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Cuaderno de viaje
Salvador Compán
13 diciembre, 2000 01:00Ésta es una buena novela en la que se integran con coherencia elementos de una crónica familiar y episodios folletinescos en un marco histórico del siglo XIX
Cuaderno de viaje aprovecha la historia como telón de fondo para componer una crónica familiar entre la biografía y la novela. El narrador es un periodista y escritor de nombre común, Juan García Martínez, que vive en Madrid de publicar novelones por entregas. En enero de 1874 recibe la carta de unos parientes de fortuna para que vaya al pueblo jiennense de Aroca. Su cometido será maquillar el pasado del matrimonio formado por el juez Cándido Espejo (nótese la ironía del nombre) y Margarita Seisdedos, cuya familia ha protagonizado sucesos nefandos que ahora su marido quiere lavar en una biografía por encargo. El cuaderno de viaje es así el soporte donde el narrador va anotanto los resultados de sus investigaciones. En ellas la crónica familiar hunde sus raíces en el período histórico en que transcurren los sucesos del presente y del pasado. Pues las averiguaciones del narrador se desarrollan a lo largo del año 1874, con referencias a la asonada del general Pavía y a las tensiones políticas y sociales que llevan a la caída de la Primera República. Lo descubierto en sus pesquisas nos retrotrae a más de medio siglo antes cuando los antepasados de Margarita perpetraron sus fechorías en continua defensa de las fuerzas reaccionarias desde la Guerra de la Independencia hasta su acumulación de riquezas en Aroca y su oprobiosa muerte en una mancebía en 1836, con las secuelas de venganza en la persona de un inocente y la ulterior peripecia folletinesca de un hijo echado a la vida con una prostituta. Todo esto lo quiere blanquear el juez Espejo en la biografía encargada a su autor a sueldo. Lo cual propicia la reflexión sobre la ética del escritor, con la paradójica contraposición entre la mentira de la biografía y la verdad de la novela. Porque la crónica familiar maquillada camufla los hechos en una versión falsa y, en cambio, la novela que el narrador quería escribir con los materiales de sus investigaciones -la novela que acabamos de leer-, restablece la verdad de lo ocurrido en la historia.
Esta confrontación entre mentira y verdad, entre biografía y novela, constituye un acierto literario. De ello es consciente el narrador cuando acepta que "las novelas no son molinillos de viento sino tornavoces para corregir a gritos los agravios de la historia" (pág. 103). Lo cual es un adelanto de su concepción de la novela finalmente escrita para reparar su claudicación artística: "Siempre he pensado que al acto de escribir debiera ser no un repintar la realidad sino un descarnarla de sus capas de pintura para mostrar su naturaleza" (pág. 280). Así se introduce el componente metanarrativo que, con su autocrítica acerca del deber del autor y del proceso creativo de la novela, da unidad a un texto proteico en su diversidad de materiales y registros. Ahí radica otro de los aciertos. Y, salvo algún desajuste temporal de poca monta y el error de "andara" (pág. 213), también el estilo en sus variados registros, acordes con el perspectivismo múltimple, enriquece la calidad de esta novela recomendable.