Image: La revolución según Tim Robbins

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Novela

La revolución según Tim Robbins

Estreno de la ambiciosa "Abajo el telón"

10 enero, 2001 01:00

John Cusack (Rockefeller)

Tim Robbins llega a nuestro país con su tercer trabajo bajo el brazo como director, The Cradle Will Rock. Titulada para el mercado español como Abajo el Telón, el filme realiza un fresco cinematográfico de las luchas ideológicas en el Nueva York de los años treinta con actores como John Turturro, Susan Sarandon, John Cusack, Vanessa Redgrave y Emily Watson.

Un pelele que se subleva contra su amo ventrílocuo cantando La Internacional, Diego Rivera pintando un mural de Lenin, Marx y Trotski en en las mismas narices de Rockefeller, Orson Welles proclamando su vehemencia a los cuatro vientos y un paseo de masas a lo Novecento son sólo algunos de los "regalos" que Tim Robbins realiza en su tercera entrega como director, Abajo el telón (o, mejor, The Cradle Will Rock), que se estrena el viernes en nuestro país tras recibir el reconocimiento de festivales como Cannes y Sitges.

El ejercicio que Robbins ha desarrollado tras Ciudadano Roberts (1992) y Pena de Muerte (1995) está basado en un vertiginoso baile de escenas, un apabullante catálogo de planos y movimientos de cámara capaces de tejer un historia de personajes e ideas, de sentimientos y denuncias, de amistades y traiciones, en el convulso contexto de los Estados Unidos de los años treinta.

Nueva York es la "manzana podrida" en la que se resumen las enfrentadas ideas del momento, las persecuciones ideológicas, la represión conservadora del Comité de Actividades Antiamericanas y la emergente reafirmación sindicalista. Tim Robbins, comprometido sin matices con la realidad que le rodea, realiza una rápida zambullida en el mundo intelectual y sus relaciones con el poder a través del montaje de una obra de teatro, The Cradle Will Rock, que existió realmente, como existió realmente el tenaz y creativo Orson Welles (Angus MacFadyen) y su productor John Houseman (Cary Elwes), ambos muy alejados de la fuerza de los originales.

Teatro en el cine

El teatro dentro del cine, la escena dentro del celuloide, el cine como testigo y el teatro como protagonista de una historia de pasiones, de luchas y de testigos, se desarrollan en Abajo el telón. Alrededor del hermético mundo de la obra, que lucha por sobrevivir ante la prohibición de los ensayos por considerarlos izquierdistas, aparece una nómina de personajes que también se mueven entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la recreación.
El pintor mexicano Diego Rivera, que interpreta con convicción el músico panameño Rubén Blades, se enfrenta al prepotente Nelson Rockefeller (un personal John Cusack) con un mural en el que no falta ningún patriarca del comunismo emergente. Mucha atención a la conversación que, ante Frida Kahlo, mantienen ambos extremos del mundo: el dinero y el idealismo. La verdad del pragmatismo frente a la verdad de la utopía. Tim Robbins no busca la reconciliación sino la exposición y construye un retablo en ocasiones demasiado ambicioso pero igualmente efectivo.

Más correcto que sublime, Abajo el telón busca una mirada retrospectiva a muchas facetas que el tan manoseado pensamiento único (y, encima, débil) ha ido dejando por el camino: el entusiasmo ante la creación, el compromiso ante la censura, la defensa de las ideas y el orgullo de la creación. Sobre la obra que se está ensayando en el Teatro Venice de la Calle 59 se mueven unos personajes que no dejan indiferentes. Todos pertenecen a la mítica Steeltown (un guiño de los tiempos) y cada uno representa un arquetipo de ser humano. El idealismo de Aldo Silvano (John Turturro) se enfrenta a la complaciente inercia política de sus padres, simpatizantes del fascismo italiano. Encarna la pureza de los valores y la coherencia en todos los ordenes, desde el artístico hasta el cotidiano pasando por el familiar.

Actitudes fanáticas

Su actitud contrasta con la de Tommy Crickshaw (Bill Murray) y Hazel Huffman (Joan Cusack), dos personajes también fruto de un tiempo que buscan desesperadamente tener las ideas claras a fuerza de arremeter fanáticamente contra cualquier cosa que a ellos les parezca cercano al comunismo, desde el pensamiento intelectual hasta la protesta ante las injusticias.

Ella trabaja en el teatro de Welles y no tendrá ningún reparo en declarar ante el Comité cualquier "sospecha". Más tierno es el personaje de Murray, una rara avis en la órbita de Tim Robbins que realiza una interpretación interesante y rigurosa. Es ventrílocuo y su pelele va tomando vida propia a medida que avanza la historia. El desdoblamiento culminará con una prodigiosa intepretación de La Internacional del pelele y una impresionante e inesperada salida del escenario del ventrílocuo. Por eso en la película no hay peleles pese a actitudes tan diferentes. Todos buscan una forma de comportamiento, una lugar en el que identificarse y una actitud ante la turbina ideológica que maltrata el mundo de preguerra. Para hacernos una idea, todo transcurre en 1936, año en el que España comenzaba uno de sus capítulos más tristes de su historia.

Otro personaje de gran profundidad en el que Robbins deposita buena parte de sus principios es el de Cherry Jones. Hally Flanagan está al frente del Teatro Federal y tendrá que mantenerse firme ante las insidiosas (y a veces sutiles ) preguntas del Comité. Su firmeza y su sinceridad no podrán impedir las embestidas contra la obra The Cradle Will Rock. Ha ido a la Unión Soviética, ha estudiado lo mejor del teatro ruso y es acusada de recibir adiestramiento del enemigo. Tendrá que defender que lo único que buscaba en aquella sociedad era el arte, la expresión escénica, una de las tradiciones teatrales más importantes que ha dado la cultura contemporánea...

El talento de Sarandon

Otra de las actrices que no podía faltar en esta auténtica catarata interpretativa es Susan Sarandon que, como todo el mundo sabe, es pareja del director con el que comparte talento e ideas. Sarandon es Margherita Sarfatti, una sofisticada coleccionista de arte que recauda fondos para Mussolini vendiendo el patrimonio italiano.

El pianista Marc Blitzstein (Hank Azaria), que compondrá bajo la obsesión de realizar algo que diginifique su obra, la sencillez de Olive Stanton (Emily Watson), que buscará desesperadamente un papel en la obra de Welles hasta conseguir nada menos que el papel protagonista, y el matrimonio Mathers (Vanessa Redgrave y Philip Baker) completan este enorme mural cinematográfico que Tim Robbins ha pintado con un riesgo tan radical como el realizado por Diego Rivera en las lujosas tapias del imperio Rockefeller.

El presupuesto no se le ha ido por las nubes. Al propio Robbins le parece poco los 5.000 millones de pesetas invertidos por "bajar el telón" en los escenarios del Nueva York de los años treinta y se siente orgullo de no haber contratado por dinero: "Ninguno cobró en función de su caché habitual". Si el filme es un alegato de amor al arte, muchos lo llevaron a la práctica hasta sus últimas consecuencias. Además de colaboradores más o menos habituales en el apartado interpretativo como John Cusack (Ciudadano Roberts), Robbins ha contado con un equipo técnico de plena confianza.

Equipo habitual

En ese sentido, no ha querido realizar ningún riesgo. Jon Kilik fue también el productor de Pena de muerte y Richard Hoover (diseño de producción) ha participado en todos sus trabajos como realizador. David Robbins, su hermano, ha compuesto una banda sonora imprescindible para entender el apretado fresco con el que podría culminar su corta pero precisa carrera detrás de la cámara. El final de la película es una de las principales bazas de Abajo el telón, un poco excesiva en el metraje, demasiado correcta para un novato y totalmente adecuada para remover las aguas de los anodinos tiempos que mueven las pantallas norteamericanas.

Nadie duda ya en Hollywood del talento de Tim Robbins (West Covina, California, 1958), un nuevo animal cinematográfico. Fue el cínico jefe de estudio en El juego de Hollywood, una joya de Robert Altman, que también contó con Robbins en Vidas cruzadas. Destacan también sus papeles en Cadena perpetua, Arlington Road, Cinco esquinas, El gran salto y La escalera de Jacob. En los últimos años, sin embargo, ha estado más concentrado en su condición de realizador y guionista. Se estrenó en 1992 con Ciudadano Roberts, una sátira política que le valió el reconocimento internacional. Tres años después se confirmó con la excelente Pena de muerte, por la que fue nominado al Oscar como mejor director.