Cuando el protagonista se traslada a París, como el autor, que ha seguido un periplo parecido, cuenta 25 años y nos sitúa en 1998. Pero su estado, en el apéndice parisién, se ha consolidado en una madurez difícil de asumir en dos años. En las páginas primeras se habla de Hitler todavía como un peligro para Europa. El "joven llamado Esteban" narra no sólo su propia existencia, sino la de cuantos le rodean. Desde casi el comienzo aparecerá ya la figura del cura español Blas Gerardo, combatiente en la guerra civil, misionero en las selvas amazónicas, guerrillero y finalmente, tras colgar los hábitos, casado felizmente. Será uno de los personajes más logrados y uno de los hilos conductores de la novela. Pero el narrador, que describe, por ejemplo, el alunizaje del primer hombre, cronológicamente no puede coincidir con el joven que llega a París a los 24 años y las 717 páginas del novelón. ¿Quién es, pues, el narrador? No ha de faltar atractivo a las múltiples anécdotas que jalonan el resumen de la historia colombiana (incluida la dura invectiva sobre los actuales políticos), ni el anecdotario: la lora Pascuala, por ejemplo, durante la niñez del protagonista; la adolescencia de Toño, convertido más tarde en guerrillero, cuyo amor por Delia (que matrimoniará más tarde con el ex cura) no le impide gozar de los favores de una generosa Cory. Gamboa trata con especial cuidado las tramas amorosas y aún los personajes extravagantes como Federico, frustrado suicida en múltiples ocasiones, enamorado y, tras la pérdida de la amada, suicida con éxito.

Tal vez no era necesaria la justificación y la interminable lista de los suicidas famosos. En escasas ocasiones el narrador se pierde en lo que resulta accesorio al relato. Pero nunca decae el interés ni siquiera en las descripciones de las partidas de ajedrez que se desarrollan en un café madrileño. Ello sucederá en los años en los que, ya en Madrid, tras obtener una beca del ICI, el protagonista ha vivido una existencia repleta de experiencias: las que corresponde a un hijo cuyos padres son profesores de Arte y logran pasar unos meses en Italia y realizar un periplo en automóvil por casi toda Europa; la experiencia del café Arquímedes con personajes como el Maestro, que difunde las ideas de la metempsícosis, situación fruto del interés de Federico por Isabel (páginas éstas que nos recordarán a Sábato), la de Ismael y su familia (conservan los huesos de su tío en una bolsa de plástico). Las referencias críticas a la historia colombiana se corresponden con las que se permite también sobre la española. Esta multiplicidad de historias trabadas por una voz única ofrece la sensación de vida que el narrador pretende. Es una novela sin ambiciones técnicas, salvo la inclusión de algunas cartas, de relatos inscritos, o de la transcripción de los recuerdos de otra existencia. De fácil lectura, feliz en el tratamiento, exento de dramatismo cuando alude al amor y al sexo. El autor ha cumplido así casi todo lo que se propuso.