Image: Frías flores de marzo

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Novela

Frías flores de marzo

Ismail Kadaré

23 enero, 2002 01:00

Ismail Kadaré. Foto: Mercedes Rodríguez

Traducción de R. Sánchez Lizarralde. Alianza, 2001. 175 pág.., 13,22 euros

Es notoria la condición de escritor "nacional" que identifica a Ismaíl Kadaré, en el sentido de que gran parte de su obra narrativa, secundada también por una excelente poesía, se dedica a recrear los momentos decisivos en la trayectoria histórica de su país, Albania.

Así, la penúltima de sus novelas en español, Noviembre de una capital, traducida del albanés por Sánchez Lizarralde, que nos ofrece también su versión de Frías flores de marzo, trataba de la caída de Tirana tras la derrota de las tropas del III Reich por parte de los guerrilleros de Enver Hoxha. Y lo que va de aquel otoño a este marzo novelísticos es la misma distancia histórica que separa la constitución del peculiar comunismo que dominó Albania durante cinco decenios y el final del siglo XX, con la incierta transición de aquel régimen a la democracia y la mirada hacia Europa que Kadaré nos narra ahora. En este sentido, Frías flores de marzo viene a confirmar el merecido éxito literario de este escritor nacido en 1936, que no deja de ser en cierto modo sorprendente por lo poco favorable de las circunstancias que en principio concurren en él: lengua, aislamiento secular de su país, ambientación local de sus tramas y condicionamientos ideológicos de quien fue, antes de su exilio en Francia, Presidente de la Unión de Escritores y Artistas Albaneses.

Todo ello está presente en Frías flores de marzo, una novela escueta y misteriosa, en la que parece como si Kadaré hubiese querido sepultar demasiados recuerdos, y afrontar excesivas interrogantes. El papel que en aquella otra novela se confiaba al escritor Adrian Guma corresponde ahora a un pintor, Mark Gurabardhi, que, lejos de Tirana, en una villa norteña, asiste confuso a la transición vivida por su país hacia una apertura y una modernidad que comprende mucho mejor su joven modelo y amante.

La buena suerte editorial de Kadaré entre nosotros se ve correspondida aquí por una presencia significativa de España en la línea argumental más destacada de la propia novela. El director de la Casa de Cultura donde Mark desarrolla su trabajo burocrático ha vuelto obsesionado de su viaje a nuestro país hasta el extremo de aburrir con sus continuas menciones a nuestra cultura y nuestra sociedad. Y es víctima de un asesinato ritual, enmarcado en la resurrección del atávico "círculo de la venganza" que los albaneses conocen como Kanun, según el cual en un llamado "Libro de la sangre" se registraban todas las deudas entre familias que solo se podían saldar trágicamente. Esta víctima "fue a ese lejano país que llaman España y allí tuvo un sueño lúgubre que le anunciaba la muerte" (pág.121), cumpliendo así un destino fatal resumido en la frase "Angjelin el de los Ukaj ha disparado sobre Marian el de los Shkreli" (pág. 114) que tanto nos hace recordar el meollo de nuestra Mazurca para dos muertos.

La complejidad de Frías flores de marzo no se agota con lo dicho. La novela se caracteriza por una dualidad entre lo banal y la trascendencia simbólica, tan propia de Kadaré, que se plasma en la alternancia entre capítulos realistas y contracapítulos legendarios, o incluso míticos. De este modo, una vieja fábula, variante de la Bella y la Bestia, que aquí se narra por menudo,sirve al hábil sincretismo del escritor para recrear el drama de las mujeres albanesas cuyos novios o maridos convierten en prostitutas una vez alcanzadas las fronteras del obligado exilio. Algo semejante cabe decir de la parábola con mayor trascendencia política de esta novela de transición, de amor y de muerte, de atavismos y ansiada europeidad, de culpa y expiación que es Frías flores de marzo: el protagonista, avizorando con unos prismáticos la entrada a la cueva donde se archivan los crímenes perpetrados por la dictadura albanesa, hendidura pecaminosa como la del sexo de su amante, cree vislumbrar el peregrinaje de una reata de dictadores como Hoxa, Bréznev o Ulbricht, acompañados de Edipo, el único asesino inocente.