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El niño de los coroneles
Fernando Marías
14 febrero, 2001 01:00Todo permite augurar al nuevo Nadal buena acogida por parte de un público no demasiado exigente, que busque en la obra entretenimiento digno y no literatura original o perdurable
Por otra parte, la inclusión de supuestos documentos y cartas, así como la aparición con sus nombres de personajes que existieron en la realidad -aquí, Himmler o el tenebroso Reinhard Heydrich-, tiende a conferir al relato, como es habitual en este tipo de novelas, cierto aire de crónica, de narración de hechos sucedidos, de buceo en los entresijos ocultos de la Historia, fórmula de probado éxito entre muchos lectores. Todo esto permite augurar al nuevo premio Nadal buena acogida por parte de un público no demasiado exigente, que busque en la obra un entretenimiento digno -lo que es perfectamente legítimo- y no literatura original o perdurable. En El Niño de los coroneles, la hondura deseable queda sustituida por la truculencia. Si los personajes dejan alguna huella en la memoria se debe a los efectos de grand guignol que sobre ellos se acumulan: Victor Lars porque es un monstruo, un especialista en el asesinato y la tortura -hay descripciones espeluznantes-, de tal modo que el doctor Moriarty de Conan Doyle o los villanos de Ian Fleming parecen a su lado meros aprendices; Laventier, porque su imagen pública se forja mediante el engaño; Ferrer, porque la terrible historia de su hija le pesa en la conciencia. Y algo parecido cabría decir de otros personajes -Soas, el capitán Huertas, María...-, diseñados con trazos desmedidos o tópicos que hunden sus raíces en el viejo folletín, acomodándose a sus variedades más modernas. ¿Cuántas veces ha explotado el cine, en películas como las de Indiana Jones y otras afines, asuntos como la montaña de los diamantes o la voladura final? ¿Cuántos periodistas destruidos y alcoholizados, como Casildo Bueyes, han aparecido en la pantalla?
La novela de Marías está construida con habilidad. Los diferentes discursos se complementan y encajan en un mecanismo que apenas chirría, y sólo en detalles menores (Ferrer rechaza una copa [pág. 62] y poco después, sin que haya aparecido la camarera, "bebió un sorbo de su copa" [pág. 67]). En el lenguaje asoman algunos usos rechazables: "No te has dignado a venir" (pág. 238); una utilización impropia de "insuflar" (pág. 250) y de "simpatizar" (págs. 75, 489), una orquestación "batutada por mí" (pág. 294) y un empeño tenaz en acudir a giros irrisorios.
Nunca se reanuda o se continúa nada, sino que se "retoma", desde una lectura (pág. 96) hasta una batalla (pág. 376). Nada se convierte o se transforma, sino que "deviene en" (págs. 164, 487, 515, etc.). No existe "a fondo", sino "en profundidad", aunque la preferencia obligue a escribir "escruté en profundidad el fondo de aquellos ojos" (pág. 160).La modernidad deseable no consiste en el abuso del lugar común, desde los "ciudadanos de a pie" (pág. 259) hasta el vacío tic "de alguna manera" (págs. 134, 135, etc.), sino en la persecución del rigor expresivo. Pero acaso esto no importe en absoluto a quienes busquen en la novela una película de aventuras.