Image: Retrato de un siglo turbulento

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Novela

Retrato de un siglo turbulento

10 enero, 2001 01:00

Francisco Tristán: Sagasta. Ayunt. de Sevilla

Sagasta y el liberalismo español. Fundación BBVA. Paseo de la Castellana, 81. Madrid. Hasta el 18 de febrero

La trayectoria personal de Sagasta encarna el destino de una época que inició el proceso de la modernización de España. Tal es el guión de esta exposición

No recordamos a Sagasta como una figura épica, ni siquiera como un gran estadista de la talla de Cánovas. Pero su trayectoria personal encarna perfectamente el destino de una época que inició el gran proceso de la modernización política y civil de España. Tal es el guión de esta exposición, que ordena una gran variedad de imágenes y documentos en una serie didáctica y amena. Aunque centrada en la historia política y social, el trabajo de su asesora artística, Pilar de Miguel, profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, ha reunido en ella cuadros muy notables de pintores como Vicente López y Federico Madrazo, Gisbert y Casado del Alisal, Sorolla y Regoyos, obras que en algunos casos se exponen ahora por primera vez.

Al comienzo del recorrido, el viejo Sagasta aparece, en el espléndido retrato de Casado del Alisal, recostado en su butaca, con los ojos entornados, como mirando algo lejano, como si viera desfilar ante él las imágenes del siglo. Quizá se acuerda de los primeros mártires de la causa liberal, como el general Torrijos, fusilado en las playas de Málaga (aquí figura el boceto de la célebre pintura que le dedicó Gisbert). El liberalismo tuvo sus héroes contemporáneos y fue a buscarlos en la historia más remota, por ejemplo, en los comuneros castellanos (cuya ejecución conmemoran aquí sendas pinturas de Gisbert). El viejo Sagasta recuerda quizá también sus orígenes como ingeniero de caminos, su trabajo en la gran empresa de la construcción de las redes de carreteras y de ferrocarriles. La exposición ilustra este aspecto con una serie de cuadros, desde la Inauguración del ferrocarril de Langreo de Jenaro Pérez Villaamil hasta el famoso Viernes Santo en Castilla (1904) de Regoyos, donde el tren que cruza sobre el puente y la procesión, que pasa por debajo, encarnan el abismo entre progreso y tradición.
A mediados del siglo, Sagasta fue sucesivamente diputado, periodista, político y conspirador contra Isabel II. En la agitada etapa posterior a la revolución Gloriosa, el líder progresista accedió al fin a las responsabilidades del gobierno y llegó a presidirlo bajo el desdichado Amadeo de Saboya. Aquí están el general Prim y el propio Amadeo, retratado por Gisbert, y también quienes conspiraron contra él, como los duques de Montpensier o la bellísima y enigmática Sofía de Trubetskoi, pintados por Winterhalter.

Las últimas secciones de la exposición, consagradas al período de la Restauración borbónica y la regencia de María Cristina, prolongan la galería de personajes decisivos. Desde el rechoncho general Martínez Campos, sepultado por Madrazo bajo una montaña de medallas, hasta las efigies de los reyes. En contraste con la pompa de los retratos oficiales, las fotografías de Franzen nos revelan a un Sagasta íntimo, prosaico y bonachón, sentado con su nieto o leyendo el periódico en zapatillas. Otros cuadros evocan historias más profundas. Sorolla recrea, en La reliquia, el incienso de la España vieja, mientras Regoyos prefiere las chimeneas humeantes de los Altos Hornos. Vicente Cutanda abandona las escenas históricas para entregarse a los temas sociales reivindicativos, con pinturas como Epílogo (1890) y Preparativos del Primero de Mayo (1894). Y el joven Santiago Rusiñol dedica una serie de retratos mínimos pero excepcionales a estudiar los rostros de los anarquistas detenidos tras el atentado del teatro del Liceo en 1893. Para entonces, Sagasta ya había logrado integrar en el sistema las grandes aspiraciones de la revolución liberal, pero en aquellas caras captadas por Rusiñol asomaba la faz de otra revolución más temible.