Novela

Las maravillas de mi vida

Javier Salinas

10 enero, 2001 01:00

Alianza. Madrid, 2000. 355 páginas, 2.500 pesetas

"Ser escritor, como ser músico o piragöista, es un asunto complicado", afirma en la primera línea de esta novela su narrador-protagonista. En efecto. Salinas, bilbaíno de 28 años, autor de un par de libros de poemas, desembarca con esta extensa novela en la narrativa, y lo hace armado con grandes dosis de ambición. Y acaso con un cierto lastre poético, que asoma en esa rabiosa voz del yo combinada con una casi absoluta falta de acción, las dos señas de identidad más evidentes de esta obra.

¿Qué narra esta historia? El lector se lo preguntará también, al terminar de leerla. Y sus respuestas no serán, ni mucho menos, clarificadoras. Su protagonista, un aprendiz de escritor llamado Pablo Moreno, se debate durante un verano en Madrid entre su crisis sexual y sus deseos de escribir. Para ello se ha instalado en una nueva casa, de la que apenas sale y allí toma la decisión de contar su vida. Una vida que empieza con su nacimiento, a bordo de un avión de camino a La Meca, y que termina en su conversión a hombre casado y con prole. Lo increíble resulta que apenas se nos cuenta nada de lo que sucede entre ambos momentos.

En realidad, la acción de este libro es lo de menos. Al autor no le importa el "qué", sino el "cómo". Un cómo que se traduce en un forzado discurso del narrador que pretende ser directo, desenfadado y gracioso. De principio a fin, y a veces de un modo exasperante, el narrador detiene el relato de la acción para interpelar a su público, y para reflexionar sobre cuestiones de lo más curioso. Se entiende que en la intención del autor estaba la voluntad de explorar algunos campos. El de la metaliteratura, por ejemplo. O el de esa voz del yo tan difícil de mantener que caracteriza todo el libro. Está bien que se lleven a la práctica ciertos experimentos, pero uno corre el riesgo, si se entrega demasiado ciegamente a la experimentación, de acabar olvidando que hay alguien al otro lado, y que el lector no perdona que se le olvide por mucho tiempo.

El discurso de ese narrador desquiciado que ha inventado Salinas resulta repetitivo, previsible, demasiado largo, demasiado insulso. La metaliteratura se queda sólo en el intento, y lo que quiere ser un discurso sarcástico no pasa de conjunto de chistes fáciles. En definitiva, éste se convierte en un texto farragoso que no aporta nada nuevo pero que se enreda en retóricas. Y todo ello termina con los nervios del lector más paciente. Y es que ser lector en los tiempos que corren tampoco es nada fácil.