Image: Qué nos pasa

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Novela

Qué nos pasa

Enrique Murillo

20 febrero, 2002 01:00

Enrique Murillo. Foto: Mercedes Rodríguez

Destino. Barcelona, 2002. 174 páginas, 14 euros

Después de muchos años dedicado a editar libros ajenos, Enrique Murillo (Barcelona, 1944) recobra lo que parecía ser una vocación interrumpida de autor de relatos, y lo hace con la madurez y la aparente simplicidad de quien ha pasado mucho tiempo analizando y ponderando obras de muy distinta naturaleza desde un ángulo de lector un tanto especial, convencido de que la superficie del texto puede servir para esconder debajo un sentido más amplio del que las palabras denotan.

Qué nos pasa es, en apariencia, una historia muy simple, pero compuesta sobre un enigma. Es el retrato de un personaje solitario e introvertido que participa en un viaje a Grecia organizado por una agencia turística y que, una vez en Atenas, deambula por la ciudad a solas, sin acompañar al grupo en sus excursiones, recurriendo en alguna ocasión al sexo fácil y aplazando una y otra vez ciertas visitas ineludibles -la Acrópolis, el Partenón- con las que, sin embargo, ha soñado desde su adolescencia, porque "él no estaba para excursiones de grupo. él era un peregrino" (pág. 18). Resumida así, la historia no ofrece especial relieve. Pero un detalle, al parecer insignificante, agita la superficie sosegada y apacible de la narración. El personaje se siente, en efecto, "peregrino", y "jamás en los cincuenta años de su vida había salido de su ciudad" (pág. 22), pero sabe que al subir a la Acrópolis "su vida encontraría por fin una justificación, algo que la redimiría de toda su monotonía" (pág. 26). Nunca sabrá el lector el porqué de esta convicción que impulsa al personaje a viajar hasta Atenas -éste es el núcleo del enigma mencionado antes—, y las informaciones retrospectivas acerca de su oscura vida como comerciante, de su divorcio o de sus lecturas no harán más que completar el bosquejo de un personaje solitario y desnortado que busca a ciegas el camino de la felicidad; de ese "fantasma de la felicidad perfecta" a que se refieren las palabras de Nabokov citadas al comienzo del capítulo II.

La deseada visita de la Acrópolis adquiere, así, el carácter simbólico de ascenso a la felicidad. Nada tiene de extraño que no llegue a realizarse. Y la novela, sin perder los caracteres externos de cualquier relato de corte tradicional basado en una historia trivial y reconocible, se aproxima al terreno de la parábola. La felicidad inalcanzable se materializa -esto es, se convierte en materia novelesca- en los sucesivos fracasos del personaje: en la rutina de su trabajo, en la ruptura de su matrimonio, en su incapacidad para relacionarse con los demás, en los contactos meramente físicos y casi siempre mercenarios con otras mujeres, en su recelo frente a cualquier atisbo de afecto, como sucede en el caso de la relación truncada con Adela. El punto culminante de estas decepciones es, en el terreno de la historia narrada, la frustrada visita al Partenón, para la que sólo caben tímidos argumentos consolatorios: "Tal vez fuera mejor así, no haber llegado, haber solamente disfrutado durante todo ese tiempo de aquel sueño y luego, cuando lo tuvo al alcance de la mano, no haber dado el paso final. Porque seguramente el truco no estaba tanto en realizar el sueño como en mantenerlo vivo, conservar el anhelo, dejarse poseer por una mentira tan eficaz" (pág. 153).

Qué nos pasa es un curioso ejercicio de novela psicológica, acentuado por algunos recursos de eficacia ya probada en el género -el desdoblamiento, el estilo indirecto libre-, donde sólo se echa de menos alguna información más sobre el pasado del personaje, sobre todo en lo relativo al matrimonio, que acaso habría permitido entender mejor algunos aspectos opacos de su conducta. Y la prosa es correcta, a pesar de algunos usos triviales y poco recomendables, del tipo de "le fastidiaba horrores reconocerlo" (pág. 28) o "le dieron ganas de salir a por ella" (pág. 24).