Image: La Luna en Jorge

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Novela

La Luna en Jorge

Lola Beccaria

21 febrero, 2001 01:00

Finalista del premio Nadal. Destino. Barcelona, 2001. 421 páginas, 2.700 pesetas

No pocos reparos serios merece La luna en Jorge y, sin embargo, no es una obra vulgar. Está lastrada por el oportunismo, pero también tiene méritos. Posee versatilidad verbal y sensibilidad

Un vistazo panorámico a la novela española reciente revela una multiplicidad de variedades, lo mismo en los temas que en las formas. Sin embargo, hay corrientes subterráneas que dan cierto tono uniforme a semejante dispersión aparente. El hombre insatisfecho que busca alternativas al prosaísmo de la existencia, lanzado al mundo con nuevos aires por Landero, aparece con frecuencia. Tan es así que un débito directo con esa idea contrae Beccaria en La luna en Jorge, en la cual un piloto aéreo sufre una transformación que le inculca una nueva lengua -un hablar de vaga resonancia poemática- y él se pelea por "encontrar el equilibrio justo entre poesía y prosa". Otra línea abundante hasta la saciedad se fija en el cambio de los comportamientos, sobre todo femeninos, y en una nueva sentimentalidad propia de este fin de siglo. También ahí bebe Beccaria. En fin, por no prolongar las huellas ajenas, tampoco faltan en ella la crisis de identidad y el fantasma del doble, tan comunes en los narradores de los últimos lustros.

Esos materiales bastante frecuentes en la narrativa de hoy en día sirven de base para un relato que parece partir de una indagación personal -acerca de la metamorfosis de ese aviador, la aportación más original de la novela- pero que pronto deriva hacia un relato colectivo. Este lo protagonizan casi una docena de personajes que coinciden en padecer algún tipo de trastorno psicológico y que confluyen en unas sesiones de terapia de grupo. El argumento va desgranando sus conflictos concretos que apenas son variantes de uno solo, los desequilibrios afectivos relacionados con la sexualidad.

Todos los personajes andan como enajenados porque follan poco, o mucho, o mal, o a disgusto, o con quien no deben, o pueden y no quieren, o al revés. Hasta en un nivel verbal esa cuestión se revela como el leitmotiv de la novela: no he contado las veces que se conjuga el verbo follar porque sería trabajo esforzado. No menores, en todo caso, que aquellas en las cuales se enuncian o describen actos sexuales, desde pajas hasta entusiasmos lésbicos, y tanto en cómodos lechos como en escenarios y circunstancias que requieren virtuosismo gimnástico. Todo ello referido con el léxico directo que intencionadamente acabo de utilizar.

El núcleo de La luna en Jorge está, pues, en una trasposición actual de ese impulso básico de la naturaleza que, según el Arcipreste de Hita, consiste en "tener ayuntamiento con fembra placentera", aquí expuesto con menos gracia pero no con menos claridad: "Para mí el sexo es lo único. Si no tengo sexo, la vida carece de sentido", proclama un personaje. Para tratar este asunto, Beccaria acude al expeditivo procedimiento de la reiteración, mental y fisiologista, ésta cercana a lo pornográfico. Señalo esto último sin prejuicio moral alguno y con el propósito único de apuntar en qué medida un núcleo de preocupaciones hondas se malversan por las concesiones que hace la autora a un lector que se identifique con esta problemática.

Esas inquietudes importantes no faltan, al menos de modo sumario, en la novela, y ésta apunta datos tan notables como la revolución que se está produciendo en los lazos afectivos entre hombre y mujeres, la etilogía de la infidelidad o el "funcionamiento de la maquinaria sentimental". Todo ello se desvanece por el enfoque señalado, el cual se apuntala por medio de la organización de la novela. Esta acumula episodios a lo largo de un año con una técnica que un teórico llamaría ensartadora. De un modo más llano, cabría calificarla como técnica de pincho moruno.

En capas sucesivas se alternan a lo largo de ese hilo temporal noticias de las vidas de los personajes hasta llegar a un punto en que sólo alguna situación ingeniosa evita la monotonía de los lances yuxtapuestos. Es más, a falta de un verdadero argumento, pues ante todo hay ocurrencias, alcanzadas las 300 páginas, la novela parece terminar varias veces. También los esquemas anecdóticos se repiten. Dos parejas de enamorados ponen a prueba y celebran su felicidad subiendo en globo y follando y cambiando de pareja en el aire; después, dos chicas se lanzan en paracaídas cogidas de la mano, y una tercera pareja, monta en una bicicleta tándem.
No pocos reparos serios merece, por tanto, La luna en Jorge y, sin embargo, no es una obra vulgar. Está lastrada por el oportunismo, pero también tiene méritos. Posee versatilidad verbal. Sorprende con eficacia los equívocos en las relaciones personales. Posee sensibilidad para notar este momento actual en el que tantas actitudes están cambiando, sobre todo para captar un deseo de autenticidad, de liberarse de opresiones y convencionalismos, tan típico de las sociedades del bienestar. Y añade su propia moraleja: una reivindicación de las ensoñaciones y de la felicidad.