Novela

Bogavante

Adrián Curial

18 octubre, 2000 02:00

Brand. Madrid, 2000. 264 páginas, 2.600 pesetas

Curiel tiene una prosa que es una verdadera fiesta: rica, juguetona, irónica, ágil... su trama aguanta, gracias a ello, tanto las largas digresiones de su narrador o los largos diálogos

Nace una nueva editorial, Brand, tras cuyo ibseniano nombre se ampara un equipo de gente joven con ganas de apostar por los autores noveles. Empieza lanzando al mercado ni más ni menos que quince títulos, con el fin de englobar bajo su sello algunos de los títulos de la desaparecida editorial Auryn, dedicada sobre todo al libro técnico. Un año de vida le ha servido para diseñar tres colecciones, para pensar ya en una cuarta y, lo más importante, para presentarse en sociedad con la obra contundente de un autor aún desconocido en nuestro país pero con una fuerte trayectoria narrativa a sus espaldas: Adrián Curiel.

Si el nombre de este mexicano nacido hace 31 años no resulta familiar para el gran público, sí lo será, en cambio, otro con el cual está estrechamente vinculado: "el Crack". Bajo esta onomatopéyica denominación, como sabrán, se agrupan varios jóvenes narradores mexicanos que poco a poco desembarcan en las librerías españolas y cuyos máximos exponentes, por pioneros, son Jorge Volpi e Ignacio Padilla. Si es cierto que dos de los elementos comunes de la literatura del "Crack" son su gusto por contar historias y su condición de urbanitas, ésta novela da de lleno en la etiqueta. Urbana, compleja, verdadero derroche de imaginación y con un cierto trasunto histórico, no es arriesgado decir que esta novela de Curial tiene en común con En busca de Klingsdor y con Amphitryom su ambición y su alta temperatura literaria, además de la juventud y la nacionalidad de sus autores, naturalmente. Y vamos a detener ahí los malsanos impulsos de etiquetarlo todo.

Curiel tiene una prosa que es una verdadera fiesta: rica, juguetona, irónica, ágil... su trama aguanta, gracias a ello, tanto las largas digresiones de su narrador (por ejemplo, el capítulo completo dedicado al doblaje español de las películas, visto desde la óptica de un mexicano, claro está) o los largos diálogos. De hecho, a veces el lector se sorprende terminando un fragmento que resulta presindible, pero disfrutando tanto con su lectura que por nada del mundo quisiera verlo fuera del libro. Y no es ése pequeño piropo para una novela, en los tiempos que corren.
La brillante trama se estructura en tres partes: la primera, que comprende unos meses de 1992, y que avanza siguiendo el orden cronológico; la segunda, retomada cuatro años después, juega con el lector en constantes saltos temporales; por último, la tercera, es un documento histórico que el autor nos presenta sirviéndose de la argucia del manuscrito encontrado. A mi entender, esta última supone tal vez un cambio demasiado brusco a las dos anteriores, no sólo por su contenido, también porque su ritmo decae considerablemente. Con todo, la historia de Homero -un pintor obsesionado con encontrar el rastro colonizador de los escandinavos en el norte de América-, su novia Laura, su amiga española Lola Madrid y, sobre todo, los espacios urbanos en que todos ellos conviven- México D. F., Boston y Madrid- da lugar a una magnífica novela que merecía correr una suerte similar a las de Padilla o Volpi y que ningún amante de la buena literatura debería dejar escapar.