Novela

La fuente de Orfeo

Santiago Miralles

23 mayo, 2001 02:00

Premio Río Manzanares. Algaida. Sevilla, 2000. 178 páginas, 2.200 pesetas

Esta obra indaga en la complejidad de las relaciones personales, en la dificultad de conocimiento del bien y del mal que anidan en el ser humano

Con La fuente de Orfeo, su segunda entrega narrativa, Santiago Miralles (Madrid, 1962), ganó el II Premio Río Manzanares de Novela. En ella se recrea la experiencia del descubrimiento de la música, en especial de Bach, en años de aprendizaje durante la adolescencia, y a la vez se desarrolla la historia fragmentaria de una educación sentimental. La novela está contada por su protagonista, un abogado soltero cerca de los cuarenta que desde su ciudad natal de Soria viaja a Madrid, donde pasa unos días por motivos profesionales. Estos pocos días son suficientes para viajar también a su pasado en la capital, en busca de sí mismo en aquellos años de estudiante universitario en la Complutense.

El discurso narrativo está construido en dos tiempos, desde un presente en el que coinciden la visita madrileña del narrador y la agonía del clavecinista amigo que le había abierto la mente al misterio de la música, hacia un pasado de más de quince años atrás en que habían transcurrido sus experiencias juveniles en diferentes órdenes de la existencia, desde sus estudios universitarios hasta sus primeras relaciones amorosas, pasando por la música como eje de sus iniciación en la vida. Se compone así una singular novela lírica caracterizada por los rasgos propios del relato del aprendizaje. Pues La fuente de Orfeo da cuenta del acceso de su protagonista a la experiencia desde la subjetividad del narrador en primera persona, adelgazando el relato de su historia sentimental mediante el fragmentarismo y la elipsis, buscando la intensidad en la exploración de los sentidos, sobre todo en el campo de los sonidos y los olores, y resolviendo sin escabrosidades las situaciones de pasión y sexo vividas por el protagonista en sus amores con tres mujeres, dos en el pasado y una en el presente. Esta educación sentimental se completa, además, con pertinentes reflexiones sobre la vida, el amor y la muerte, hábilmente integradas en la peripecia vital del protagonista. La fuente de Orfeo indaga también en la complejidad de las relaciones personales, en la dificultad de conocimiento del bien y del mal que anidan en el mismo ser humano y en su oscura convivencia con el arte. Aquí se encuentra el flanco más débil de la novela. Porque esta parte queda poco más que esbozada, tanto en lo referente a la turbia existencia del maestro clavecinista en su doble vida como en la pasión erótico-musical, finalmente apagada, de su hija. Ambos personajes tuvieron una profunda influencia en el narrador. Por lo cual su relación con los dos merecía desarrollarse con mayor detenimiento y hondura. También habrá que corregir algunas erratas, que no son normales en las cuidadas ediciones de Algaida, y el nombre erróneo de Marta en lugar de Laura (pág. 85). Pero esto no empaña el interés de una novela bien construida y, en general, bien escrita, enriquecida con el referente mítico de Orfeo, presente desde el título hasta sus últimas páginas, y con oportunos préstamos literarios y referencias musicales, fácilmente reconocibles, de obras cuyo recuerdo alimenta el significado de ésta, como se aprecia en las citas de fray Luis de León, Bizet y Bach.