Image: Mientras vivimos

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Novela

Mientras vivimos

Maruja Torres

8 noviembre, 2000 01:00

Premio Planeta. Planeta. Barcelona, 2000. 264 páginas, 2.750 pesetas

Hay en esta obra un cambio de registro muy acentuado. El enfoque satírico y humorístico de Torres ha sido sustituido por una perspectiva dramática

Hay, de entrada, en Mientras vivimos un cambio de registro muy acentuado respecto del habitual en Maruja Torres. Su frecuente enfoque satírico y humorístico de la vida ha sido sustituido por una perspectiva dramática. La conocida periodista, y también ocasional narradora, evidencia así su voluntad de construir una fábula liberada de cualquier contaminación estilística de sus escritos anteriores y de presentarse con el claro perfil de novelista. El nuevo registro desemboca en un terreno insólito en ella, pues, lejos de ese revulsivo nihilismo suyo, bordea el melodrama y éste se cierra con una situación que está a sólo un paso del final feliz.

Mientras vivimos es una novela de corte muy tradicional, en la línea del relato psicológico de personaje. Se divide en tres bloques encabezados por el nombre de cada una de las mujeres que lo protagonizan, pero esta construcción descansa en un único esquema básico que desarrolla las relaciones de una de ellas, Regina, con las otras dos. Una crisis al borde de los 50 años lleva a Regina a recuperar sus problemáticos vínculos en el pasado con quien fuera su maestra, y amante de su padre, la fallecida Teresa, y a proyectarlos en Judit, su veinteañera ayudante y discípula. Se trata, pues, de un relato moral por cuanto expone cómo una indagación en la conciencia a través de la memoria sirve para rectificar el rumbo de una vida. Un breve epílogo hace explícito ese sentido aleccionador.

Esta trama encierra varios asuntos entrelazados. Ocupan un buen lugar las relaciones humanas y su componente de egoísmo y ceguera. Es tal vez la zona del relato que contiene una vibración más feliz, prolongada en un retrato certero de la soledad, todo ello surgido de una reflexión sincera y vivenciada. Otro destacado espacio se lleva la situación actual en la sociedad de una clase de mujer independiente, profesional y culta. Este asunto adquiere un alcance testimonial referido al reconocimiento de rasgos inéditos en el sentir femenino, en especial los relativos a la sexualidad, la maternidad y la vida en pareja. La simpatía feminista del texto no oscurece, sin embargo, los conflictos surgidos de este cambio revolucionario. Más al fondo, en fin, se hallan lúcidos apuntes sobre la trayectoria de frustración y fracaso de los últimos jóvenes antifranquistas por los cuales afluye una reflexión generacional.

Esos motivos se imbrican en el que configura la línea anecdótica principal: las exigencias de autenticidad y rigor en la creación literaria, montadas sobre la situación de desaliento agudo y de impotencia crea tiva que padece una escritora famosísima, la mencionada Regina. En este sector figuran tanto la denuncia del consumismo causante de falsos valores artísticos como una paladina defensa del rigor al que debe someterse el creador verdadero, sujeto al requisito de "ser él mismo".

Como se ve, Maruja Torres hace una novela fuertemente contenidista y afronta un buen número de cuestiones notables y de plena vigencia. Se nota ahí la ambición y seriedad de su empeño, pero no puede decirse que éste se acompañe de un pleno acierto en su tratamiento. Toda la novela está lastrada por el peso de los tópicos. Abundan en el terreno verbal. La autora no tiene muy en cuenta lo que ella misma sostiene en el propio texto, que no es lo mismo redactar que escribir. Se utiliza un estilo bastante plano que se impregna de expresiones pretenciosas o falsamente literarias. A ello suena el que Judit diga "soy letra, soy papel", que hable de su "desposeimiento simbólico" o que apele a Regina con un "tu alma ensancha mi alma". Podría justificarlo el que la chica lo ponga en un cuaderno íntimo con pretensiones crea tivas, pero no hay coartada para que alguien diga en una conversación algo tan subido como "tu omnipotencia me vuelve impotente".

Otras veces la lengua es desafortunada ("pruebas de corrección" de un libro) o da lugar a una prosa narrativa convencional: alguien va a la cocina "para servirse agua"; se empieza una "sempiterna" historia de amor; se siente una "meliflua desorientación"; se percibe un olor como el "epitome de los recuerdos" de una persona; se considera La Regenta "una obra cúspide".

Esta flojera expresiva tiene su correlato en el campo de la ideación, donde las simplificaciones imaginativas llevan por momentos a los personajes a la proximidad del tipo: una autora consagrada que necesita un camino de Damasco para reconocer el fraude de toda su obra, un patito feo convertido en bella sin escrúpulos, una benemérita agente literaria que "desde el mismo ascensor seguía velando por los intereses" de su "cuadra" y que hasta en los taxis se acompaña de unos cuantos originales... Ha de añadirse una fuerte sentimentalización de los sucesos, y de la historia en su conjunto, que tiende a trivializar las posibilidades que hay en ellos de convertirse en un drama genuino.

Mientras vivimos es una novela muy anecdótica cuyos contenidos abarcan la pluralidad de frentes mencionados: tiene una triple dimensión, psicológica (retrato de agudos conflictos de ambiciones, deslealtades, desfallecimientos), artística (defensa de la autenticidad literaria: "una novela es como una pasión o no es nada") e histórica (el papel actual de la mujer). Pero el valor del fondo no cuaja en una forma satisfactoria. Eso sí, en virtud de esa materia humana, cultural y social, contada con agilidad y mezclada con buenas dosis de peripecias emocionales, la lectura resulta entretenida e interesante.