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Novela

Guía para novicios

23 mayo, 2001 02:00

Feria de Libros

Nada más lejos de mí que aconsejar. Consejos no solicitados, ni los doy ni los recibo. Pero parece que, en la muy próxima Feria del Libro de Madrid, van a asistir, como firmantes de su obra, numerosos autores y autoras por primera vez. Mi intención es contarles mis experiencias, ya numerosas, por si pueden servirles como alivio de sus perplejidades. Sé que la experiencia consiste en una nota que se apunta con lápiz y que pronto se borra o se extravía. Ni a nosotros suele servirnos. Sin embargo, he comprobado que, a lo largo de los años, instala la costumbre ciertas reiteraciones. A ellas pretendo referirme. La Feria de Madrid es la más hermosa y comunitaria del mundo. Quizá por su situación, rodeada de las arboledas de El Retiro. Quizá por la vibración festiva que la cruza de arriba abajo: por ese sentido madrileño del gozo y de la luz y el alboroto. Su tradición la ha ido transformando en un suceso más integrado, en el calendario de las celebraciones, que la romería de San Isidro o que las verbenas de San Antonio y La Paloma.

Esa frontera entre mayo y junio, sin la Feria no se percibiría. El pueblo lo ha impuesto así. Y va no sé si a comprar libros o no. Va a verse comprar libros, a ver libros, a ver a sus autores, a tomar café al sol... Y aparece con la suegra levantina y la cuñada leonesa; empujando la silla del primo tetrapléjico; con nietos, perros, churros, sobrinos y meriendas. Algún niño perdido se anuncia por la megafonía, y uno tiene la sensación de que será devuelto, indemne y bien nutrido, en la Feria del año próximo...

El calor o la lluvia, los resoles de las seis de la tarde, la incomodidad de los asientos y de las diferencias de velocidad en los transeúntes, todo colabora a hacer entrañable y familiar cada jornada, cada fin de semana. Hay gente que viene de muy lejos; personas que se ven unas a otras en tales días sólo, que se despiden hasta el próximo año en esas mismas fechas después de cumplir el ritual, devoto y casi supersticioso (de superstare, sobrevivir), de la compra y la firma. Los visitantes contemplan en carne y hueso a quienes contemplaron ya en fotos de periódicos o en la televisión. Se encuentran con ellos a pie o esperándolos tras el mostrador de una caseta. Oyen sus nombres y los números en que localizarlo. Preguntan. Se asesoran. Se aconsejan mutuamente. Se orientan. Todo crea una complicidad de búsquedas y de contagiosa admiración... Con frecuencia he asegurado que, por mi mala salud, no volvería a la Feria. Pero, llegado el momento, he mejorado misteriosamente y he vuelto a ella.

Sin duda alguna les digo a los que empiezan: los clientes de la caseta en la que estáis no son clientes vuestros, sino de las editoriales y de las librerías. Vuestros, son ya amigos, lectores que se acercan a vosotros con confianza y humildad. Más aún: los primeros colaboradores vuestros (los míos, por lo menos) son la soledad y el silencio. El último, el lector, ése que os alarga su libro, el vuestro, y murmura su nombre. él pondrá su firma debajo de la vuestra. él leerá el libro de una forma personal e irrepetible, según los estados de su corazón, de su cabeza, de su estómago, de su hígado, del párrafo que esté viviendo de su historia... De ahí que hayáis de tener dispuesta la sonrisa de bienvenida hasta vosotros. Y tendidas las manos que rozarán sus dedos al devolverle el libro. Y amistosos los ojos que van a cruzar un segundo vuestra mirada con la suya... Y será bueno comentar el origen de su apellido o de su nombre; hacerle, por un instante, sentirse único. Porque es único. Lo repito: no se trata de un cliente sino de un aliado. De alguien que pide un testimonio para su familia, o para su marido o para su esposa, o para alguien que no ha nacido aún pero no tardará, o para alguien que murió hace no mucho y no le dio la vida para llegar a mayo.

No, no son números. Ni nosotros somos gente de números, sino gente de letras. Por eso yo me he opuesto siempre a que se dieran listas de ventas; a que se organizasen carreras de escritores, maratones de libros; a que intervinieran las editoriales con la fría calculadora del negocio. Eso es cosa de ellas; nuestra, no. Sólo porque me ha garantizado por escrito la nueva dirección de la Feria que este año no existirían semejantes batallas, me he decidido participar allí con mi libro El imposible olvido, tan opuesto a ellas y a cuanto significan.

Yo os repito, colegas míos recién llegados, que no os vais a comer la Feria en un año, porque en un año sería más fácil que os comiese la Feria a vosotros. En cualquier caso, el fundamento no es devorar a nadie. El fundamento es aprender. Asistir con los ojos bien abiertos ante los mil y un personajes que desfilarán ante vosotros. El fundamento es agradecer a quienes nos ofrezcan nuestro libro con la bendita pretensión de que estampemos nuestro nombre en él. Porque ellos son los que más os acompañarán: quienes han de sentirse después, leyendo, acompañados por vosotros. No os impacientéis. No habéis ido a una guerra. Sin duda tendréis amigos que os distraerán en los espacios vacíos; o tendréis a los que atienden la caseta; o la charla prolongada con los primeros lectores desconocidos por vosotros, a los que sólo guía el interés que despertéis, la curiosidad, la simpatía...

Formaréis parte de un espectáculo caleidoscópico en el que todo puede suceder y todo cambia: desde la climatología hasta la edad de los visitantes; desde la clase social hasta los acentos regionales; desde la delicadeza de unos a la aparente brusquedad de otros o a su velada timidez... Formamos parte, ellos y nosotros, de un espectáculo familiar y equidistante. No somos putas de Amsterdam ni reses en una exposición de ganado. Quienes eso aseguran son quienes se sintieron menospreciados algún día y los que nos menosprecian a todos los demás.

La Feria del Libro es una feria y no la Biblioteca Nacional. Hay que ir a ella con optimismo y con extraversión. Hay que ir a divertirse. Y que al fin de la tarde nos recojan nuestros amigos por la puerta de atrás de la caseta, y nos vayamos a cenar con ellos entre risas y anécdotas, que las habrá para todos los gustos. Los escritores tenemos la ventaja de poder firmar un libro ya acabado mientras pensamos o acariciamos el próximo proyecto... No lo olvidéis: el gozo y la desdicha de la creación se halla en la creación misma. Lo que sobrevenga después, fracaso o éxito, no nos afecta ya en esencia. Mejor el éxito, de acuerdo, pero ya nadie nos quita lo bailado: lo que soñamos, imaginamos, escribimos, sin pensar en este día, en que el libro, ya de otros, va a ver nuestras últimas letras manuscritas en él.

¿Y las dedicatorias? Breves, expresivas, afectuosas. Hay que intuir y acertar deseando la "alegría siempre compartida", o afirmando nuestra "esperanza" en ellos, o vaticinándoles la "mejor compañía"... Yo he vivido ocasiones bravísimas en las que me he visto obligado a sobrevivir a un bamboleo muy fuerte (dedicatorias a madres fallecidas, a un hijo fallecido esa misma mañana, al amante con quien se ha roto, para que el libro sirva de puente levadizo), o muy tierno (niños que aún no saben leer y que asoman a duras penas sus ojillos, que algún día descifrarán la firma que hoy les brindo), o muy especial (dedicatorias a perros o a gatos en el nombre de Troylo o de las criaturas aún compañeras mías)...

Pero, sobre todo, mis queridos amigos escritores, mis queridas amigas escritoras que venís a firmar, no envidiéis nunca a los que firmen más que vosotros. La envidia no come del envidiado sino del envidioso. Es una pasión, como el odio, cegata y taciturna, que no dice su nombre para no transformarse en homenaje. Y que tampoco proporciona placer al que la siente, al modo de otras pasiones, sino el reconcomio y la intranquilidad. La envidia -yo nunca lo creía- sí es un pecado nacional. E internacional. Y en la Feria airea, como el polen en mayo, sus miasmas amarillos. Yo siempre me he sentido cofrade de las letras, y me he regocijado con el éxito ajeno. Conservo la capacidad de admiración que tenía de niño. Si me viera, todavía niño, pasear entre las casetas de la Feria, me reconocería.

De todo corazón os deseo el éxito. Pero alcanzado con la deportividad y la alegría de quien va a jugar, suceda lo que suceda, una clara partida. Así ganaréis siempre. Así siempre os sentiréis queridos y atractivos en el estricto significado de la palabra. Así vuestros lectores se irán haciendo, a vuestra letra, a vuestra forma de contar el alma. Y se acercarán con cariño a vosotros. Sencillamente porque ya sois suyos.
Enhorabuena de antemano. Y en el ferial, amigos, nos veremos. Como entre los toreros, que Dios reparta suerte.