Novela

Labia

ELOY TIZÓN

21 marzo, 2001 01:00

Anagrama, Barcelona, 2001.232 páginas, 1.950 pesetas

En la narrativa española de los últimos años hay escritores que pugnan por superar la frontera de los géneros literarios. En esta línea se inscribe Eloy Tizón (1964), autor de obras que han tenido buena recepción crítica: un libro de poemas en prosa (La página amenazada, 1984), el volumen de cuentos Velocidad de los jardines (1992) y la novela Seda salvaje (1995), finalista del premio Herralde.

Este audaz proyecto literario se enriquece ahora con Labia, que constituye una reflexiva y poética indagación en el curso de un aprendizaje sentimental y estético, con especial hincapié en el arte de la mirada y en las virtualidades de la narración de dicho proceso vital encarnado en un muchacho a punto de entrar en su adolescencia. La cita inicial recoge la definición que María Moliner da de "labia" como "habilidad para decir cosas agradables o convencer con palabras". Y en una de las historias incluidas en la obra aparece Carlomagno leyendo un misterioso libro "formado por capítulos independientes [...] que podían ser leídos como episodios autónomos del mismo, pero que, considerados en su conjunto, formaban una unidad [...]. Estaba en ese punto fronterizo en que una historia ya no es relato y todavía no es novela" (pág. 185). Nada mejor podría encontrarse para explicar el texto de Labia. Porque esta novela, generada por una voz cambiante y dispersa en espirales polifónicas que no le impiden volver a ser la misma voz, expresan el fragmentario aprendizaje vital del muchacho protagonista en cuatro situaciones que se corresponden con las cuatro partes del libro. Las cuatro pueden leerse como narraciones independientes. Pero el sentido del conjunto quedaría amputado, porque cada una conecta con las otras mediante la progresión del protagonista en su aprendizaje, la recurrencia de motivos e incluso los títulos de las cuatro partes.

En la primera, "Ejercicios de línea", el niño conoce a tres hermanas de una papelería y con la del medio aprende a soñar. Como ella asocia a los buenos escritores con la buena letra, él recibe clases de caligrafía. Y en hábil naturalización de fantasías a partir de la realidad, de la práctica de la letra carolingia se pasa a la narración de la historia fantástica de Carlomagno y la princesa Mármara. Realidad y ficción se confunden en "Naturaleza muerta", con las alucinaciones del pintor Linaza, que da clases de dibujo al muchacho. La tercera parte, "Apuntes del natural", trae al protagonista la peripecia de un escultor en París. Su conexión en la trama se anuda cuando descubrimos que este escultor es el novio de Estela, el cual se largó a París y no llegaron más noticias que un plano mojado que llevaba cuando se hundió en el Sena. Y en la cuarta parte, "Artes gráficas", se renuevan los lazos estructurales realzando su afición al dibujo y la reaparición de la historia de amor entre Carlomagno y Mármara, con la convicción de que "el amor a la palabra conlleva amor a la vida". Eso es Labia. Y además, una novela para lectores exigentes.