Image: El perro de Dostoievski

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Novela

El perro de Dostoievski

LUIS MARTÍNEZ DE MINGO

14 noviembre, 2001 01:00

Muchnik editores. Barcelona, 2001. 202 páginas, 2.600 pesetas

Autor de dos libros de poesía y otros dos de cuentos, Luis Martínez de Mingo (Logroño, 1948) ha hecho su primera incursión en la novela con El perro de Dostoievski, que merece mayor atención de la que está teniendo. Porque se trata de una novela radicalmente comprometida con la literatura hasta el extremo de confundirla con la vida. Su narrador y protagonista escribe unas "memorias autopunitivas" en las que el desnudamiento del yo pone al descubierto sus ansias más profundas. Su meta consiste en ser escritor de verdad. En tiempos de tanta superficialidad y consumo de una literatura venal, contra una posmodernidad degradada en éxitos de ventas y farfulleo general, álvaro quiere escribir una obra importante en la que necesita "expresar el pequeño ruido que me corresponde" (pág. 202). Dicha "purga de su corazón" es la novela encarnizada que ahora acabamos de leer.

En sus páginas, escritas desde un presente narrativo situado en el final del siglo XX, el yo protagonista desgrana su accidentada vida de ciclista, guerrillero en El Salvador, doblador de cine, bohemio, cleptómano, amante compulsivo y ludópata. Obsesionado desde joven con la creación literaria, busca modelos a quienes admirar y no encuentra en su tiempo dominado por una literatura débil para el consumo diario. Por ello la obra resulta hondamente transgresora, con múltiples nombres de escritores del pasado y del presente discutidos y homenajeados. El orgullo roza la insolencia en la dedicatoria: "A los muñones de escritores que en el mundo son". La transgresión se afirma en este lema de Valle-Inclán al principio y al final de la novela: "Desdeñar a los demás y no amarse a sí mismo" (págs. 7 y 200). La crítica y el elogio se extienden por casi todas sus páginas, en constantes referencias explícitas, biográficas y literarias, a escritores de todos los tiempos, con preferencia por los del siglo XX, y con velados homenajes en citas fácilmente identificables por un lector culto: por ejemplo, de García Lorca (p. 118), M. Hernández (p. 119), A. Machado (p. 167), Baroja (p. 190), entre otros muchos. Al final de su búsqueda, el protagonista se considera "el perro de "Dostoievski", por su admiración por el autor ruso, el único a quien le satisfaría parecerse, no sólo por sus coincidencias biográficas sino también, aunque con un siglo de retraso, porque "desde este albañal aspiro a escribir algo que no nazca ya muerto, aunque sea póstumo" (p. 192).

La novela encierra, además de la ácida crítica de tanta literatura prefrabicada que se escribe sólo para vender y se ampara en el mercado, el valioso testimonio de un letraherido en su pasión por crear algo auténtico e importante, sustentado en la convicción de que "la literatura, cuando es asimilada, deja de ser ficción" (p. 191). Guiado por su devoción por la gran literatura, el yo protagonista desnuda su alma atormentada entre la depresión y la locura, la bohemia y el malditismo, la pasión por el juego y el egoísmo del escritor, "un ególatra que adora al dios que lleva dentro" (p. 37). Con tales mimbres, la novela reclama un lector avisado, con conocimientos de historia literaria y capacidad para entender las continuas referencias y alusiones a numerosos autores y diversas manifestaciones artísticas. Porque se trata de una novela hecha de literatura, con muchas lecturas en sus páginas y con incurable pasión por la escritura. Tal vez al autor se le ha ido la mano en la acumulación de episodios y lecturas en este exorcismo creador. Pero no por ello deja de ser interesante como discurso que integra vida y literatura en una obra recomendable para lectores exigentes, no para paladares en busca de sabores de escasa elaboración. Porque, además, el texto se enriquece con muestras de brillantez metafórica (y de humor) y con múltiples registros lingöísticos.