Image: Una historia perversa

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Novela

Una historia perversa

ADELAIDA GARCÍA MORALES

21 marzo, 2001 01:00

Planeta. Barcelona, 2001. 219 páginas, 2.400 pesetas

Esta novela tiene las características necesarias para convertirse en un excelente melodrama cinematográfico. Como texto literario, sin embargo, presenta muchas insuficiencias

No hay que esperar de Adelaida García Morales (Badajoz, 1946) historias imaginativas y complejas. Desde El Sur -que será siempre el inevitable punto de referencia de su obra- es evidente que sus virtudes como escritora radican en el cultivo de la introspección, en el análisis demorado de los estratos psicológicos que determinan las conductas de sus personajes. Una historia perversa se encuentra en esta línea. El contenido, lo que se cuenta acerca de Andrea y Octavio, no puede ser, en principio, más simple. Como en una novela rosa, ella es dueña de una galería de arte y él un afamado escultor. Se conocen y se casan, pero muy pronto el extraño comportamiento de Octavio comienza a oscurecer la convivencia. A partir de este momento, la novela de Adelaida García Morales se encamina decididamente por un sendero narrativo bien conocido y de probada eficacia: el del melodrama cinematográfico. Hay aquí, junto a la presencia de elementos tradicionales del folletín de misterio -como la prohibición de acceder a una habitación cerrada-, otros rasgos procedentes de películas sobre mujeres atormentadas y con maridos de conducta sospechosa: Luz de gas, de Cukor, La escalera de caracol, de Robert Siodmak, y algunas obras de Hitchcock, especialmente Rebeca, Sospecha y La sombra de una duda. En algunos de estos casos, la versión cinematográfica acababa por superar la calidad de su endeble base literaria, gracias a unos actores convincentes y a ciertos ingredientes visuales de la obra que paliaban los elementos más inverosímiles de la historia. Una historia perversa tiene todas las características necesarias para convertirse en un excelente melodrama cinematográfico. Su articulación como texto literario, sin embargo, presenta muchas insuficiencias.

Para empezar, porque resulta difícilmente creíble -es decir, compatible con la índole de los personajes y el tiempo de la historia- que una mujer como Andrea, culta e independiente, no reaccione de otro modo ante el horror que descubre muy pronto -y que es en sí mismo un elemento temático truculento y desmedido-, lo que sería esperable y obligaría a cambiar, claro está, la orientación del relato. Esta primera convención que el lector debe aceptar tiñe lo demás de artificiosidad. Pero es que, además, el tratamiento lingöístico de las acciones, encomendado a la sucesión de capítulos que van alternando mecánicamente las voces y los puntos de vista de Andrea y Octavio, no logra compensar las flaquezas de lo que se narra. Nos hallamos ante un estilo demasiado plano, repetitivo y previsible, no exento de lugares comunes ("ejercía sobre mí una poderosa atracción", pág. 14; "continuaba ejerciendo una poderosa atracción sobre mí", pág. 70; "ejerces una gran atracción sobre mí", pág. 208; "conciliar el sueño", págs. 90, 112, 148, 161, 202, etc.) y un tanto envarado -léase el trabajoso párrafo de quince líneas que comienza en la página 185, lleno de meandros y nexos subordinantes-, con una sobreabundancia de la conjunción pues que incluso afecta negativamente a la naturalidad del diálogo: "Te voy a dar tus llaves, pues las cogí una noche..." (pág. 195). Hay descuidos puramente gramaticales ("uno de los días que no me senté [...] uno de esos días que prescindí de la música", pág. 137) y contagio de fórmulas inertes, utilizadas incluso en contradicción con lo que dice el texto: "De alguna manera, al negarse Andrea a hablar de mí y de mi arte, por las excusas que daba [...] estaba revelando..." (pág. 196). Pero es evidente que la revelación no se produce "de alguna manera", sino por los motivos que se mencionan. Los componentes truculentos o folletinescos de una historia sólo se salvan mediante un tratamiento formal adecuado, capaz de infundir vida a lo artificioso.
En Una historia perversa falta ese tratamiento. Tal vez su conversión en imágenes potenciaría sus virtudes y reduciría sus defectos.