Image: Tarzán en Acapulco

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Novela

Tarzán en Acapulco

MARCOS ORDÓÑEZ

5 diciembre, 2001 01:00

Marcos Ordóñez. Foto: Mercedes Rodríguez

Destino. Barcelona, 2001. 224 páginas, 2.300 pesetas

La media docena de novelas que jalonan la obra de Ordóñez siguen una trayectoria ascendente. Sus primeros libros dan la impresión de tanteos en los que, a falta de un mundo propio, abunda en una crítica enrabietada de su entorno. Su penúltimo libro, Puerto ángel, parece, en cambio, encontrar una visión propia de la vida: algo así como la capacidad de expresar con un vivo sentir lo que el mundo tiene de caos.

Por aquí marcha Tarzán en Acapulco, sólo que modificando esa sensación de desorden. Y despojando, casi, la anécdota de elementos laterales. El personaje principal, Cosmo, es un joven guionista de cine que anda tras una nueva historia que contar. Mientras, arregla textos ajenos y en eso está cuando el azar le lleva a Acapulco, donde vive un decrépito Tarzán junto a su Jaen.

El agobiado director tiene la suerte de hallar en esta singular peripecia una buena historia, pero renuncia a escribirla. Esta información se presenta al inicio de la novela y funciona como el trampolín desde el que se dispara todo el relato. La novela entera responde a un sabio cálculo de los efectos de sorpresa. En ese mismo criterio radica la teoría del relato cinematográfico que el protagonista defiende, con lo cual se da una estrecha relación entre esta parte del contenido y la forma.

Todo gira en torno a un asunto sobresaliente, el de la categoría de lo real. Tarzán vive en la irrealidad real, si puede decirse de este modo paradójico, del "demenciado". Jane se comporta como se supone que actuaba en el cine. Chita adopta forma de perrillo. En fin, el propio Cosmo asume el papel falso del hijo pródigo. Es decir: el argumento se alimenta con apariencias, sospechas, engaños y equívocos.

Los hechos esquematizados en el párrafo anterior simplifican demasiado una realidad imaginativa rica donde los límites de verdad e invención funcionan en plenitud. También habría que subrayar los bien diseñados personajes complementarios, en especial la creación muy lograda de un viejo llamado Chávez. Y que anotar el ritmo de las historias cinematográficas que animan la acción en espera de alcanzar el punto central, retrasado hasta el tercio último de la novela. Y he omitido la atmósfera que se alcanza en las secuencias, muy teatrales, o quizás fílmicas, relacionadas con la excéntrica familia Tarzán.

La situación parte del disparate y se resuelve en congoja. La frase corta y el párrafo breve producen un efecto de celeridad. Y todos estos recursos desembocan en una narración ágil que obedece al propósito de aprisionar al lector en la red de sucesos y de emociones desplegada ¿Trucos técnicos? Los hay. ¿Trampas emocionales? Existen. Pero con ello no desvelamos nada, y queda en una incógnita cómo se produce ese efecto que a uno -hablo por mí- lo convierte en rehén de la conmovedora historia de unos lunáticos entrañables y bastante cuerdos.