Image: Un largo silencio

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Novela

Un largo silencio

Ángeles Caso

11 octubre, 2000 02:00

Premio Fernando Lara. Planeta. Barcelona, 2000. 217 páginas, 2.500 pesetas

Libro fácil y entretenido, a pesar de su mundo amargo y cruel, escrito en un estilo cuidado y con una intencionalidad por sólo la cual merece la pena pasar un rato inmerso en la ficción

La guerra civil y sus terribles consecuencias siguen siendo materia prima abundante de nuestra narrativa. Si hubo un período, no hace mucho, en que había menguado en cantidad y parecía haberse desprendido de sus ribetes más ideológicos, para ser tratada como materia mítica, ahora, en cambio, está resurgiendo en su dimensión concreta, el empeño de una clase privilegiada en imponer sus intereses. Todo el horror de un tiempo se asocia otra vez en la novela al fanatismo de quienes defendieron con las armas una sociedad injusta. Así se cargan estas novelas recientes acerca de la lucha del 36 de un valor político. Lo hemos visto en ¡Esa luz!, de Saura, en Días y noches, de Trapiello, y lo mismo hallamos en Un largo silencio, de ángeles Caso.

Con este enfoque algo salimos ganando. Una pérdida de respeto al fantasmagórico desprestigio del compromiso del escritor. Una bocanada de rehumanización de la literatura, tan aséptica, tan descreída, formalista y evanescente en este momento postmoderno. Las pasiones desatadas, los egoísmos homicidas, la intransigencia irracional ocupan de nuevo un espacio que nunca deberían perder porque esas notas las tenemos más cerca que lejos de nosotros. Y la novela es un buen cauce para revelarlas. El arte, sin embargo, no sólo es mensaje y contenido, por mucho valor ético que tenga aquél y cuantioso dramatismo que se incluya en éste.

De unas buenas intenciones, las mejores desde un punto de vista moral, parte la emotiva novela de Caso. En ella rescata algo de los preliminares de la sublevación franquista y un trecho de sus efectos en una ciudad, Castrollano, de la costa cantábrica. Sirve de hilo conductor la tragedia de cinco mujeres, tres generaciones de una misma familia republicana e izquierdista, que vuelven al lugar acabada la lucha y sufren todos los rigores de una época sin piedad. A la vez, son testigos de asesinatos, violencias y miedos ajenos. Hay un desenlace, encarnado en la nieta, que cierra el drama como únicamente puede admitirlo la verosimilitud histórica y novelesca: el pacto de la familia, sin claudicar de los principios, con las circunstancias.

Un largo silencio está recorrida por una voluntad de alegato. A eso obedece su configuración como suma de escenas significativas tanto del franquismo sociológico como de los limitados grupos que aspiraban a construir un mundo mejor, más justo e igualitario. Esas escenas rellenan episodios por lo general centrados en uno de los personajes y siempre referidos por una voz cercana en lo emocional a los sucesos. Todo ello tiene los caracteres de una corrección literaria que apenas merece reproches, pero que tampoco alcanza un especial mérito. La materia anecdótica, en sí misma bien seleccionada e interesante, se nutre de peripecias que hemos visto muchas veces en la narrativa de la guerra, de la nuestra y de otras, por lo que rara vez resulta sorprendente. Ya sabemos, por desgracia, la cuantía y la calidad de los atropellos que somos capaces de cometer. Por eso no basta para volver a contarlos el simple encadenamiento de hechos previsibles hasta en su ferocidad (reinado del terror falangista y del fundamentalismo católico).

El ámbito humano de Un largo silencio es muy reductor. Buenos muy buenos y malos muy malos, cada uno por su lado, con alguna excepción suelta. Que aflijan los pesares de los humillados no justifica esa reducción, a veces excesiva. Hay una carta del novio de una de las chicas que confunde el cinismo del sinvergöenza con la deficiencia mental. Y el nombre de un personaje, Pía, una harpía (a propósito no evito la rima), recuerda la desventurada idea de Galdós de llamar Perfecta e Inocencio a dos seres de armas tomar.

El estilo de la novela es cuidadoso. La voz del narrador tiene autenticidad al expresarse próxima a los hechos, sin inmiscuirse en ellos. Incluso algún cambio de ritmo confirma la actitud vigilante de la autora. El comienzo tiene una andadura poemática y el relato progresa en una atmósfera especial debida a un puñado de eficaces recursos habituales en la lírica (anáforas, polisíndeton, imágenes, comparaciones...) No se trata de una falsa prosa poética, sino de una prosa narrativa eficaz. Y, sobre todo, intencionada. Intencionada para acompañar, con ese prestigio de la supuesta escritura "bonita", el tono general donde se baña la totalidad del relato y donde está, para mí, su radical deficiencia. Me refiero a una sentimentalización de toda la trama. La autora apela a las emociones y crea un clima de sentimientos que, a pesar de la tragedia que cuenta y de su honesta postura, se hallan al borde de la sentimentalina. La novela busca efectos proyectivos e identificadores. Unas vidas de aliento trágico se convierten en simples figuras dolientes destinadas a un lector que se contenta con sentirse un rato conmovido y con liberar un genérico sentido de culpa con la barata solidaridad provocada por las penas de papel.

No sé si Caso lo ha hecho a propósito, pensando en la buena acogida que este enfoque tendrá, o si la novela se le ha ido de las manos. Sea como sea, y aunque se quede nada más en momentáneo objeto de consumo, es un libro fácil y entretenido (a pesar de su mundo amargo y cruel), escrito en un estilo cuidado, no falto de descripciones muy meritorias y con una intencionalidad por sólo la cual merece la pena pasar un rato inmerso en la ficción.