Image: La canción de las cerezas

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Novela

La canción de las cerezas

Blanca Riestra

23 enero, 2002 01:00

Blanca Riestra

Premio Ateneo Joven. Algaida. Sevilla, 2001. 298 páginas, 18 euros

Una de las modalidades más genuinas de la novela lírica es el relato del aprendizaje. Contar el acceso a la experiencia de la vida en la adolescencia y juventud es frecuente en escritores jóvenes. Algunos recogen buena parte de sus vivencias, recreadas con diferente grado de libertad y literaturizadas desde su visión subjetiva. Entre las más recientes manifestaciones de esta clase de novelas destacan las dos últimas de dos escritoras gallegas: El secreto de la lejía, de Luisa Castro, y La canción de las cerezas, de Blanca Riestra (La Coruña, 1970). Ambas narraciones coinciden en múltiples aspectos de la peripecia existencial de sus narradoras y protagonistas, en su proceso de iniciación a otra etapa de la vida entre el barro de la diaria supervivencia y el afán por escribir y trasladar sus experiencias a la literatura, más allá de la localización madrileña de la primera y la parisién de la segunda a finales del siglo XX.

La canción de las cerezas contiene el agridulce relato del aprendizaje de una joven veinteañera que huye de su ciudad natal en el Norte de España a un soñado París de los poetas que, como ella misma dice, "había dejado de ser una fiesta para convertirse en un enorme y esplendoroso vertedero" (pág. 20). Dicha huida y la consiguiente búsqueda pasan por varias etapas que coinciden con las tres partes en que está organizada la narración de Ana. Esta tiene como centro especial la corrala o caserón de la plaza de la Bolsa donde ella vive en un cuartucho abuhardillado, entre otras dependencias ocupadas por una veintena de emigrantes con aspiraciones de artistas a lo pobre. La primera parte desarrolla las experiencias iniciales de la protagonista ante la crueldad de la vida, que no ofrece otra salida que la depresión a esta adolescente poco agraciada que rechaza la imagen convencional de la mujer burguesa y se siente como un pájaro con las alas rotas por su precaria autoestima. Pero a los 21 años todo se cura y, así, la segunda parte del relato marca su liberación en una vida nueva, con el descubrimiento del sexo y la revelación del amor. Sin embargo la conciencia de lo efímero se va imponiendo en su visión del mundo, amenazada por el miedo y la melancolía. Esta pérdida se relata en la tercera parte, con el barojiano regreso de la protagonista a su ciudad y su renuncia a pasadas libertades.

Las tres partes del relato muestran una gradación que concede cada vez mayor presencia a lo colectivo en la andadura personal de la protagonista. Por eso el ámbito de la corrala parisina ofrece, con su variopinto grupo de artistas marginados y emigrantes sin documentación, una metáfora de la condición humana en un mundo hostil donde cada cual lucha impotente por colmar sus afanes. De ahí que la segunda parte del relato de Ana se explaye en la crítica del mundillo cultural francés con la parodia mordaz del célebre programa Bouillon de Culture y su creador acompañado por un viejo entomólogo, un excéntrico profesor, una poeta conservadora, una feminista vallisoletana y un hispano-magrebí ganador del Premio Fémina, todos ellos autores de libros acordes con sus excentricidades. La mayor incidencia de lo colectivo se intensifica en la tercera parte, donde algunas situaciones constituyen una clara denuncia del racismo y la violencia de las autoridades francesas con los emigrantes negros e hipanoamericanos obligados a la insolidaridad entre ellos mismos por miedo a verse descubiertos en la ilegalidad. Al cabo todo se une en el complejo entramado narrativo de la novela. Pues Ana escribe su relato con la máquina que le regaló un estudiante portugués muerto sin ver aceptada su tesis en La Sorbona; y, de modo cervantino y unamuniano, el hispano-magrebí Mohamed Cienfuegos redacta el prólogo y revela que ha retocado el manus- crito en colaboración con Blanca Riestra, autora de esta obra en la que todos son personajes.