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Sangre
Mercedes Abad
8 noviembre, 2000 01:00En esta novela Mercedes Abad demuestra que posee los instrumentos adecuados y una mirada irónica que va inventariando los aspectos más ridículos de la realidad, pero se echa de menos la concatenación de una historia
Pero pasar de ahí al viaje en el tiempo constituye una ruptura en la línea narrativa que no beneficia en absoluto al conjunto.
Este quiebro en el plano de la historia resulta especialmente perceptible porque, además, el estilo sobrepasa con mucho a la invención. El estilo inyecta novedad en una escena tan consabida y previsible, gracias a la literatura narrativa y, sobre todo, al cine, como la visita a los padres, y ocurre lo mismo con ciertas reflexiones de Marina -pág. 151- o con el esbozo de tipos y personajes cuyas vidas posibles construye imaginativamente María, a la manera del Don Sandalio unamuniano: "A veces son personas que veo en el metro, o en la calle [...] y que, por algún motivo, espolean mi curiosidad hasta el punto de fabricarles un universo a medida" (pág. 61). Es el caso de la "construcción" de Markus Barta, llena de sutileza narrativa.
Es sin duda en este delicado estrato estilístico, prueba decisiva para cualquier escritor, donde reside por ahora la fuerza mayor de Mercedes Abad. Su dedicación a los textos breves, narrativos o de otra índole, le ha proporcionado una destreza que brilla sobre todo en la composición de escenas, pero que se echa de menos en la concatenación de los componentes de una historia y, sobre todo, en su visión global, en la perspectiva que ordena y dispone los hechos con vistas a un desenlace nítido que justifica todos los sucesos anteriores y da razón de ellos. Para llegar a este punto, Mercedes Abad posee los instrumentos adecuados y una mirada irónica que va inventariando los aspectos más ridículos y deplorables de la realidad. La espontaneidad aparente y el desenfado en la expresión no logran enmascarar esta visión crítica y ácida de múltiples convenciones sociales, ni tampoco el brote continuo de fórmulas expresivas que otorgan novedad y sorpresa a cualquier aseveración, como sucede en la buena prosa literaria. Markus es "de anatomía tan rotunda como un zigurat babilónico" (pág. 60). O bien: "El enemigo se aplica con ahínco a la innoble tarea de desmantelar mis recuerdos y [...] hay fragmentos que han dejado de estar disponibles en catálogo" (pág. 71). Y esta otra confesión: "Ya podía mi madre desgañitarse preguntándome [...], que yo tenía la cuenta corriente de respuestas en números rojos" (pág. 105). El lector podrá disfrutar con muchos otro pasajes semejantes. Si Sangre es una novela fallida, encierra suficientes elementos para garantizar que su autora puede llegar mucho más lejos. Necesitará para ello contar con una historia adecuada y centrarse más en construir una novela que en trazar minuciosamente el autorretrato de un personaje.