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Vías de extinción
Ángela Vallvey
20 diciembre, 2000 01:00A estas cualidades, Vallvey añade la de marcar un territorio no inédito, pero sí propio en el contexto de nuestra prosa de ficción. Por un lado, tiene una mirada crítica e incisiva sobre el mundo, a mil leguas de ese agobiante culturalismo que sólo se fija en problemas del mundillo de la creación, olvidando las mil ofensas que nos inflige la vida. Por otra, se aparta de ese intimismo e introspección habituales en la abundante narrativa femenina y hace un relato volcado en lo exterior, en unas ciertas formas de la realidad más próxima.
El argumento de Vías de extinción no debe contarse, ni aún resumirse, porque se corre el riesgo de dar una idea muy pobre de él, de convertirlo en una anécdota un poco tonta. ¿Cómo no pensarlo de la peripecia de un grupo de abueletes que rapta el día antes de su boda a una famosa de la televisión para obligar a su multimillonario padre a pagar las 5000 pesetas que éste no abonó a una prostituta por los servicios realizados? Y, sin embargo, esa ocurrencia adquiere un espesor que sirve para ilustrar las radicales contradicciones de la sociedad actual, desveladas a partir de actitudes y pensamientos de ese estrafalario grupo de gente de la periferia obrera de Madrid.
Pero antes de que se redondee esa visión crítica de un mundo tremendamente desigual, de pobres dignos e idealistas conviviendo cerca de financieros salvajes, el del "infierno tardocapitalista", objetivo último de la novela, ésta tiene valor intrínseco como relato disparatado, jocoso y ácido, de soterrada y reivindicadora amargura. La historia oscila entre el sainete arnichesco, la comedia de equívocos, el esperpento y el absurdo de los hermanos Marx. También tiene buena dosis de costumbrismo satírico. Esta deliberada mezcla de estímulos se sostiene en un humorismo vitriólico tanto de situaciones como verbal. Este planteamiento hace que los personajes tiendan al tipo, pero no carecen de la suficiente individualidad. Las situaciones se desarrollan a buen ritmo. Los diálogos tienen vivacidad y están hechos con muy buen oído para la lengua coloquial, en la que confluyen el desgarro expresivo y ciertas manías expresivas caracterizadoras del grupo social de los protagonistas. De todo ello resulta una historia que se lee con placer y que deja un regusto ácido cuando la farsa se convierte en drama en las últimas líneas.
Ese disfrute de un humor inteligente e irónico no impide el auténtico alegato que contiene la novela contra el sistema social. El narrador apunta en varias ocasiones datos concretos de la realidad finisecular para acentuar su intención de denuncia. Y ésta resulta eficaz porque el distanciamiento impuesto por la sátira impide cualquier reduccionismo: moral o político. Valga esta fórmula del nonato realismo desintegrador para caracterizar la apuesta de Vallvey con vistas a conseguir un relato ameno y comprometido. En nuestra literatura, el humor suele tener una consideración de segunda fila: tal prejuicio no debería impedir el reconocimiento de esta novela jocosa y áspera.