Image: RETRATO EN SEPIA

Image: RETRATO EN SEPIA

Novela

RETRATO EN SEPIA

18 octubre, 2000 02:00

"Sin marido soy poco menos que un esperpento. Vivo en el limbo de las separadas, donde van a parar las infortunadas que prefieren el escarnio a vivir con un hombre que no aman"

Retrato en sepia



1862-1880


La novela arranca en 1880, un martes de otoño. La protagonista de la novela, Aurora del Valle, nace en San Francisco en casa de sus abuelos maternos, Eliza Sommers y Tao Chi’en -protagonistas de Hija de la fortuna. Desde el principio, muestra sus cartas:


"He venido a saber los detalles de mi nacimiento bastante tarde, pero peor habría sido no haberlos descubierto nunca: podrían haberse perdido para siempre [...] Hay tantos secretos en mi familia, que tal vez no me alcance el tiempo para despejarlos todos: la verdad es fugaz, lavada por torrentes".


Por que de eso se trata, de narrar su historia, una historia que se enreda con la de Chile y la de un buen puñado de personajes mágicos.


Para empezar, retrocede a 1862 para contar la historia de la inmensa cama florentina que Paulina del Valle, la abuela paterna de Aurora, encargó para afrentar a la amante de su esposo, Amanda Lowell, una escocesa "comestible, de carnes lechosas, ojos de espinaca y sabor de durazno" que marcaba con rayas, una por amante, su lecho.


Desengañada de la fiebre del oro de su marido, Feliciano, con el que huyó siendo muy joven, Paulina ha forjado una fortuna gracias al transporte de productos frescos. Por pudor ya no comparten el lecho, porque ha perdido la batalla contra su cuerpo -"los senos y la barriga eran un solo promontorio de monseñor"- y, como consuelo, se refugia en la pastelería de Eliza, donde su sobrino Severo, de apenas siete años, conocerá a Lynn, la hija de Eliza y de Tao Chi’en, cuyo amor describe así la autora:


"La pasión que los unía [...] y que alimentaban con extraordinario cuidado, los sostuvo y protegió en los momentos inevitables de adversidad. Con el tiempo, fueron acomodándose en la ternura y la risa, dejaron de explorar las doscientas veintidós maneras de hacer el amor porque [...] ya no era necesario sorprenderse".


Tras esa primera estancia en San Francisco, un Severo del Valle "hecho y derecho, con las nobles facciones de sus antepasados españoles, la contextura flexible de un torero andaluz y el aire ascético de un seminarista"
es enviado a San Francisco para interrumpir sus coqueteos con los ambientes liberales de la ciudad. A pesar de su pasión infantil por Lynn Sommers, está comprometido desde niño con su prima Nívea, sufragista culta e independiente que sabe, como buena discípula de sor María Escapulario, que Dios te dio cerebro para usarlo; pero te advierto que el camino de la rebelión está poblado de peligros y dolores, se requiere mucho valor para recorrerlo"


Quizá por eso comparte con Severo sus preocupaciones políticas y sociales y le ama contra el tiempo y las certezas. Porque cuando Martín, el primogénito calavera de Paulina, seduzca y deje embarazada a Lynn -la joven más bella de San Francisco-, se casará con ella y le dará su apellido al bebé... Pero Lynn muere en el parto y Severo regresa a Chile para luchar en la Guerra del Pacífico. Al saber del nacimiento de su nieta, Paulina intenta lograr su custodia en vano: por vez primera "le había fallado su mejor herramienta: la habilidad para regatear como mercader árabe, que tanto éxito le había aportado en otros aspectos de su vida. Por ambicionar demasiado, lo había perdido todo".



1880-1896


"Nadie se dio el trabajo de explicarme por qué de pronto mi vida daba un vuelco dramático" recuerda ahora, a sus treinta años, Aurora. Está "sin marido" y es "poco menos que un esperpento". Ni soltera ni viuda ni divorciada,
"vivo en el limbo de las ‘separadas’, donde van a parar las infortunadas que prefieren el escarnio público a vivir con un hombre que no aman".


No importa. Prefiere no dejar Chile y seguir retratando sus gentes y paisajes gracias a la fotografía, con la que logra "esa combinación de verdad y belleza que se llama arte. Esa búsqueda es sobre todo espititual. Busco verdad y belleza en una hoja de otoño [...] Algunas veces, al trabajar con una imagen en mi cuarto oscuro, aparece el alma de una persona."


La segunda parte de la novela regresa a 1880, al momento en el que Eliza se presenta con la niña en la mansión de Paulina, que acaba de enviudar de Feliciano. Eliza también ha perdido a Tao Chi’en. Viene a dejarle a la niña y renuncia a verla mientras Paulina viva, por lo que sólo volverá al final de la novela, para iluminar los traumas de Aurora, acosada desde niña en sueños por una banda en piyamas negros.


Mientras, Severo del Valle regresa a un Chile en guerra, y se reencuentra al fin con Nívea, informada por Williams, el mayordomo de Paulina, de la muerte de Lynn. La joven le consuela pero deja muy claro sus intenciones:
"¿quién te dijo que deseo ser feliz, Severo? Es el último adjetivo que emplearía para definir el futuro al cual aspiro. Quiero una vida interesante, aventurera, diferente, apasionada, en fin, cualquier cosa antes que feliz".


Además, Nívea cree que la guerra "es un asunto demasiado serio para entregárselo a los militares". Tal vez por ello, la autora logra páginas espléndidas al narrar batallas y miserias. Por ejemplo, en el episodio en el que Severo sufre la amputación de una pierna. Debe aprender a sobrevivir, pero cuenta con la ayuda de Nívea, que le convence para que se casen. Como "tenía veinte años, un corazón apasionado y buena memoria", cada noche, aprovechando el sueño de la monja que vela al enfermo, se desliza en su habitación y pone en práctica lo aprendido en la biblioteca erótica de su tío. Y queda embarazada por primera vez... (le esperan catorce más).


También Paulina y Aurora regresan a Chile, pero no viajan solas. Frederick Williams, el mayordomo, las acompañará fingiendo ser el marido de la abuela. Allí Aurora pasa por colegios de monjas donde
"la sumisión y la fealdad imperaban y el objetivo final consistía en darnos algo de instrucción para que no fuéramos totalmente ignorantes [...] Nos metían miedo a Dios, al diablo, a todos los adultos, [....], a nuestros propios pensamientos y deseos, miedo al miedo" pero en el caso de Aurora, en vano. Tanto que su abuela contrata a Matilde Pineda, que la enseñará "a no creer a ciegas, a dudar".


Al tiempo que Aurora llega a la pubertad, estalla en Chile la revolución y "una guerra civil espantosa" tras el golpe del presidente Balmazeda. Se trata de uno de los episodios más vigorosos de la novela, puesto que tanto Nívea como Marina o el propio Williams utilizan la mansión de Paulina como imprenta ilegal de pasquines revolucionarios. Cuando las fuerzas reaccionarias están cerca de descubrirles, se refugian en la mansión de los tíos Del Valle. Severo, mientras, lucha en las montañas. Tras el saqueo de Santiago acaba la tragedia.


Reaparece el padre de Aurora, Matías, pero para morir. Del apuesto seductor apenas queda nada,
"un esqueleto cubierto por un pellejo de culebra, tenía los ojos vidriosos hundidos en las órbitas y las mejillas tan delgadas [...] Parecía un viejito desconcertado y triste".


Con su padre agonizante, Aurora recupera al fin su pasado. Además, a los trece años, recibe el regalo que cambia su vida: Severo le regala una cámara fotográfica.



1896-1910


La tercera y última parte de la novela nos lleva a la clínica inglesa del doctor Hobbs, en donde Paulina intenta curarse de un tumor gastrointestinal. Allí Aurora conocerá a Ivan Rádovic, médico chileno con aspecto de Gengis Khan, clave en su futuro. Paulina sobrevive y para acabar de recuperarse viajan a París, donde visitarán los talleres de Cezanne, Sisley, Degas, Monet, en los que la abuela se surte de obras maestras que provocan la hilaridad en Chile, donde nadie apreciará "los cielos centrífugos de Van Gogh".


Y así pasa el año. El día de la Fiesta de la Independencia chilena, en el baile de la Embajada, Aurora conoce a Diego Domínguez, un "pretendiente potencialmente admirable, hijo de gente conocida, seguramente rico, con impecables modales y hasta guapo [...] irradiaba salud y fuerza, tenía el rostro agradable, ojos azules y un porte viril."


Pertenece a una antigua dinastía de terratenientes del sur, de los que "nacían, crecían y morían en el campo" y provoca en la joven el mismo efecto que Feliciano en Paulina, que Joaquín Murieta en Eliza, o que Matías en Lynn: se enamora sin remedio. Pero es pronto para saber de amores prohibidos, de engaños y mentiras. Ahora ella "apenas podía creer el milagro de que se hubiera fijado en mí". Como descubrirá al poco de casarse con él y regresar a Chile, más que milagro era espejismo pues "se casó conmigo por pereza y conveniencia". Por cierto, en el barco que la lleva a su nuevo hogar, en casa de los Domínguez, se reencuentra con Gengis Khan, es decir, con Rádovic, con quien alcanzará al fin la felicidad, ya que "el hecho de no estar casados facilita el buen amor", pero mientras, se consuela de la traición de su marido con la fotografía.


Cuando la salud de Paulina decline definitivamente, su nieta regresa a Santiago, donde vuelve a tratar a Nívea, futura madre de Clara, "la más extraña de las criaturas nacidas en este estrafalario clan Del Valle", y de Rosa, "una criatura de mar con sus ojos amarillos y su pelo verde", que serán las protagonistas de La casa de los espíritus.
Aurora no volverá jamás con su marido ni abandonará Chile. Habrá más sangre, y más vida, y más amor y más muerte. Es el final, cuando "lo único que tenemos a plenitud es la memoria que hemos tejido. Cada uno escoge el tono para contar su propia historia; quisiera optar por la claridad durable de una impresión en platino, pero nada en mi destino posee esa luminosa cualidad. Vivo entre difusos matices, velados misterios, incertidumbres; el tono para contar mi vida se ajusta más al retrato en sepia..."