Image: María Bonita

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Novela

María Bonita

Ignacio Martínez de Pisón

1 noviembre, 2000 01:00

Anagrama. Barcelona, 2000.153 páginas, 1.900 pesetas

Se trata de una obra llena de sutiles detalles, finas percepciones que una escritura pulcra y precisa se encarga de subrayar. Excelente narración

Una vez más, Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) ha escogido una historia a su medida: la infancia y la entrada en la adolescencia de una niña, con sus inquietudes, sus vagas aspiraciones, sus momentos de desolación, su deslumbramiento al entrever, en el mundo de su tía Amalia, una vida posible y una red de afectos muy distintos de todo lo que le ofrecen su pobre hogar y unos padres distantes, amargados y adustos. La vida brillante y desahogada de la tía Amalia y la confrontación con el ambiente gris y menesteroso en que se desenvuelve la existencia cotidiana de María conducen a reflexiones como ésta: "Si yo hubiera podido elegir una madre, habría optado sin dudarlo por la tía Amalia. Sí, me habría gustado ser hija suya [...] y oler como la tía Amalia, que olía a canela y a pétalos de rosa, y no como mi madre, que olía a ajo y a leche agria" (pág. 19). El relato, puesto enteramente en boca de María, funde con naturalidad la perspectiva infantil y las observaciones propias de una narradora ya adulta, que rememora los hechos tiempo después y trata de reconstruir las impresiones y los estados de ánimo tal como se produjeron en su momento. La niña presencia escenas cuyo sentido último no siempre logra descifrar y la narradora intercala o añade reflexiones y juicios que corresponden más bien a la edad adulta en que la memoria rehace el pasado: "Yo estaba bastante confundida por lo que había visto, pero en el fondo no podía dejar de sentir cierta satisfacción. La perversa satisfacción de quien ve cumplirse sus más oscuras intuiciones" (pág. 50).

Este territorio infantil es, con pequeñas variaciones, el escenario habitual de los relatos que hasta ahora ha publicado Martínez de Pisón. Y seguramente hay en la actualidad pocos escritores -si es que hay alguno- tan dotados como él para el buceo en los estratos más profundos de estos personajes de personalidad aún borrosa, que abren con dificultad sus ojos al mundo de los mayores, visto parcial y elusivamente, interpretado a medias, convertido en una suma de hechos opacos no siempre comprensibles. Los desajustes en la comunicación entre padres e hijos, el desarrollo de una conciencia enfrentada a realidades y valores desconocidos, el choque de lo deseado o lo imaginado con la realidad circundante, son algunas de las características que el escritor aragonés inyecta en sus personajes con extremada eficacia. Sus criaturas, apenas dotadas de corporeidad, perfiladas con toques mínimos, poseen, sin embargo, hondura psicológica y verosimilitud. El dilema de María, resuelto en su preferencia por la tía Amalia frente a la madre, coloca los sentimientos por encima de las normas sociales. Esto es, por así decir, lo literario, y la decisión de seguir a su tía y compartir con ella un futuro incierto es propia de un personaje soñador al que fácilmente se encasillaría como romántico. En el orbe de la historia narrada, los sucesos son más prosaicos, y es precisamente el arrebato sentimental de tía y sobrina lo que destruye ese mundo idealizado y provoca un final devastador en el que las constricciones sociales acaban por imponerse. Por eso la que podemos considerar vida adulta de María se erige sobre una sensación de culpabilidad que marcará para siempre su espíritu. El final de la infancia representa también el final de un sueño que incluía una vida feliz, repleta de lujo y afectos, y el personaje reconoce : "Sólo entonces me di cuenta de que yo había tenido la culpa de todo" (pág. 153). El gesto de acogida de la madre en las últimas líneas de la novela -que hubiera sido preferible dejar en simple apunte, en pura alusión, podando las palabras demasiado explícitas de María- sugiere que el cierre de una etapa vital engañosa y difícil se ha consumado y que ahora se inaugura otra, tal vez más apegada a la realidad y más acorde con las convenciones, pero con el lastre de un pecado original, porque su punto de partida es lo que María sentirá ya para siempre como una acción culpable.

María bonita -título intencionado no sólo por la coincidencia con el nombre del personaje, sino también porque la letra de la canción insta a recordar una etapa feliz- es una obra llena de sutiles detalles que una escritura pulcra y precisa se encarga de subrayar. Multitud de imágenes fugaces permanecen como expresivos destellos en la memoria del lector: la madre vistiéndose con su mejor ropa gastada para ir a Madrid, la tía Amalia secándose y cepillándose el pelo, la maleta de cartón con que viaja María, Don Juan de Borbón y su séquito cenando en Estoril, el paso por la aduana, el encuentro en el tren o la sonrisa triste de tía Amalia, ya esposada, a manera de muda y amarga despedida. Excelente narración, muy bien compuesta y escrita. Digámoslo sintéticamente: literatura de calidad.