Una fuente inagotable
Martin Walser
15 noviembre, 2000 01:00Una fuente inagotable dista mucho de ser una novela lograda. Se acomoda a una suerte de indefinición que frustra un proyecto interesante
Aquí nos ofrece, por el contrario, una visión de aquella otra Alemania humillada por el tratado de Versalles que considera a Adolf Hitler el caudillo que le devolverá el orgullo y acabará con el caos económico. Precisamente en el seno de su propia familia se encarnan la contradicción entre quienes, como la madre, ven en el Föhrer el salvador, lo que le lleva a entrar en el partido nazi, y la actitud representada por el padre, veterano del 14, que desde antes de que Hinderburg lo nombre canciller tiene ya muy claro que "Hitler significa la guerra" (pág. 53). Una fuente inagotable traza, así, a lo largo del periodo que va de 1932 a 1945, no sólo la trayectoria de un aprendizaje individual, con el habitual capítulo de las iniciaciones sexuales, sino también la del "resistible ascenso" del III Reich, visto desde el microcosmos de la pequeña localidad natal de su protagonista y de su autor. "El pueblo era como la condensación de la humanidad" (pág. 287), leemos en una de sus páginas, y por ello el escritor opta por narrar la historia de Alemania entre los años indicados a partir de lo que la sociedad municipal de Wasserburg goza y sufre de ella.
No es la primera vez que Walser se ocupa del nazismo, en el que centraba ya, en 1964, su texto teatral El cisne negro, pero lo que se nos ofrece aquí es la clave de cómo Hitler pudo llegar a tanto gracias al apoyo de un pueblo crédulo y humillado. No hay una especial diatriba contra los nazis locales. El primer líder del partido en Wasserburg es un carpintero de ribera, el señor Minn, que romperá su carnet cuando Hitler ya gobierna porque el maestro del pueblo se había burlado de la virginidad de María en el transcurso de su conferencia titulada "Navidad, una fiesta alemana". Las profundas convicciones evangélicas de Minn, y de su hijo, que ya vestía el uniforme de las SA de la Marina, les habían obligado a abandonar "aquel partido de ateos" (pág. 243), y dar paso a un nuevo jefe local, el funcionario de aduanas Harpf, al que muy pronto corresponderá el triste papel de heraldo de las muertes que desangran Wassenburg y toda Alemania.
Una fuente inagotable dista mucho, sin embargo, de ser una novela lograda. Se acomoda a una suerte de indefinición que frustra un proyecto realmente interesante. Ni profundiza en la vertiente lírica, intimista, propia de las novelas de aprendizaje cuando someten la amplitud del mundo a la conciencia subjetiva del héroe, ni opta, en sentido contrario, por otra dimensión de entre las posibles, la memorialística, en donde el personaje interesa en cuanto protagonista o testigo de los grandes acontecimientos colectivos que le tocó vivir. La novela de Walser aparece lastrada, sobre todo en su primera parte, por un detallismo más onomástico y circunstancial que propiamente descriptivo a propósito del pueblo de Wasserburg, pintado aquí más como objeto de censo que de una genuina recreación literaria.