Image: Lectura de lo oscuro. Una semiótica de África

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Novela

Lectura de lo oscuro. Una semiótica de África

Jorge Urrutia

10 enero, 2001 01:00

Biblioteca Nueva. Madrid, 2000. 125 páginas, 1.000 pesetas

La violencia del encuentro de Europa con África fue debida a un conflicto de signos, y una de sus consecuencias fue el sometimiento de la realidad africana a una semiología ajena, la de esos "inventores" que colonizaron el imaginario de sus conciudadanos europeos

Ojalá no pase desapercibido el último libro del catedrático de la Universidad Carlos III, poeta y ensayista Jorge Urrutia. Su subtítulo lo encuadra en la magna disciplina, fundada por Saussure y Peirce, a la que el propio Urrutia ha contribuido con varias obras anteriores. Sin embargo, avisa de su distanciamiento hacia posturas semióticas excesivamente formalizadoras y ordenancistas. En este sentido, su capítulo más "académico" se titula "La semiótica como indisciplina". En vez de rigurosas construcciones fundadas en las diversas metodologías semióticas, Urrutia adopta esta referencia teórica sobre todo como un punto de vista coherente para una reflexión cultural multidisciplinar acerca de un asunto de tanto interés como complejidad. Asunto que, además, no ha tenido entre nosotros la suerte que merecía.

Efectivamente, áfrica todavía no ha suscitado en España un volumen relevante de reflexiones rigurosas. Ahí están, sin embargo, los memorables estudios saharianos y mogrebíes de Julio Caro Baroja, que tuvo en su tío novelista un fabulador del contrabando del ébano en su tetralogía del mar. Más recientemente, Luis Goytisolo escribía Mzungo, que significa extranjero en suahili, y antes había contribuido también a lo mismo el propio Juan Goytisolo. Pero hay otra obra, publicada con gran éxito hace ya casi treinta años, que tiene especial relación con la que ahora aparece y que no podría dejar de mencionarse en este contexto: La Negritud de Luis María Anson.
Urrutia confiesa con todo desparpajo que no es un especialista en áfrica, continente que tampoco ha visitado con especial frecuencia. Pero ello no es óbice para que se pueda emprender en este ensayo una muy atinada pesquisa sobre la "invención" de áfrica por parte de los europeos colonialistas del siglo XIX, en la línea de lo que Edmundo O’Gorman realizara también en 1957 a propósito de la invención de América. Esa lectura semiótica de todo un continente ignoto, tal y como fue abordado por los descubridores o "inventores" europeos, tiene por otra parte un precedente ilustre en el libro de Tzvetan Todorov sobre América, que Urrutia no menciona, como tampoco el de Anson.

En todo caso, su tesis es diáfana: "Nuestra memoria de áfrica no depende de lo que anduvieran los exploradores, sino de lo que escribieron. Y no se sostiene por lo vieran, sino por la imagen que fabricaron y vimos" (pág. 63). La violencia del encuentro de Europa con áfrica, al igual que antes había sucedido con América, fue también debida a un conflicto de signos, y una de sus consecuencias menos gratas resultó ser el sometimiento de la realidad africana y americana a una semiología ajena, la de aquellos "inventores" que tuvieron además la prerrogativa de colonizar el imaginario colectivo de sus conciudadanos europeos con una monumental tergiversación . Por eso el libro de Urrutia trata de "esa áfrica que sólo existe como mito".

Un mito que, a los efectos de las tesis de Urrutia, comienza en 1878 con el libro de Henry M. Stanley Trough the Dark Continent, de donde viene "lo oscuro" cuya lectura aquí se nos propone. Gran admirador suyo era el explorador vasco Manuel Iradier, que nos dejó una fuente impagable para reconstruir su proceso particular de lectura mixtificadora en la obra áfrica. Viajes y trabajos de la asociación Euskara la Exploradora. Urrutia no descuida un aspecto importante: las ilustraciones de los libros que en relación a áfrica desempeñaron la misma función que las crónicas de Indias con respecto a América. Se va creando así una iconografía igualmente tergiversadora que llegará a su paroxismo con el áfrica de cartón piedra inventado por Hollywood.
Fiel a su propósito de no apurar metodologías semióticas mecanicistas, Urrutia mantiene a lo largo del libro un tono ensayístico que resulta grato al lector, pero no renuncia a mencionar algunas polarizaciones tales blanco/negro, vestido/ no vestido, o civilización /barbarie útiles para el desarrollo de sus argumentaciones. En la literatura y la iconografía africanista los polos positivos se identifican con Europa, y "todo ello acaba por construir un universo que se impone a los propios africanos, los cuales aumentan día a día las filas de los renegados que abandonan sus sistemas culturales" (pág. 116).

Pero esta traición que el colonialismo semiótico europeo es capaz de inocular en los propios africanos provocó, precisamente, una reacción homeopática, en cuanto basada en los mismos recursos intelectuales y pertrechada de las mismas armas del colonizador. Es el movimiento de la Negritud, que comienza a generar una difusión semiológica autóctona de áfrica desde el París de los años 30, cuando revistas como "Légitime Defense" o "L’étudiant Noir" preparan el camino al grupo de "Présence Africaine" liderado por León Delmas, Leopold Sedar Senghor y Aimé Césaire. Presencia africana, no mitología colonial, es el objetivo del grupo, que si bien es cierto que tuvo una dimensión literaria predominante, significó mucho más, tal y como Luis María Anson postulaba en su libro de 1971. Simplemente, el propósito de desplazar los signos mostrencos de áfrica por los que debían representarla genuinamente ante los europeos.