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Lobo
Adolfo García Ortega
17 enero, 2001 01:00Todo comienza con un incendio en una estación del metro madrileño en noviembre de 1980. La posterior identificación de cadáveres lleva a los policías Miguel Batista y Ricardo Esquivel al hallazgo de un cuerpo calcinado y sin huellas que podría corresponder a un desaparecido llamado Federico Sambide. La investigación sobre este enigmático individuo arrastra a los agentes a un perverso viaje al horror y la locura en la España negra de la posguerra. Pues los papeles hallados en el domicilio del desaparecido reabren el caso de unos crímenes cometidos en 1959. Y con ello entramos en un sórdido laberinto de pasiones, de violencia reprimida y desatada, de alucinaciones y horrores, que representan una indagación sobre las inclinaciones más oscuras de la condición humana, desde la irrefrenable entrega de un necesitado de amor hasta la irresistible liberación de sus instintos animales, en un meticuloso proceso de extrañas metamorfosis que conducen a la licantropía y sus sanguinarias consecuencias en las muertes de varias mujeres en el Retiro madrileño. La investigación policial de los sucesos de esta crónica negra da lugar a un intriga que despierta la atención del lector, atrapado en las conjeturas que podrían relacionar el torso humanoide sin identificar con el individuo desaparecido y a los papeles de éste con los crímenes de hace más de veinte años. La suspensión de la intriga mantiene su interés hasta el final, con guiños y vericuetos, y no defraudará a muchos lectores.
Al mismo tiempo se hace hincapié en la duda entre la autenticidad y la impostura. A ello contribuye la misma organización constructiva de la novela, estructurada en capas concéntricas que ahondan progresivamente en el abismo del horror para acabar retornando a la narración externa de donde se habría partido. La trama sigue un azaroso viaje de ida y vuelta en cinco secciones. El discurso comienza con la información del narrador externo en tercera persona. A continuación se adentra en una composición en profundidad que pasa por la narración epistolar del policía que investigó los crímenes de 1959 y se interna en el diario fragmentado del turbio sujeto con una doble personalidad (sugerida ya en algunas marcas lingöísticas) de vendedor y padre de familia que sucumbe ante el hombre lobo capaz de las mayores atrocidades. La narración, en sus dos últimas secciones, regresa al plano de partida, pues la parte cuarta continúa con el relato epistolar del mismo policía y la quinta descubre las dudas no resueltas del narrador omnisciente. Sólo en el breve epílogo se ofrece un resumen de los últimos hallazgos. Esta composición en planos concéntricos permite realzar con plena coherencia las dudas entre la realidad y la ficción, pues el diario del hombre lobo queda dentro de la narración epistolar del policía y todo ello está copiado por el misteriosos desaparecido. ¿Es una impostura? ¿Dónde está la verdad? En este planteamiento reside lo mejor de la novela.