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Fronteras de arena
susana fortes
16 mayo, 2001 02:00Susana Fortes es, a pesar de sus descuidos, una excelente prosista, que podría alardear con toda justicia de poseer un mundo narrativo acusadamente personal y un estilo ya inconfundible
Pero, como cabía esperar, no son estos motivos informaciones ya bien conocidas, por otra parte- lo que ha centrado el interés de la autora, sino el esbozo de unas vidas de seres desarraigados que coinciden en ese tiempo en Tánger y cuyas relaciones, fuertemente condicionadas tanto por las circunstancias presentes como por sus propias experiencias personales, oscilan entre la amistad, la pasión amorosa, la generosidad o los celos. Y es en la observación de estos personajes, en la persecución sutil de sus vaivenes anímicos, nunca desligados de un íntimo sentido ético, donde encontramos los aciertos más sobresalientes de Fronteras de arena. Se trata de criaturas en cuyo perfil se transparentan, como la propia autora reconoce, modelos cinematográficos reconocibles. En Kerrigan, el desencantado corresponsal inglés, hay mucho de los héroes cansados de Casablanca y sus descendientes, o de algunas películas de Duvivier que también son el fondo, y al margen de otras implicaciones, historias de amor. El sacrificio de Kerrigan -con un desenlace que recuerda el de varias películas- lo convierte en un ser dueño de su destino y acaba por conferirle la vitola romántica que lo destaca por encima de los otros, incluso de los dos oponentes más destacados: el oficial Alonso Garcés, empeñado inútilmente en frenar la tentativa de rebelión, y la misteriosa Elsa Quintana, fugitiva de un pasado conflictivo y de un amor amargo, que se debate entre Garcés y Kerrigan impulsada por sentimientos contradictorios. Más diluidos, con menos presencia en el conjunto, otros tipos representan actitudes discrepantes ante el inminente conflicto: el capitán Ramírez, no sólo rebelde sino corrupto, y, en el polo opuesto, el comandante Uriarte, que verá bien pronto maltrecha su dignidad.
Esta primacía otorgada a los sentimientos en el enfoque de la historia ofrece el peligro de acentuar la tonalidad sentimental hasta despeñarse en la trivialización. Susana Fortes salva bien este escollo -aunque alguna escena entre Elsa y Kerrigan parecía invitar a la desmesura y mantiene una contención a la que ayuda decisivamente la calidad de la prosa, la matizada finura de las percepciones y las pinceladas psicológicas. Esta plasticidad, que es sin duda un notable valor de la escritora, no está, pese a todo, libre de excesos. Es difícil, por ejemplo, aceptar un "gesto lívido de los ojos" (página 118) o entender cómo alguien puede caminar "por el lado soleado de la plaza, entre las briznas de luz" (página 141). Y se han deslizado algunas construcciones con usos parasitarios, como el omnipresente prefijo -auto, absolutamente inútil en "cuando somos jóvenes, no nos autocontemplamos" (página 233) o en "aquellos que, autoproclamándose salvadores de la patria..." (página 223). Algunos usos impropios ("en aras de", página 117; "en una hora" por "dentro de una hora", página 110; "girarse" por "volverse", páginas 15, 155, 212, etc.) serían fácilmente corregibles. Susana Fortes, es, a pesar de estos descuidos, una excelente prosista.