Image: Es sólo lluvia

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Novela

Es sólo lluvia

ANA ESTEBAN

14 noviembre, 2001 01:00

Debate. Madrid, 2001. 256 páginas, 2.600 pesetas

A menudo peca la narrativa de los más jóvenes -a menudo los más inexpertos- de ser deudora en exceso de lo no literario, sobre todo del omnipresente lenguaje audiovisual. Tan lógico es que las nuevas generaciones de escritores posean una mirada marcada por el ritmo y el modo de contar del cine -o de la televisión- como que todo narrador que se precie trate de encontrar un ángulo distinto desde el que contar lo que tantas veces nos ha contado la literatura. Y esa mirada pasa por un replanteamiento de esa deuda con lo audiovisual, y por un giro hacia lo subjetivo, ya que de objetividad ya nos hablan esos otros géneros.

Ana Esteban (Madrid, 1954) parece muy consciente de todo ello al escribir su primera novela. Tal vez por eso Es sólo lluvia bucea en la subjetividad: el yo narrativo, la importancia que dentro de la historia tienen los sentimientos, el intimismo creciente de la anécdota o la visión del mundo desde la única mirada de Paula, su protagonista y narradora. Ese punto de vista vehicula, además, otro de los grandes pilares sobre los que se asienta la historia: las constantes referencias a lo plástico, a lo pictórico, en ocasiones desde la vocación de crear imágenes de fuerte carga poética. Así, el mundo de Paula es visto desde la enorme influencia de otro de los personajes, Irene, pintora de profesión, y transmitido al lector con toda la fuerza de un lenguaje que va más allá de las palabras, y que Esteban maneja con seguridad, tal vez porque también a ella le resulta familiar.

La anécdota es lo de menos. No por intrascendente, sino por todo lo contrario: es la de otras veces, la universal. El paso del tiempo, la muerte, la pérdida de los amigos, el descubrimiento del amor, su fracaso, el fin de los ideales, el paso de la juventud, la asunción de los monstruos del pasado… La memoria, en suma, que es la materia prima de la que está hecha la literatura. A partir de un hecho dramático -la muerte de su mejor amiga- la protagonista va evocando su pasado, entreverado de las historias de sus seres más queridos, en un constante avance y retroceso en el tiempo, hasta completar el rompecabezas de una existencia no demasiado feliz. La lluvia que está presente en el título es una comparsa sorda en todo este proceso, casi la atmósfera imprescindible, o la excusa que enlaza el presente con el pasado. Al final del libro sólo prevalece la memoria, desordenada, caprichosa y saltarina. La memoria selectiva, visual, dolorosa, sobre la que Esteban ha tejido una novela introspectiva y madura que termina por hablarnos de lo único que nos interesa como lectores: nosotros mismos, el paso del tiempo, nuestra propia vida.