Image: El valle de las gigantas

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Novela

El valle de las gigantas

Gustavo Martín Garzo

25 octubre, 2000 02:00

Destino. Barcelona, 2000. 185 páginas, 2.300 pesetas

Bajo la escritura poética de Garzo palpita un texto profundamente ideológico. Discutible pero no intransigente, y desde luego escurridizo. El libro se lee como un cuento y da que pensar como un ensayo

Cada nueva fábula de Gustavo Martín Garzo añade un eslabón más a la cadena en la que viene engarzando una visión moral de la vida mezclada de asentamiento y rechazo. El mundo es para el escritor vallisoletano una especie de fórmula magistral de efectos revitalizadores. El boticario (el propio autor, cuya voz se desliza en el engañoso distanciamiento de un narrador neutral) echa en el matraz calculadas dosis de inocencia, dolores, ruindades, belleza, amor, mentiras, verdades, cotidianeidad y fantasía. Esa fórmula en esta ocasión lleva por título El valle de las gigantas. Se reconoce en ella la supremacía final de la muerte, pero no todo es sinsentido existencialista. Uno de los dos personajes centrales de la novela, el abuelo, muere de la forma más apacible que pueda darse. Ello sucede así porque antes de llegarle su última hora ha disfrutado los dos componentes de la fórmula, la belleza y el amor, que garantizan una discreta plenitud, y nos rescatan siquiera pasajeramente de la nada.

El otro personaje básico es un niño de una edad indeterminada en el borde de la adolescencia. El niño visita en sus vacaciones al abuelo, con quien comparte algunos placeres de la naturaleza, entra en contacto con varias personas del pueblo, pequeños y mayores y, sobre todo, escucha absorto las fantasiosas historias del anciano. Esta es la límpida y sencilla trama de El valle ..., adensada, sin embargo, por un generoso caudal de relatos de muy variada estirpe: leyendas, pasajes bíblicos, anécdotas localistas, ecos literarios... Todo ello resultado de un innato gusto por el arte de contar y de un acto de fe en la necesidad vital de la fábula. La invención artística parece pertenecer, según Garzo, a un plano superior de la realidad, pues en un momento se sostiene que se necesitan las historias para sentirse vivo y para percibir la belleza del mundo, y en otro que los deseos sólo se satisfacen en una obra literaria.

Esta suma de materiales no obedece a un ingenuo propósito de entretenimiento. La novela responde, en última instancia, al clásico canon del relato iniciático, tras el cual se descubre el mundo en su plenitud, a la par dolorosa y feliz. Después de vencer un suave complejo de Peter Pan, el niño llega a la madurez de un modo natural pues los relatos del abuelo le han abierto los ojos a un mundo lleno de encanto, aunque no sin pesares. En él hay rarezas simpáticas, abundan el misterio y las sorpresas, y la fantasía tiene carta de naturaleza. El cierre del libro añade un plus de radical ambigöedad: ¿es cierto o falso lo que cuenta el "gran mentiroso" del abuelo?

Y es que nada, menos inocencia, hay en la literatura inventiva de Garzo. Entra en ella incluso esa intención didáctica propia de los apólogos (y eso es en cierta medida esta novela) de proponer normas de conducta o criterios morales. No faltan los ejemplos al respecto. Se afirma que no se puede entender a los demás y que la única manera de estar al lado de los seres queridos es sin juzgarles. Se sostiene que la naturaleza humana no es ni buena ni mala. Y se deja caer que sólo el amor hace que no vivamos en vano.

Bajo la escritura poética de Garzo palpita un texto profundamente ideológico. Discutible, pero no intransigente, y desde luego escurridizo. A veces tiende a un reblandecimiento intelectual y sentimental, y a un fuerte conservadurismo. Otras eleva vigoroso la voz contra la injusticia. En cualquier caso, la novela, como las restantes del autor, tiene una valiosa intención de interpretar la realidad, hacer una apuesta y llevar a cabo una seria reflexión moral. Se trata de un libro filosófico.

El aparente eclecticismo de la novela tiene una perfecta correspondencia con su ideación artística general que consiste, ante todo, en el desarrollo de un afortunado juego entre realidad e irrealidad, para lo cual la fábula se sitúa en la linde misma en la que lo real y cierto permiten pasar a lo fantástico. Este es el primer y capital recurso de El valle de las gigantas: situar los hechos no en espacios alegóricos sino en una geografía cierta, Tordesillas, Simancas y un pueblecito, Pesqueruela, que no sé si existe pero que resulta real en extremo. El salto de la geografía natal del autor a escenarios fabulosos se produce con verosimilitud y naturalidad. Y todo ello lo arropa en impresiones e ideas que hablan de verdad y mentira, del engaño y de lo auténtico. En fin, la fábula se nutre de pensamiento y emociones contrapesados hasta obtener una historia amena, que se lee como un cuento y da que pensar como un ensayo.