Image: Soy Julia

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Novela

Soy Julia

Antonio Martínez

11 abril, 2001 02:00

Seix Barral. Barcelona, 2001. 286 páginas, 2.500 pesetas

Sólo desde la distancia y la humanidad se puede escribir un libro como éste. Lo demás es talento. Y Martínez tiene mucho. Esta imprescindible novela lo demuestra

"Pronto cumpliré dos años y, puesto que ésa es la edad que me señalaron al nacer como la más probable para mi muerte, he decidido ordenar los recuerdos de mi vida, no vaya a ser que se cumpla el augurio y tenga después que reprocharme no haber intentado pelearme un hueco en la posteridad". Con estas palabras arranca esta novela, la primera de Antonio Martínez, un periodista nacido en Barcelona y afincado en Madrid que debuta en la narrativa de ficción tras varios años como guionista -y director- de "Las noticias del guiñol", de Canal Plus.

Soy Julia es -el encabezamiento lo anuncia, y no engaña en absoluto- la crónica en primera persona, más o menos ordenada, de una niña de dos años que padece una lesión neurológica irreversible. Una lesión que, como ella misma explica, la incapacita para casi todo, incluso para vivir. O eso le han pronosticado los médicos, por lo menos. Su existencia se limita, pues, a un ser y estar y, por obra y gracia de la ficción novelesca, a un observar la realidad de los adultos que la rodean. Una realidad que a menudo gira alrededor de ella, naturalmente.

ésta es una de aquellas novelas en las que lo fundamental es la creación de una voz narrativa. La anécdota, por sí misma, sería casi insustancial si no se viera tan notablemente incrementada por esa voz tan poderosa, tan atípica, tan verosímil -ajá: la verosimilitud de lo inverosímil, que dice Vargas Llosa, es la pieza clave para que gire el engranaje de una novela-, y a la vez tan rabiosamente divertida. Divertida, sí, y tras lo dicho más de uno puede haber que se extrañe. Pero la voz de Julia resulta desternillante. A veces más que eso: puede pasar de la fina ironía al chiste grueso o a la mirada cínica.

Pero hay más: en su descripción de la realidad que rodea a Julia, Martínez no sólo sabe radiografiar la existencia de los niños y niñas que padecen enfermedades incurables y la relación que con ellos establecen los adultos, también se preocupa -y mucho- de desdramatizar, desmitificar este tipo de dolencias, les busca su lado más feliz, que suele ser también el más humano, y al fin logra construir una especie de monumento literario al optimismo: "Finalmente no he muerto", dice Julia hacia el final, "[…] en septiembre comenzaré la dieta cetogénica y me la han recetado por dos años. Sería absurdo que me programaran dos años si fuera a morirme en un santiamén".
Es fácil deducir de todo esto que para escribir sobre algo así hay que estar muy cerca del problema. Es el caso del autor, que dedica su libro a su hija Julia, aquejada de la misma enfermedad que su protagonista. Hace falta ser un gran escritor para saber tomar cierta distancia a la autobiografía. Sólo desde la distancia y la humanidad se puede escribir un libro como éste. Lo demás es talento. Y Martínez tiene mucho. Esta imprescindible novela lo demuestra.