Image: Cuaderno de viajes

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Novela

Cuaderno de viajes

EDITH WHARTON

14 noviembre, 2001 01:00

Ed. Teresa G. Reus. Trad. H. Silva. Mondadori. Barcelona, 2001. 266 págs., 2.800 ptas.

En uno de sus últimos viajes a España, Edith Wharton pudo ver cómo una mujer entraba en la catedral de Jaca, se arrodillaba casi en el umbral y rezaba sus plegarias para luego postrarse cuan larga era en el suelo y posar sus "labios fervientes sobre las losas". Anotó Wharton que aquél era el misterio de unas inescrutables gentes, el que una cultura oriental sugería para Occidente. "Es el gesto de Oriente hacia el Oriente, el del Parsi hacia el sol naciente, el de los musulmanes hacia la Meca".

Wharton visitó España varias veces acompañada de su amante Walter Berry, siguiendo el modelo de George Sand. Se entiende la impresión que aquella España le pudo causar para que concluyera, fascinada, que aquel país estaba envuelto por una polvareda de tradiciones que lo hacían diferente al resto de Occidente. Wharton viajaba en automóvil por un país sin carreteras, donde el ómnibus seguía siendo un medio de transporte en competencia con el borrico.

Esta edición reúne los cinco libros de viajes de la autora de La edad de la inocencia y rescata un texto inédito sobre España, uno de sus destinos favoritos en momentos de crisis vital. Hija de viajeros, pronto seducida por la vieja Europa, su Nueva York natal se le antojó una ciudad de edificios "cargados de presunción por fuera y de asfixiante tapicería por dentro". Heredó de su admirada George Sand la aversión a la sociedad pacata a la que pertenecía y decidió colgar su corsé, liberar su pluma y establecerse en Francia hasta su muerte en 1937.

Es muy interesante la presentación de Gómez Reus. En ella se recalca la razón por la que Wharton sale más que airosa del difícil cometido de estrenarse con un libro de viajes, género saturado en la época. Pero Wharton poseía una "vívida y cultivada percepción". Consiguió conferir al género, inundado de banalidades, un tono de seriedad y precisión. Una prosa amena, capaz de agudas imágenes y potentes descripciones, nos deja imborrables estampas, desde los "quesos ciclópeos" de una isla griega hasta el campo de batalla en la Francia de la Primera Guerra Mundial. Italia, Francia, Marruecos, la guerra, la España de las hermosas tumbas, vistas por quien alardeaba de haber recuperado la libertad gracias al automóvil, tal vez hoy nos parece información caduca. ¿Es este un libro sólo para quien padezca la filia mitomaníaca por Wharton o para quien quiera documentarse sobre un lugar? No. Como en Las Ciudades Blancas de Roth, esta visita a unos paisajes extinguidos, de la mano de una erudita y excelente escritora, sensible a las vías menos trilladas, resulta una experiencia enriquecedora.