Image: La patria de las hormigas

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Novela

La patria de las hormigas

Javier Tomeo

13 diciembre, 2000 01:00

Anagrama. Barcelona. 2000. 156 páginas. 1805 pesetas

Por el uso de la ironía, por la simplicidad del relato, por todo, La patria... nos lleva al peculiar universo imaginativo y moral de Tomeo. Pero esos rasgos suenan a algo ya conocido

Hace poco, apenas un año, Javier Tomeo contaba en Napoleón VII la historia de Hilario H., un jubilado que ha consumido media vida archivando facturas y que al verse un día en el espejo se cree el Emperador francés. Ahora, en La patria de las hormigas cuenta la peripecia de un tal Juan H., un empleado de una compañía de seguros que se ocupa de ordenar y archivar facturas. Tal llamativa coincidencia revela la profundísima vinculación entre la mayor parte de los escritos de este Kafka aragonés cuyos relatos giran en torno a unas mismas obsesiones.

Entre esos motivos reiterados, destaca la propensión de Tomeo a crear un moderno bestiario en el que los animales adquieren una dimensión alegórica. Esta otra coincidencia entre bastantes textos suyos funciona igualmente en su nuevo libro, aquí en la forma de un ejército de hormigas que amenaza enseñorearse de la modestísima pensión de un pueblo costero al que ha ido a pasar siete días de vacaciones el citado Juan H. La novela refiere de un modo muy sucinto cómo esas contadas fechas playeras se suceden con abrumadora monotonía. El personaje gasta su tiempo en repetidas visitas a un chiringuito, en tomar anís y copas dobles de coñac, y en conversaciones sin sentido. Todo eso mientras ejerce de donjuán tímido y acomplejado que pone en práctica una enfermiza persecución de la mujer. El resultado de estas acciones improductivas es la forja de un ambiente asfixiante en el cual se patentiza el absurdo de la existencia. En ese medio flota, incapaz de reconocer la realidad, este personaje patético, que produce enorme ternura porque Tomeo no lo trata con crueldad, ni siquiera con desapego.

Juan H. (la cubierta del libro lo llama Juan K., errata curiosa, pues no es inadecuada la resonancia de El proceso o El castillo kafkianos) se convierte en el vivo retrato de la soledad. Ello resulta de un rasgo típico de Tomeo muy bien señalado por el mayor estudioso de su obra, Ramón Acín, desvelar la perplejidad de las personas en un mundo como el nuestro actual dominado por la hiper-realidad o la simulación. Consciente de su nulo peso, este personaje desvalido y atolondrado, pero con momentos de lucidez, raro como tantos otros del narrador aragonés, no puede por menos de preguntarse qué somos, qué papel tenemos en el teatro del mundo, si acaso no seremos nada más que víctimas de una inteligencia superior. Ese perentorio cuestionario desemboca en un desaliento total, porque en él falta la fe cristiana -central en nuestra civilización- en el poder redentor del dolor. "¿Y si esa inteligencia me hubiese situado en esta mesa, en una espera inútil, sólo porque considera que la copa de mi amargura no está todavía colmada?", se pregunta Juan H.

No es, sin embargo, este tono especulativo y esta dimensión metafísica la habitual en la novela, sino la presentación escueta de hechos, la creación de atmósferas enigmáticas, la insinuación de fenómenos con un límite inconcreto o irreal. Ahí cristaliza una certera imagen del fracaso y cobra vida una eficaz metáfora de la incomunicación, apoyada en unos diálogos sin respuesta y también en algunos intencionados elementos como la sordera o el ruidoso televisor.

Por la cualidad de las anécdotas, por el carácter de los personajes, por el sentido de la vida, por el uso de la ironía, por la simplicidad del relato, por todo, en suma, La patria de las hormigas nos lleva al peculiar universo imaginativo y moral de Tomeo. Pero esos rasgos suenan a algo ya conocido y la novela pierde la capacidad de sorpresa que se espera de esta clase de literatura. Aunque muchos buenos escritores tiendan a reiterar de formas varias un mismo libro, siempre evitan la rutina, algo que, en esta ocasión Tomeo no ha evitado: escribe como siguiendo una fórmula, su propia fórmula, que aplica con desgana, aunque con oficio. No hay en esta novela la poderosa inventiva de otras veces, ni la fuerza de esas paradojas suyas. La misma trama parece el sostén de un relato corto engrosado para que dé una novelita.

Para mí tengo que La patria de las hormigas se ha escrito con la ley del mínimo esfuerzo y bajando la guardia de la exigencia que el autor debe pedirse a sí mismo, y que, desde luego, podemos reclamarle quienes, porque lo leemos con gusto, admiración y simpatía desde sus inicios, sabemos que es capaz de empresas más arriesgadas y ambiciosas. De todos modos, sin ser una de las mejores novelas de Tomeo, sí posee los atractivos básicos que distinguen al conjunto de su obra.