Novela

El calígrafo de Voltaire

PABLO DE SANTIS

28 noviembre, 2001 01:00

Destino. Barcelona, 2001. 205 páginas, 2.300 pesetas

He aquí a un novelista notable; en su estilo, en su concepción de la trama, en la seducción de sus personajes. Como Borges o Bioy, dota a sus narraciones de la nitidez del teorema, del suspense culto, de los entresijos metafísicos. Con el género negro de fondo, convierte al lector en cómplice de realidades inesperadas que provocan un cautivador diálogo entre la realidad y la ficción.

Con cinco novelas editadas en España, De Santis es uno de los nuevos escritores argentinos que goza de más lectores entusiastas. Goticista y perverso, en sus novelas la originalidad no está reñida con la expresión de una fantasía poética pura. De Santis enlaza con una tradición centroeuropea en la que se inspiran algunos libros del crak mexicano que intentan superar el realismo y dotan a la narración del difícil equilibrio entre la profundidad, el pensamiento y la diversión culta.

Parecía que con El teatro de la memoria hubiera llegado a repetir clichés. Con El calígrafo... esa amenaza se esfuma: en ella están los motivos que han hecho de De Santis una sensiblidad vivísima y un imaginero fértil. Las vicisitudes por las que pasa el calígrafo Dalessius hasta llegar a un puerto en el fin del mundo con el corazón de Voltaire en un frasco, son una historia gótica emparentada con las visiones de Dick o Hoffmann (El nombre de la rosa al fondo) y un recital de estilo e intriga. De Santis ha dejado atrás la limpidez narrativa, el carácter absorvente de la trama; pero los pasajes son inolvidables, aunque el exceso de imaginería le haga perder en emoción. Con la Ilustración de fondo, con la caligrafía como medio para decidir el componente moral de los personajes, De Santis crea un relato donde Voltaire es más pretexto que protagonista. Todo para crear una metáfora sobre el carácter mágico de la escritura. El libro es también un homenaje a diversos autores de la literatura fantástica. Mágico y portentoso, De Santis raya a gran altura. Sus lectores se deben acomodar a esta vuelta de tuerca; encontrarán, como dijo Grais de W. Gibson, una escritura como un calidoscopio afilado, un diamante de sensaciones que nos exige complicidad y nos deja sin aliento.