Reina de América
Nuria Amat
10 abril, 2002 02:00Nuria Amat. Foto: Mercedes Rodríguez
He aquí una novela insólita, tanto en la trayectoria de su autora como en la narrativa española. Porque insólito es que un escritor de esta orilla sitúe su historia en la selva colombiana, en un mundo agitado por la permanente violencia del narcotráfico y las luchas entre la guerrilla y el ejército, y más aún que lo haga con la densidad y la calidad que Nuria Amat ha logrado en Reina de América.Desde las primeras páginas, el lector se siente atrapado en un ambiente cerrado y hostil, donde el miedo, la miseria y el desprecio a la vida humana convierten la existencia cotidiana en un continuo peligro. La narradora, una catalana llamada Rat, convive en una cabaña aislada con Wilson, periodista que ha perdido el ímpetu de antaño y parece haber buscado en Bahía Negra un refugio en el que sentirse a salvo, dado que "en su vida de ciudadano corriente, escribió artículos que disgustaban tanto al Ejército como a la guerrilla" (pág. 13) y que, como él mismo confiesa, "un loco y un bruto amenazan mi libertad" (pág. 51). Su única vecina es la negra Aida, sola desde que la guerrilla asesinó al viejo Poncho. La historia narrada en Reina de América está formada por pequeños detalles, por escenas discontinuas, por alusiones a hechos no desarrollados, por un conjunto de informaciones variadas cuyo nexo es el ambiente; un ambiente físico en el que destaca el peso continuo del paisaje, de la lluvia, de los lugares -la cantina pestilente, la escuela abandonada, los caminos impracticables-, del propio aspecto de los personajes -sucios, con indumentaria pobre y raída-, de todo lo que traduce una pobreza no sólo material, sino reflejo de una degradación colectiva.
Nuria Amat ha puesto un extraordinario cuidado en la ambientación de esta historia, narrada con una sintaxis escueta, de frases cortas, que dan la imagen lingöística del primitivismo, de psicologías y conductas elementales, de pasiones primarias -la violencia, el amor, la codicia, el miedo- no sometidas a consideraciones racionales. La escritora ha procurado ahondar en los hechos, sorteando el riesgo de la mirada desde fuera y de cualquier pretensión de objetividad -porque Reina de América no es una crónica, sino una creación novelesca- e implicándose en los hechos. Es significativo, por ejemplo, que Rat describa dos escenas memorables de la novela, como el baile de la coca en la manigua y la matanza en la cocalera, atisbadas desde un escondrijo pero en compañía de Aida, cuya presencia garantiza, en cierto modo, la autenticidad de la mirada. El paso siguiente en esa integración es la participación de Rat en la huida de los desplazados hacia la frontera, narrada con la sobriedad y la eficacia que sólo poseen los novelistas genuinos.
Es casi inevitable que el lector perciba algunos ecos lejanos de la mejor narrativa hispanoamericana, incluso cuando se roza lo maravilloso. El extraordinario discurso de la india Lucila no sólo deslumbra a sus oyentes, sino que impide que se apaguen los cirios "porque la voz pura de la India mantenía quietas las llamas como si fueran balas de acero enriquecido" (pág. 111). Pero es más poderosa la potencia verbal, la creación insólita y sorpredente: "Le faltaban varios dientes y hablaba con una maleta vacía entre los labios porque su cabeza siempre andaba viajando de un lado para otro" (pág. 36). Los discursos se entrecruzan a veces, mezclando sujetos y tiempos diferentes. Cuenta Rat, por ejemplo: "Siguió diciendo que todos los hombres eran unos vanidosos y que no se salvaba ni uno. Ni él mismo, que soy un fracasado. Sin el fracaso la novela no existiría" (pág. 74).
Pocos deslices erosionan una prosa eficaz e imaginativa: formas como "encima nuestro" (pág. 61) o "delante suyo" (pág. 111), el uso de "impávido" (pág. 22) por "impasible", alguna construcción descuidada ("me fijé que uno de los dos...", pág. 92) confunde oralidad y escritura. Pero, en conjunto, Reina... es una excelente novela; una epopeya de parias y pobres gentes asediadas por la miseria, la violencia y la injusticia, compuesta y desarrollada con tanto caudal de sensibilidad como de recursos narrarivos. Literatura de verdad.