Image: El arpista ciego

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Novela

El arpista ciego

Terenci Moix

23 enero, 2002 01:00

Terenci Moix. Foto: Mercedes Rodríguez

Planeta. Barcelona, 2002. 416 páginas, 19 euros

Terenci Moix (Barcelona, 1943) cuenta en El peso de la paja, primero de sus libros de memorias, cómo ejerció, siendo niño, una feroz dictadura con su familia. El niño Ramón arrastraba a los suyos a los cines de barrio para ver "una de romanos". Esa pasión primera por el cine y por el mundo clásico se combina hoy con la fascinación por la cultura pop hasta desembocar en esta novela que el propio Moix define como "fantasía, o capriccio o también retablo costumbrista" que "pretende despojar a la novela histórica de su solemnidad

Una parte considerable de la obra de Terenci Moix pertenece a esa difusa modalidad narrativa llamada novela histórica. En ella ha recreado la España romántica o la Francia napoleónica, amén de haber abordado varias veces el mundo antiguo, con una decantación fascinada por el Egipcio faraónico y el Imperio Romano. A estos ámbitos pertenecen algunos de sus best sellers: No digas que fue un sueño, El sueño de Alejandría o El amargo don de la belleza.

La preferencia del autor catalán por la fabulación del pasado viene en él de antaño, de mucho antes de que fuera personaje muy popular y de que el género se convirtiera en una ya fatigosa moda. Se encuentra en un relato breve temprano, La torre de los vicios capitales, que conviene recordar porque su nueva incursión en este campo, El arpista ciego, tiene más que ver con ese título juvenil que con los restantes citados. Ambos comparten una ideación heterodoxa e imaginativa de la narración histórica, la tendencia a la provocación irreverente, y una mezcla intencionada de lo culto y lo popular, lo fino y lo plebeyo, lo sensible y lo chocarrero.

Por otro lado, El arpista ciego se emparenta también con otra clase de libros del autor: los caracterizados por un despendole satírico, social y moral, al estilo de Garras de astracán, Mujercísimas o Chulas y famosas. De este modo, su fábula histórica más reciente permite la lectura transversal de toda la literatura de Moix, incluida parte de la memorialística, pues ahora emplea un narrador en primera persona que es él mismo. Para explicar esta libérrima actuación, resulta oportuno mencionar algo que él aclaró hace tiempo: las fuentes de sus novelas de romanos no están en la historia de Roma, sino en los peplum, en aquellas películas de su infancia que recreaban a todo color y con mucho efectismo el Imperio latino.

Pues bien, hoy Moix bebe en la fuente de su propia literatura y de sus personales mitomanías faraónicas, más en otras obsesiones privadas de tipo erótico y cultural, y no en la vida cierta de la remota Tebas. Aunque ese inicial estímulo, peculiar, subjetivo y caprichoso, está puesto al lado de una documentación histórica muy abundante y supongo que sólida. Así se obtiene el curioso efecto de una obra llena de anacronismos, más propia de la pura fantasía que de pasado verídico alguno y, a la vez, históricamente fiable y verosímil. Ello se debe a otro rasgo más: el texto reclama una proximidad de lectura a este peculiar mundo del autor, a sus tics y caprichos, todo lo cual está calculado para provocar una complicidad (o un alejamiento sin paliativos).

Con estas observaciones no haría falta entrar en mayores detalles. Aparte de que resulta difícil sintetizarlos porque la historia central de la novela (sobre todo las relaciones del niño Ipi que da título al libro y del faraón Tuntankamón) deriva en numerosos afluentes, se convierte en un auténtico relato coral y parece un mosaico de escenas costumbristas. Y porque siendo los sucesos curiosos y con frecuencia sorprendentes, lo más notable es el tratamiento lingöístico, inteligente y eficaz mezcla de la expresión culta y la tabernaria, la clásica y la recientísima. Cuando dice, por poner un ejemplo entre un millón, que el sacerdote Nepumer "alternaba la fidelidad al ojo de Amón con la fe en el ojo del culo", se nos da la clave verbal para el sucederse de sexo loco, desparpajo moral, irreverencias sin cuento y disparates sin tasa.

El arpista ciego es, trasladando a ella la expresión que se aplica a una clase de cine, una novela de autor. Tendrá el beneplácito de quienes reconocen determinados méritos en sus obras y provocará el rechazo de los que no aceptan su escritura bromista y sin prejuicios ni estilísticos ni temáticos.

Para mí es una novela regocijante, esperpéntica, hecha con una gran destreza en la construcción y escrita con una versatilidad idiomática muy notable. Toda su anécdota, la farsa desquiciada que cuenta, asentada en una especie de parábola de un fin de época, posee, además, un fondo nostálgico que da densidad emocional a su superficie ligera y burlesca.