Image: Fronteras de arena

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Novela

Fronteras de arena

susana fortes

16 mayo, 2001 02:00

Espasa Calpe. Madrid, 2001. 241 páginas, 2.900 pesetas

Susana Fortes es, a pesar de sus descuidos, una excelente prosista, que podría alardear con toda justicia de poseer un mundo narrativo acusadamente personal y un estilo ya inconfundible

Con tres novelas ya publicadas, Susana Fortes (Pontevedra, 1959) podría alardear con toda justicia de poseer un mundo narrativo acusadamente personal y un estilo ya inconfundible para el lector que se haya adentrado en sus páginas. Sobre los personajes que crea esta escritora gravita siempre un pasado que sólo en parte descubrimos, en el que hay amores truncados e ilusiones rotas cuyo recuerdo determina los sentimientos y las conductas; muchos de estos tipos ostentan a menudo ante los ojos del lector cierta aureola romántica que procede tanto de su tratamiento literario como de los modelos que dejan entrever. A Susana Fortes no le interesan tanto las historias como los ambientes, el análisis psicológico, el buceo en estados de ánimo y la anotación minuciosa de impresiones -sobre todo visuales y olfativas- que traducen con precisión los pensamientos y las emociones de los personajes. En Fronteras de arena, sin embargo, la autora se ha esforzado por alojar los sucesos en un marco narrativo repleto de datos históricos y de referencias y descripciones locales, menos evasivo que en otras ocasiones. La acción, en efecto, se sitúa en Tánger durante los meses anteriores a julio de 1936. Los preparativos de la conspiración militar contra la República, el suministro de armas a los conspiradores por parte de algunas potencias, la renuncia de otras a intervenir para atajar la sublevación, constituyen algunas de las apoyaturas reales de la historia.

Pero, como cabía esperar, no son estos motivos informaciones ya bien conocidas, por otra parte- lo que ha centrado el interés de la autora, sino el esbozo de unas vidas de seres desarraigados que coinciden en ese tiempo en Tánger y cuyas relaciones, fuertemente condicionadas tanto por las circunstancias presentes como por sus propias experiencias personales, oscilan entre la amistad, la pasión amorosa, la generosidad o los celos. Y es en la observación de estos personajes, en la persecución sutil de sus vaivenes anímicos, nunca desligados de un íntimo sentido ético, donde encontramos los aciertos más sobresalientes de Fronteras de arena. Se trata de criaturas en cuyo perfil se transparentan, como la propia autora reconoce, modelos cinematográficos reconocibles. En Kerrigan, el desencantado corresponsal inglés, hay mucho de los héroes cansados de Casablanca y sus descendientes, o de algunas películas de Duvivier que también son el fondo, y al margen de otras implicaciones, historias de amor. El sacrificio de Kerrigan -con un desenlace que recuerda el de varias películas- lo convierte en un ser dueño de su destino y acaba por conferirle la vitola romántica que lo destaca por encima de los otros, incluso de los dos oponentes más destacados: el oficial Alonso Garcés, empeñado inútilmente en frenar la tentativa de rebelión, y la misteriosa Elsa Quintana, fugitiva de un pasado conflictivo y de un amor amargo, que se debate entre Garcés y Kerrigan impulsada por sentimientos contradictorios. Más diluidos, con menos presencia en el conjunto, otros tipos representan actitudes discrepantes ante el inminente conflicto: el capitán Ramírez, no sólo rebelde sino corrupto, y, en el polo opuesto, el comandante Uriarte, que verá bien pronto maltrecha su dignidad.

Esta primacía otorgada a los sentimientos en el enfoque de la historia ofrece el peligro de acentuar la tonalidad sentimental hasta despeñarse en la trivialización. Susana Fortes salva bien este escollo -aunque alguna escena entre Elsa y Kerrigan parecía invitar a la desmesura y mantiene una contención a la que ayuda decisivamente la calidad de la prosa, la matizada finura de las percepciones y las pinceladas psicológicas. Esta plasticidad, que es sin duda un notable valor de la escritora, no está, pese a todo, libre de excesos. Es difícil, por ejemplo, aceptar un "gesto lívido de los ojos" (página 118) o entender cómo alguien puede caminar "por el lado soleado de la plaza, entre las briznas de luz" (página 141). Y se han deslizado algunas construcciones con usos parasitarios, como el omnipresente prefijo -auto, absolutamente inútil en "cuando somos jóvenes, no nos autocontemplamos" (página 233) o en "aquellos que, autoproclamándose salvadores de la patria..." (página 223). Algunos usos impropios ("en aras de", página 117; "en una hora" por "dentro de una hora", página 110; "girarse" por "volverse", páginas 15, 155, 212, etc.) serían fácilmente corregibles. Susana Fortes, es, a pesar de estos descuidos, una excelente prosista.