Image: El tiempo de África

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Novela

El tiempo de África

El CAAM muestra las obras de artistas africanos

10 enero, 2001 01:00

Iba Ndiaye: El pequeño pescador, 1999

Centro Atlántico de Arte Contemporáneo. Los Balcones, 9 y 11. Las Palmas de Gran Canaria. Hasta el 4 de febrero

Una de las características más evidentes de la personalidad de los artistas plásticos contemporáneos es la poca, o ninguna, incidencia que han tenido en su desarrollo la existencia de fronteras nacionales. El lenguaje del arte, muy concretamente a partir de los años cincuenta, ha formulado un código supranacional que todos los artistas parecen haber aceptado complacidos, con independencia de sus orígenes geográficos. La marca individual, cuando la hay (y la hay muy pocas veces), está más en consonancia con la idiosincrasia del artista, y poco tiene que ver con la de sus congéneres nacionales. Un artista español, como Barjola, por ejemplo, tiene más afinidad con otro inglés, como Francis Bacon, por ejemplo, que con un paisano suyo, como Saura, pongamos por caso, aunque los tres sean expresionistas. ésa es también una característica que afecta a la literatura; pero el escritor conserva un último reducto de anclaje a la tradición: su lengua nativa, que sólo se rompe con la traducción. Una buena traducción internacionaliza la novela o la poesía, librándola de ese escollo nacional que es la lengua. El pintor no tiene la servidumbre de la lengua, ya que sus herramientas para la expresión (el código que mueve brochas y pinturas) es y se da igualmente en cualquier parte.

La exposición El tiempo de áfrica (CAAM, Las Palmas de Gran Canaria) ilustra convenientemente cuanto decimos. Planteada como un muestrario del arte hecho en áfrica aproximadamente desde principios del presente siglo hasta hoy mismo, advertimos cómo los artistas más viejos (los incluidos en el apartado de "los maestros"), son, aún, artistas africanos, es decir: artistas que tienen su código propio de expresión, de acuerdo con su tradición particular. Y que la vigencia de ese código se va adelgazando según avanza el tiempo hasta desaparecer completamente en el capítulo V (y último) de la muestra, titulado "los tiempos que vienen". Si artistas como Abogundé, Kenteu o Zlan, sólo pueden ser inequívocamente africanos, lo que hay detrás de las instalaciones de Pascal M. Tayou, Bili Bidjocka o Aimé Ntayica es el espíritu uniformador del arte contemporáneo, al que aludimos al principio. Un artista norteamericano, francés o español, preocupado por los mismos problemas plásticos, no lo resolvería de distinta manera. De hecho, las pinturas de Twins Seven Seven podría firmarlas un meticuloso Dubuffet. Y El pequeño pescador, de Iba Ndiaye parece más un melancólico y borroso personaje (y paisaje) de Maríe Laurencin que una composición pintada (se supone) en el clima airado de Senegal. Son, no obstante, cuadros excelentes... de maestros europeos. Nzante Spee, Cheri Zamba, Frederic Bruly o Clement-Marie Biazin hacen un arte popular, de trazos gruesos, como de cartel para un romance de ciegos. Christian Lattier y Jackson Hlungwani (ambos escultores) recuperan los materiales más tradicionales de la escultura africana negra (troncos de árboles, cuerdas) en los que intervienen logrando una sutil simbiosis de tradición y novedad. Parece que la escultura (más que la pintura) conserva aún reminiscencia de un lenguaje propio, que sin dejar de aprovechar el desarrollo que la escultura (europea) ha tenido en el último siglo (precisamente partiendo de las formas africanas) vuelve con discreción y efectividad a sus raíces.

Pero no creo equivocarme si digo que el mayor descubrimiento que aporta esta exposición es el de los dibujos acuarelados de Lubaki. Según la parca nota informativa del catálogo (se echa de menos una biografía menos oblicua y más explícita de los expositores) Lubaki era un artesano, un pintor de chozas, de Zaire, al que George Thyry, administrador colonial en aquella zona entre 1925 y 1930, indujo a utilizar el papel y la acuarela como soporte de su trabajo, comprándole toda su obra; desaparecido Thyry, Lubaki dejo de pintar, continuando con su oficio de decorador de chozas. Al parecer, la existencia real del artista ha sido puesta en cuestión, sin que aquí se nos aclare si Lubaki es un ente de la ficción o de la realidad. Sea como fuere, su sentido de la composición, su valoración de los espacios, el ritmo decorativo que alcanzan sus historias, la delicadeza con que aplica el color, hacen de todas y de cada una de sus obras un goce para la vista, y también para la inteligencia: no puede decirse más con menos elementos, utilizados con tanta sabiduría -o intuición- como el más refinado de los maestros del arte decorativo contemporáneo. Matisse no lo hubiera hecho mejor. Los organizadores de la muestra parecen haber tenido en cuenta esta circunstancia, ya que es el pintor más ampliamente representado.

Simon Njami -comisario de la exposición- advierte que hasta ahora, cuando se hablaba de arte africano contemporáneo se ponía más acento en lo de "africano" que en lo de "contemporáneo". Si su propuesta era invertir los términos de esa apreciación, lo ha conseguido. Sin embargo, de esta muestra, a mí me interesa lo que es africano, con independencia de que aparezca o no contemporáneo.