Image: La vida en las ventanas

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Novela

La vida en las ventanas

Andrés Neuman

1 mayo, 2002 02:00

Andrés Neuman. Foto: Mercedes Rodríguez

Finalista del Premio Primavera. Espasa Calpe. Madrid, 2002. 196 páginas, 14’90 euros

La vida en las ventanas es un título deliberadamente ambiguo, porque se refiere tanto a las ventanas de la vivienda que permiten la contemplación del exterior como a las "ventanas" en que se inscriben los mensajes que aparecen en la pantalla de un ordenador.

Andrés Neuman, el joven autor bonaerense afincado en España, ha escrito una novela epistolar de narrador único. Como en La incógnita, de Galdós, o en La novela de don Sandalio, jugador de ajedrez, de Unamuno -por citar sólo dos ejemplos ya clásicos-, un personaje escribe esporádicamente, en este caso a su antigua novia, cartas que no obtienen respuesta, en las que habla de su vida cotidiana, de sus estudios, de su trabajo, de sus diversiones o de la tensa vida familiar. Sólo que el personaje -que, significativamente, se llama Net- utiliza en su tarea epistolar el correo electrónico, lo que aclara uno de los sentidos del título, porque las confesiones dirigidas a Marina son, en realidad, el relato fragmentado de una vida que va apareciendo en la "ventana" del ordenador. Como escribe Net en un momento dado: "Mientras decido qué decirte en esta carta, me doy cuenta de que ya lo sabes todo; de que durante este tiempo he estado contándotelo en voz callada, escribiéndote la carta de mi vida" (pág. 149). Por otra parte, la emancipación final de Net, su abandono del hogar paterno y su instalación con Cintia en un apartamento de alquiler le permiten atisbar otras vidas por distintas ventanas ("en estos días de junio suelo pasar largos ratos observando las ventanas de los vecinos y las cuerdas de la ropa" [pág. 189]), y es precisamente gracias a esa contemplación como descubrirá el último eslabón de la cadena de incertidumbres y misterios que constituye la vida de sus padres, de igual modo que la "ventana" del correo de Paula pondrá inesperadamente ante sus ojos el secreto de su amigo Xavi, que ilumina buena parte de su personalidad.

La "vida" del intencionado título es, por tanto, la del epistológrafo Net, que incluye otras vidas con las que se cruza, es decir, otros personajes: los padres, su hermana Paula, sus tíos, Cintia, Xavi... Todos ellos ofrecen perfiles brumosos, incompletos. En todos hay comportamientos oscuros, aspectos desconocidos que el autor ha sugerido con habilidad, porque se trataba de ofrecer la visión de Net, que es, como cualquier otra, una visión limitada, parcial, recortada por la falta de perspectiva, y acaso también por el ángulo de visión propio de un personaje aún no independizado, todavía demasiado joven y de comportamientos miméticos. Su propia afición a la escritura está aún condicionada por la pervivencia de modelos y lecturas que se deslizan en sus cartas como espontáneos intertextos, desde Rimbaud o César Vallejo a Pink Floyd. En el diseño de este personaje y en su desarrollo narrativo, Neuman acredita una insólita destreza. El resultado es un autorretrato con muchos ingredientes personales, a pesar de algún guiño como la referencia de pasada a un tal "Andrés, aquel argentino que estaba en mi clase y que a ti no te caía nada bien" (pág. 24); un autorretrato con algunos momentos brillantes -las alucinaciones de Net durante una noche de pastillas y alcohol-, con hábiles recursos de escritura -cierto uso de las mayúsculas, las onomatopeyas, la parodia de las grafías sincopadas y elípticas de los mensajes electrónicos-, aunque un tanto superficial. Es un buen documento de lo que podríamos entender como un espíritu de época o testimonio generacional, pero le falta aún esa profundidad de visión que, incluso cuando tratan sucesos triviales, aflora en las grandes novelas y que Neuman ha sustituido por el énfasis de algunos motivos que componen la historia: la conducta de la madre, las extrañas inclinaciones del padre hacia Paula, la personalidad de Xavi... Pero, en una novela, la intensidad no radica en los hechos, sino en la capacidad del narrador para insuflarles hondura y riqueza. No es cuestión de abultar los sucesos, sino de matizar la escritura.