Image: Los paisajes ascéticos de Juan Carlos Savater

Image: Los paisajes ascéticos de Juan Carlos Savater

Novela

Los paisajes ascéticos de Juan Carlos Savater

10 enero, 2001 01:00

Galería Antonio Machón. Conde de Xiquena, 8. Madrid. Hasta el 7 de febrero. De 400.000 a 1.200.000 pesetas

La última individual madrileña de Juan Carlos Savater hasta la fecha dejaba a su obra, figurativa, simbólica y dotada de un especial sentido del misterio, en un lugar raro dentro del presente artístico español. Tal ubicación hacía de ella algo intempestivo e incómodo. Savater se mostraba entonces como un pintor bastante dotado que iniciaba un proceso de desmantelamiento de su propia capacidad, un artista que quería quitarse el blusón para colocarse el mandil de artesano, un pintor volcado en una particular apuesta por desvelar mediante el paradójico sistema de ocultar lo obvio. A la vista de sus nuevos óleos, la tendencia parece hoy reforzada y su obra emprender nuevos caminos.

En apariencia, nos encontramos aquí con paisajes serranos (bien pueden ser los del noroeste de Madrid) que sirven como escenario de una serie de sugerentes bodegones balanceados estéticamente hacia la religiosidad oriental, fundamentalmente hacia el budismo chino e indio. Campanas, budas, incienso, humildes sandalias, alimentos sencillos y seculares, en medio de paisajes de clima algo severo, parajes de cardos y granito, jaras, resina y enebros. Savater no hace nada por evitar que sus obras no parezcan apreciables, "son simples mojones en un camino", parece decir. Sin embargo, aunque él no lo pida, no cabe duda de que no pueden verse como un mero reflejo estético, como un capricho de beato. Así, es cierto que ese aparente talante hacia el desprendimiento le ha llevado a rebajar el componente simbólico de sus anteriores pinturas, sin embargo, algo misterioso y común surge de esta sequedad, de lo árido, de lo ascético de estos óleos, algo que parte, precisamente, de la sencillez con que el artista trabaja, de la claridad, ya definitiva, con que se trata lo que se quiere tratar.

Desde el punto de vista técnico encontramos una mejora sustancial de la capacidad plástica, observable en la variedad de la composición, en la desaparición de la sensación de paisaje como escenografía, en un menor rebuscamiento de la pincelada. Pero, además, hay aquí una mayor profundización en la pintura que lleva al artista a tratar de extraer de ella la atmósfera para cada lienzo, un cielo, una luz, una alteración cromática del paisaje, que sirvan para traducir su sobrecogimiento ante la existencia. Estas construcciones pictóricas son el resultado del gozo del artista, de su arrebato, y conceden la posibilidad de una lectura simplista, pero su misterio, otra vez molesto, puede conducir a un desconcierto necesario, al descentramiento, a la calma.