Image: Una bandada de mujeres muertas

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Novela

Una bandada de mujeres muertas

Carlos Martínez Montesinos

27 diciembre, 2000 01:00

Premio Torrente Ballester. Lengua de Trapo. Madrid, 2000. 189 páginas, 2.350 pesetas

El relato que da título a este volumen es una novela corta con la que Carlos Martínez Montesinos (Albacete, 1967) obtuvo el premio Gonzalo Torrente Ballester. Le siguen once cuentos, algunos brevísimos, varios de los cuales, al menos, habían aparecido antes en revistas. Como carta de presentación de un escritor, Una bandada de mujeres muertas tiene notable interés, porque, además, todos los relatos obedecen a unas pautas estilísticas homogéneas y muy marcadas. Estamos ante un autor que posee ya unos moldes expresivos personales, y tan plásticos y variados que su presencia constante en cada línea ahoga en muchos momentos la transparencia e incluso el posible interés de los elementos puramente narrativos contenidos en las historias, que son deliberadamente descoyuntadas, en algún caso fantásticas, desmedidas, con rasgos propios del grand guignol. El lector piensa inevitablemente en los fantoches de los mejores esperpentos valleinclanescos, pero en las páginas de Martínez Montesinos la desmesura y la ferocidad son mucho más acentuadas. Los personajes pueden estallar, parir un animal o salir volando, por ejemplo, contemplados por una pupila que reproduce a veces la técnica visual y descriptiva de las historietas cómicas: "Mamá abrió la puerta del bar y nos metió a los chiquillos de un estirazón. Serenita-bala se desenganchó de la cadena familiar con el frenazo y salió centrifugada, sobrevoló las mesas planeó vertiginosa sobre las cabezas y fue a caer de culo en la cazoleta de la tragaperras, turbulenta y desgreñada, vomitando la cena" (págs. 81-82). Los ingredientes escatológicos, la fisiología a flor de piel, los comportamientos más primitivos y brutales se suceden en esta sarta de narraciones, a menudo erigidas sobre anécdotas levísimas cuyos contornos se difuminan ante el empuje avasallador del lenguaje.

Es en este terreno, el de la expresividad léxica, donde Martínez Montesinos no se ha impuesto límites y donde reside lo mejor de este volumen. Hay que advertir que, lo mismo que en las historias relatadas, existe en las elecciones lingöísticas cierta demasía, un barroquismo no siempre plausible y algunas soluciones de discutible oportunidad. Pero también, y sobre todo, una inventiva verbal sobresaliente, que encuentra sin cesar formas nuevas e inesperadas -casi siempre tendentes a la caricatura- para designar nociones que aparecen así bajo una nueva luz. Los neologismos son abundantes: Laurita es "ventimuchosa y mohína" (pág. 113), un personaje está "vaiviniendo como tentetieso" (pág. 30), otro se dedica a "froidiar" (pág.53) -es decir, a psicoanalizar- y otro presenta "ojeras negrunas de desdormida" (pág. 162), de igual modo que un traje de novia hecho jirones queda "guiñaposo y negrestino" (pág. 83). Un "parlevús" (pág. 65) es una réplica en francés; las habladurías malintencionadas son "malichismes" (pág. 130) y puede haber una "firmeza tenaza notemevás" (pág. 113), y también "urgencias aquitepillo" (pág. 112). Por analogía con derivaciones como mujerío hallamos "roguerío" (pág. 20), "plumerío" (pág. 43), "pueblerío" (pág. 129), "luterío" (pág. 161) o "vulverío" (pág. 164), entre otras. El cultismo y la españolización a ultranza coexisten con naturalidad: "supermana dominatriz" (pág. 142), "trotamunda" (pág. 154). Acaso sólo Martín Santos había llegado a estos extremos de libertad en la creación léxica. Don Andrés "era un mediomédico garcilasiano y ochentón, malvejecido, a partes iguales carpediémico y aspirinófilo, devoto del ¿Ubisunt? y de la Bayer (pág.16), y la Navidad tiene "esa noñería mazapanosa bueñuelina garrapiñada de todos los hermanos, de amigos para siempre" (pág. 48). Hay muchos ejemplos de esta naturaleza. Léase el pasaje dedicado a la presentación de un grupo de maestras "sesentonas treintañeras" (pág. 128) y se comprobará la eficacia de la visión sarcástica que el lenguaje proporciona.

En Una bandada... irrumpe un prosista original y creativo. Le falta dosificar su irrestañable tendencia -más que aprovechable, sin duda- a la formación neológica, seleccionar con mayor exigencia sus hallazgos y encontrar historias que puedan sostenerse por sí mismas y no sólo por la construcción verbal que les sirve de vehículo. A juzgar por estas páginas, y con la certeza de que habrá muchas más, porque un autor así no se resigna al silencio ni bajo tortura, el escritor se encuentra muy por encima del narrador. Será necesario esperar nuevas obras para valorar el rumbo futuro de este prosista que cuenta ya con con una envidiable ventaja inicial: esa rara capacidad verbal intuitiva que no se aprende en los manuales de redacción ni en las academias para alevines de escritores.