Image: La Celestina

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Novela

La Celestina

Fernando de Rojas (y “Antiguo autor”)

20 diciembre, 2000 01:00

Edición de Francisco J. Lobera y Guillermo Serés, Paloma Díaz-Mas, Carlos Mota e Iñigo Ruiz Arzálluz, y Francisco Rico. Editorial Crítica. Barcelona, 2000. CCL + 874 páginas

¿Qué es un libro que no se lee? Y Blanchot responde: Algo que todavía no se ha escrito. A semejante conclusión se llegará después de sumergirse en las mil cien páginas de esta última edición de La Celestina. Tragicomedia de Calisto y Melibea que Francisco Rico acaba de presentarnos, tras ocho años de trabajo con un competente equipo de las Universidades Autónoma de Barcelona y del País Vasco. Su bagaje representa una verdadera enciclopedia literaria, a la que han prestado su concurso todas las disciplinas filológicas: la genética textual, la ecdótica, la historia de la literatura, la estilística, la teoría literaria, la literatura comparada... El aparato crítico, las notas complementarias y la bibliografía constituyen un filón exhaustivo de iluminaciones sobre la famosa tragicomedia, a lo que el prólogo añade un completo estado de la cuestión, con aportaciones novedosas y toma de postura ante los asuntos más disputados sobre la obra y sus autores, sobre la transmisión de su texto y el análisis de su universo de ideas y formas. Francisco Rico, director de la "Biblioteca clásica", es responsable de las pautas generales de la colección, que aquí se siguen escrupulosamente, sobre todo en lo que se refiere a ofrecer un "clear text" perfectamente legible, y a "la elucidación del sentido literal de la obra" (pág. CCL). Por lo demás, el director ha trabajado codo con codo con sus colaboradores, reservándose la autoría de un estudio preliminar que merece comentario aparte.

Si un libro no leído es un libro todavía no escrito, un texto deturpado vicia de raíz la lectura más talentosa que de él se pueda intentar. De ahí la necesidad de la filología como mediadora entre la voluntad el autor y la hora del lector. Esta edición de La Celestina viene a ser en sí misma, y por diversas razones, un verdadero monumento a la lectura. O mejor, a las lecturas. En primer lugar, a las efectuadas por los propios editores, que tanto en sus escrutinios textuales como hermenéuticos no están haciendo otra cosa que leer la obra que Fernando de Rojas escribió por estímulo de un auto anónimo: "leílo tres o cuatro veces, y tantas cuantas más lo leía, tanta más necesidad me ponía de releerlo y tanto más me agradaba, y en su proceso nuevas sentencias sentía". Lectura admirativa la suya, bien cierto, pero no exenta de "misreadings" como el que Martín de Riquer advirtiera en un luminoso trabajo de 1957: el joven jurista de Puebla de Montalbán no comprende que los amantes se encuentran inicialmente en la iglesia, e inventa el expediente de la huida del neblí cuyo dueño intenta recuperar adentrándose en los dominios melibeos. Pero la clave del criterio ecdótico que aquí se aplica, como también la de la rotunda atribución de la obra tanto a Rojas cuanto a un "antiguo autor" (así nombrado por primera vez en los créditos editoriales) está en conceder la última palabra -y nunca mejor dicho- a la lectura que aquél hace de su Comedia de Calisto y Melibea con dieciséis actos para transformarla en la Tragicomedia de veintiuno, restituyendo además las 130 inserciones, supresiones y modificaciones parciales en el lugar que el segundo autor quiso darles, enmendándose a plana a sí mismo. Rico ofrece al público contemporáneo, por vez primera, el texto depurado que Fernando de Rojas fijó como definitivo para el único fruto de su minerva, luego editado, traducido o incluso parafraseado con tanta prolijidad que lo hizo el libro español más leído y notorio de nuestros Siglos de Oro.
No sería difícil que un trabajo colectivo de esta envergadura y extensión, aun cuando dirigido con firme batuta, adoleciese de ciertos desajustes. Sin embargo, todo parece obedecer a un designio que en las páginas del estudio preliminar se plasma brillantemente. Rico rinde merecido homenaje a dos grandes lectores de La Celestina, María Rosa Lida y Stephen Gilman. En la estela de sus aportaciones, hace una lectura de la Tragicomedia como la transformación genial en novela de una comedia humanística escrita en lengua vulgar, que "pide a voz en grito ser leída con la tradición realista de la Edad Contemporánea como trasfondo" (página XVIII).

El filólogo que propone tal cosa es el autor de Problemas del Lazarillo (1988), el mismo que veinte años antes nos había abrumado con su edición de esta primera novela picaresca y del Guzmán de Alfarache (1967), y luego había renovado en profundidad nuestra crítica literaria con La novela picaresca y el punto de vista (1970). Al reeditar en nuestro año 2000 este estudio, le pone una posdata cuya tesis viene a ratificar su lectura de La Celestina. Se trata de que el Humanismo propugnaba una literatura realista, atenta más a la mimesis de las cosas que a la imitatio de los modelos. Rico comparte el incomodo de María Rosa Lida por el ninguneo de La Celestina en el conocido libro de Auerbach sobre la realidad en la literatura. Insiste, por ello, en la "vocación realista", "la clara voluntad realista", la "avidez realista" o la "intención realista" de Rojas, que provoca una respuesta semejante en sus lectores de antaño y de hoy. Francisco Rico, que siempre me ha parecido el más teórico de los antiteóricos españoles, se identifica así, sin el más mínimo lastre de militancia escolástica, con quienes consideran la mimesis literaria como una poderosa ilusión nacida del trato entre unos textos y sus lectores. Como, por caso, los de La Celestina, que reconocemos en ella la misma virtualidad que Flaubert ponderaba en Walter Scott: su público, sin conocer los modelos de que partía, encontraba sus retratos muy parecidos, "et l’illusion était complète". Y todo por mor de un prodigioso artificio lingöístico, por el empleo sabiamente retorizante de la "lengua común vulgar" que reclamaba Lorenzo Valla. Con ella, el antiguo autor y Fernando de Rojas construyen "parlamentos que nos prenden por una extraña fuerza de convicción, por la apariencia de estar aduciendo las únicas palabras que hacen justicia a los particulares evocados" (página XXXV).

Por cierto, tanto o más que Auerbach pecó de omisión al ignorar La Tragicomedia de Calixto y Melibea el Mijaíl M. Bajtín teórico del dialogismo y la polifonía, o también de la poética carnavalesca, que el gran maestro ruso jaleaba como primicia en el Pantagruel rabelesiano, escrito un tercio de siglo después que nuestro clásico.