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Sufrían por la luz
Tahar Ben JElloun
16 mayo, 2001 02:00Azís Binebine, superviviente del presidio de Tazmamart, aportó al novelista el testimonio de sus años en la cárcel, con todos los crueles detalles del caso
Uno de los supervivientes, Azís Binebine, joven teniente en 1971 que pasó 18 años en Tazmamart, aportó al novelista el testimonio de su vida en la cárcel, con todos los crueles detalles que eran del caso. Según Ben Jelloun, el encuentro entre ambos fue tan sólo de unas horas, pero resultó tan determinante para la escritura de la novela que Binebine figura, a los efectos contractuales, como coautor de Sufrían por la luz, y ha salido a la palestra enmendándole la plana al escritor y lamentando haber colaborado en la empresa.
Ese malentendido ha afectado también a otros supervivientes de aquel episodio, y no han dejado de terciar algunos expertos en la reciente historia de Marruecos. Más allá de la novela propiamente dicha, se ha llegado a plantear, incluso, la actitud del propio Ben Jelloun hacia el régimen y la represión que aquella tristemente famosa cárcel simbolizaba. El escritor ha reconocido su falta de activismo contra Hassán II, pero ha reivindicado, textualmente, su derecho a "hacer ficción con la tragedia".
El malentendido era hasta cierto punto inevitable, dados estos antecendentes en cuanto a la propia génesis de la historia y su condición de novela lírica, considerando por tal la que invierte la relación común entre el yo y el mundo. Mientras la gran narrativa decimonónica la resolvía en una tensión por la que el protagonista era juguete de fuerzas que lo superaban, esta otra concepción, híbrida de novela y poesía, hace, por el contrario, que aquel "yo" se sobreponga a un universo para presentarlo por completo subjetivizado. Ben Jelloun es maestro en este terreno, y gusta de abordar en clave lírica asuntos de grave implicación social. Hace años fue traducida también su novela Con los ojos bajos donde una narradora femenina presenta a la vez el drama de la emigración magrebí en Francia y el de la condición de la mujer en los países islámicos, todo ello en forma, además, de bildungsroman, de aprendizaje y maduración.
Muy semejante es el planteamiento formal de Sufrían por la luz, título traducido libremente del original Cette aveuglante absence de lumière con palabras de un verso de Aleixandre. Con gran economía textual el escritor narra a través del protagonista Salim no sólo la historia de su torturante encarcelamiento, sino también la del proceso personal e íntimo que hizo de él un superviviente. No falta una dimensión testimonial, perfectamente graduada en la narración y autentificada por la caracterización sucinta, pero efectiva, de los compañeros de Salim en la prisión, y de las sevicias padecidas por todos. En pocas palabras se nos hace partícipes del frío, del hambre, de las miserias escatológicas, de la enfermedad como antesala de la muerte y de la tortura psicológica. Pero otra de las carencias que padecen los prisioneros adquiere en la narración un valor simbólico y trascendente: precisamente la ausencia de luz. Desde el propio título, este leit-motiv vertebra todo el texto, y permite, incluso, la incorporación pertinente de ciertas referencias literarias -por ejemplo, a Eluard- en el contexto de la actividad de Salim como encargado de aliviar la desesperación de sus compañeros mediante el recitado de poemas, la narración de argumentos novelísticos o cinematográficos. Salim es el narrador oficial de aquel grupo de desahuciados, gracias a su privilegiada memoria, heredada de su padre, y la tradición del aedo marroquí, el "halaiquí nesrani", característica de la plaza de Xemaà-El-Fná en Marrakech, la ciudad de Salim y de su alter ego real Azis Binebine.
Si Tahar Ben Jelloun tomó de su informante tan sólo nombres, datos y detalles, su recreación imaginativa del personaje Salim fue realmente poderosa. El protagonista no aparece como un revolucionario convencido, sino enrolado en el golpe casi por azar, y la figura de su padre, un vividor que sirve como bufón a Hassán II y repudia la traición de su hijo, es determinante en pura clave edípica. Con todo, la imaginación del novelista se concentra en recrear la supervivencia de Salim como fruto de un proceso espiritual de claras implicaciones religiosas, no demasiado convincentes. Cuando le llega al fin la libertad, rechaza contar su infierno, pese a su acreditada facundia narrativa.